Bastión HuecoCuando Xayim abrió el paraguas y descargó la lluvia que guardaba dentro de él, ésta cayó sobre sí mismo y sobre Daichi, sentado en la butaca unos metros más abajo. Saltó repentinamente de ella, para apartarse del rango, pero algo le caló en ropa y cuerpo antes de que el aprendiz lo cerrara.
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¡Pero ten más cuidado, hombre! ―le recriminó. Sin embargo, no parecía enfadado.
Podía jugar libremente con el paraguas durante la caída. Donde fuera que apuntase el mango, saltándose las leyes de la gravedad, descargaría el torrente de agua en la zona circular hasta donde alcanzasen las varillas del mismo. Arriba y abajo no tenían ningún significado para él.
Sin embargo, cuando estaban cerca del suelo, el paraguas se deslizó entre sus dedos hacia arriba, como si se viera atraído a vagar para siempre en aquel pasillo ingrávido.
Casi a ras del suelo, la gravedad volvió a afectar a sus cuerpos y cayeron el último metro a velocidad normal. Daichi, que había estado antes en el mundo como bien había demostrado, se preparó para el momento y posó con presteza los pies en suelo firme. Saxor e Ike no tendrían tanta previsión. En cualquier caso, una vez abajo, Daichi se puso en jarras y se volvió hacia el segundo aprendiz.
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No te quieras escaquear ―le recriminó―.
Las promesas hay que cumplirlas. Pero ahora no, que tenemos trabajo.Les indicó con un gesto que le siguieran. Habían llegado a una habitación pequeña, circular, cuya única salida aparte del techo era una puerta que, como no tardaron de comprobar gracias a Daichi, se abría en otras miles de puertas antes de dar con la obertura para pasar a la siguiente sala. Ésta, encima, era algo pequeña, y todos tuvieron que agacharse para pasar.
Llegaron a un dormitorio normal, con su cama, su mesita, su chimenea y su plantita. Nada parecía fuera de lo normal, salvo una puerta más pequeña e infranqueable para ellos al otro extremo. El propio picaporte se movía con sencillos aspavientos. Sorprendentemente, además, tenía ojos, pero en aquel momento estaban cerrados y, si escuchaban bien, oirían sus ronquidos.
Daichi se dirigió directamente hacia la mesita del centro. Allí, verían una botellita cuya etiqueta decía: “
Bébeme”. El aprendiz la cogió, la observó de cerca para comprobar el volumen de líquido de su interior y negó con la cabeza.
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Mala suerte. No hay suficiente para los tres. Así que…Dejó otra vez la botellita sobre la mesa y se acercó a Xayim e Ike. Sin mediar palabra, puso cada mano en uno de los hombros de sus compañeros. Y el efecto fue inmediato. Los dos empezaron a ver que Daichi se hacía cada vez más y más grande. El contraste con la habitación les acabó dando la pista que necesitaban para apreciar que, en realidad, ¡eran ellos quienes encogían! Al cabo de unos segundos, medían lo suficiente para que una pisada de su guía los aplastara.
Los pasos de Daichi de nuevo hacia la mesa retumbaron bajo sus diminutos pies. Desde su nueva perspectiva, le verían coger la botellita y beberse el contenido. Enseguida, se unió a ellos en su reducido tamaño, con una sonrisa picaresca.
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No está mal, ¿eh? ―comentó, inocente de que podrían haber tomado mal su confianza―.
Al principio abruma un poco, pero te acabas acostumbrando. La mayoría de personas de este mundo tienen este tamaño. O se van adaptando. No lo sé muy bien.Después de la reflexión, continuaron su camino. Daichi les indicó un hueco oculto tras la cama, bajo la cual se metieron para acceder a él, que les llevó por un breve momento de oscuridad, antes de salir a un campo al aire libre, rodeado de setos y maleza. El aprendiz ignoró los setos, así como los laberintos ocultos tras ellos, y escogió una senda entre plantas enormes que, de haber tenido su tamaño natural, habrían pisado sin consideración.
Repentinamente, el aprendiz se detuvo junto al tallo de uno de éstos, para acercarse a un papel que había clavado en una. Empezó a leerlo, se rio y se lo señaló a Xayim e Ike. Si se acercaban, verían que había dibujado, en sus bordes, corazones negros y rojos con una cruz que los tachaba por completo. O al menos, eso era antes, porque a la mayoría de corazones los habían deformado para parecerse a cabezas de gatitos con sus bigotes. Y no era lo único que habían alterado:
Arriba
"¡Abajo la Reina de Corazones! ¡Viva la Revolución! Pepa!
¡Hola! Aquí vuestro amigo Hein dirigiéndose a los habitantes de esta nuestra querida comunidad. ¿No estáis hartos de esa mujer pesada, bocazas y gordinflona cuyo deseo es ver todas nuestras calaveras amontonadas bajo su culo gordo? ¡Yo también! ¡Mi madre me ha enseñado unas palabras muy feas!
¡Aliaos conmigo para ser el nuevo rey de este país y dirigirnos hacia una utopía en esta vida que es un lienzo a medio pintar! No dejéis que os aplasten más. ¡Por ahora a mi causa se han unido algunas criaturas negras y que bailan curiosamente! más o menos cero personas
¡Sé el siguiente! ¡Di sí a Hein! Yes, we can!" not
Mira Santa, aún recuerdo el ingles =D
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¡Otro más! ¡Hoy no doy abasto! ―exclamó una voz a sus espaldas―.
