KousenMaestra y aprendiz tomaron la decisión de dirigirse hacia el poblado, dejando de lado el templo y los misterios que podían ocultarse en él. Era importante avisar de lo que estaba sucediendo y de la amenaza que respresentaban los hunos para aquella noche.
—
¿Queda mucho para el anochecer? —preguntó en alto Kousen hacia su Maestra, habiendo sido la última que vio la luz del sol. Sin embargo, Rebecca se mostró sorprendida ante la pregunta del aprendiz: le clavó la mirada unos segundos y aceleró el paso, colocándose por delante del chico.
—
C-casi es de noche, Kousen. AceleremosEl tiempo se agotaba.
* * *
Hikaru—
Señor, soy nuevo en el ejército. Acabo de llegar y me han dicho que debía de ir a ver al general. Supuse que estaría en su habitación. Disculpe las molestias.El capitán levantó un ceja, lleno de desconfianza hacia el muchacho que aseguraba que aquel era
su primerito día. Fátima mantuvo el tipo y esperó a que el chico se pudiese librar de un castigo por sí solo, mientras Ping le clavaba la mirada, sospechando que pasaba algo más.
El silencio era tan tenso que, cuando Shang fue a hablar, Hikaru tuvo que intervenir con más información para intentar salir airoso:
—
Por cierto, señor, me ha parecido ver a un hombre sospechoso rondando cerca del campamento, es muy alto y va con un perro verde.—
¿¡Pero tú vas en serio!? —preguntó por lo bajo la
conciencia del chico.
Los soldados se hartaron a carcajadas de inmediato. Shang entrecerró los ojos y fulminó con ellos al pobre Hikaru, el cual había pasado a decir una gran verdad y sólo recibía la mofa de todos los presentes en el campamento. El tuerto bajito que unos minutos atrás le había atacado dio un paso al frente para burlarse de él, alimentando las risas de sus compañeros:
—
¡Un perro verde! ¡Claro que sí! ¡Y también le acompañaría una vaca voladora y un cerdo multicolor!—
¡Silencio!Los soldados no dejaron de reírse de inmediato, aunque muchos de ellos se colocaran en posición firme. Shang se acercó a Hikaru y, con un rápido movimiento de sus manos, le tiró contra el suelo de espaldas y bien agarrado por las muñecas. Con un chasquido de dedos Ping se colocó firme y se dirigió a la misma zona donde había cogido el bozal. Cuando volvió, traía varias cadenas consigo.
Fue cosa de unos segundos: Hikaru quedó atrapado en un montón de cuerdas que le rodeaban casi como si fuera un vestido, presionándole los brazos contra su cuerpo. Shang dio un silbido y obligó al tuerto a acercarse, el cual se quedó pálido al ver que se refería a él.
—
Gracias por ofrecerte voluntario, Yao —le ordenó el capitán, dándole la espalda al soldado y dirigiéndose al resto de sus compañeros—
. Vigílale hasta nuestro regreso.El ejército de Shang se dirigió hacia la salida del campamento, desapareciendo de la vista de Hikaru y el pobre soldado abandonado. El sol en el horizonte comenzaba a ocultarse, marcando el final del día: había fallado en su objetivo. Por mucho que forcejease con las cuerdas, estas no cedían.
—
Maldito cretino... —le insultó su guardia personal, empujándole en dirección a la caseta de madera cerca de la salida.
—
¿Qué vas a hacer ahora, ladronzuelo?El tuerto no le tenía agarrado de una de las cuerdas, sin ni siquiera molestarse en mirar qué hacía. Ya era tarde para recurrir a Shang o Fátima, que se habían ido por la salida principal: a partir de ahí era dejarse llevar hasta la zona de celdas o intentar escapar. ¿Pero cómo, si tan atado estaba?
* * *
Exuy & Hiro—
¡Esta es la prueba, las llaves de la casa! Entregada a este chico por el