¡Es, sin duda, una clara ofensiva de la oposición! ¡Esa fea gorda cree que puede desprestigiarme con semejante parafernalia indecorosa, aprovechando mi larga ausencia! ¡Pero hará falta mucho más para pararme los astrágalos!Al darse la vuelta, comprobarían que quien les había hablado no era, ni más ni menos, que un esqueleto. ¡Y vivo! Estaba exquisitamente bien vestido, como un noble, desentonando en un lugar tan agreste y con un aspecto tan muerto. El disfraz, además, le quedaba algo mal por sus estrechas piernas/huesos. Y la calavera, aún con huecos donde debería haber ojos, nariz y boca, tenía una expresión que casi espantaba.
Si bien había hablado para llamar su atención, cuando se giraron, el esqueleto dio un brinco, encendiéndosele la bombilla de la cabeza.
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¡¡Vosotros sois los culpables!! ¡JA! ¡Os pillé con las manos en la masa, tramposos! ¡Estáis pintarrajeando mis carteles para desacreditar mi campaña política! ―les acusó, señalándoles con el falange―.
¿Qué os ha prometido la vieja? ¿Juegos justos al croquet? ¿Un mapa del laberinto? ¿Conservar la cabeza?―
No, no, esto es un error… ―comenzó a decir Daichi. El esqueleto lo interrumpió:
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¡Ah! ¿Estáis arrepentidos? ¡No temáis! ¡Aún os queda la alternativa! ¡Uníos al glorioso Hein! ¡Derrocaremos a la Reina de Corazones y devolveremos la cabeza a todo el mundo!Daichi le miró sin entender, boquiabierto. ¿Cómo se devolvía la cabeza a alguien descabezado?
Tierra de PartidaEn cuanto llegaron, cada uno reaccionó de una manera distinta ante el curioso y confuso paisaje de carteles. Sin embargo, según fueron pronunciando una serie de impresiones, se podrían dar cuenta de que, en las ramas de un árbol en concreto, los carteles comenzaron a cambiar. Fueron dándose la vuelta para mostrar cada uno un nuevo texto: “Curiosísimo”, “Al…bricias”, “¡Vaaaaaaaaaaaaaya!” y “Lo es”.
Apenas unos segundos después, dichos carteles abrieron los ojos y fijaron su mirada en un último que no había cambiado. Éste desplegó unas alas, hasta entonces ocultas, y echó a volar con rapidez hacia el cielo. Los demás carteles le siguieron, gaznando y picoteándolo cada vez que lo alcanzaban, en castigo por no seguir el patrón.
Si a Fyk no le hizo gracia la burla de los gemelos, si acaso era lo que pretendían bajo la máscara que eran sus caras de póker, seguramente lo pasaría peor con los carteles y lo que vendría a continuación.
Edge se acercó a los gemelos y éstos, sincronizados, extendieron también las manos.
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¡Eso no es educado! ¡Porque en una visita lo primero siempre es…!Uno de ellos tomó la que le ofrecía Edge, mientras que el otro le agarró el brazo contrario para agitárselos a la vez con ánimo, saltando ambos alternativamente de su sitio. Cada vez que lo hacían, sonaban como bocinas de aire. Después, comenzaron a llevar los brazos de Edge a su alrededor, bailando y haciéndole dar vueltas mientras cantaban:
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¡Un apretón de manos, lo primero! ¡Un apretón de manos, después decir tu nombre!Terminaron uno a cada lado, soltando finalmente sus manos.
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¡Es lo correcto ―le regañaron.
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¡Sí, fuimos nosotros! ―le respondió al final Tweedledum.
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Cosas terribles sucedieron desde su llegada ―secundó Tweedledee.
Sin embargo, no fue hasta la intervención de Nadhia que comenzaron a mostrarse menos abiertos.
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¿A ayudar? ―los hermanos intercambiaron una breve mirada maliciosa―.
Otro también intentó ayudar.―
Sí, y ya sabes lo que le pasó ―le dijo en confidencia al otro gemelo.
Los dos, dramáticamente, se quitaron sus gorras y se abrazaron para consolarse en unas lágrimas muy reales, ante el recuerdo de algo seguramente muy amargo.
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¡Pobrecita!Lloraron un poco más, antes de que uno se incorporara y dijera, aún con algunas lágrimas:
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Pero nooo, no os interesará. Nosotros sabemos lo que pasó, pero no dónde.―
¡Lirón lo sabrá!Ambos alzaron el brazo en una dirección diferente. El primero que se dio cuenta le dio un empujón con la cadera al otro, y éste segundo corrigió para indicar el mismo camino que su hermano. ¿Serían fiables?
En aquel lapso, los gemelos se recuperaron de la anterior tristeza e, intercambiando nuevamente una mirada de complicidad, se acercaron a Mei. Cada uno la tomó de una mano, como siempre con excelente sincronización, y la sentaron en un tronco cercano.
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¿Te quedarías un rato?―
¡Juguemos al escondite! ¡O al botón, botón! ¿Quién tiene el botón? ¡O te enseñamos a boxear!―
¡Ya lo tengo! ¡Una historia! ¿Te gustan las historias? ―preguntó con intención.
Si Mei no los detenía rápido, la retendrían ahí bastante tiempo más, hasta como mínimo que les dejara contarles esa supuesta historia. O tras unas cuantas partidas del escondite o de clases de boxeo.
Parecían ansiosos por retener al menos a alguno de los aprendices.
Fecha límite: 8 de marzo.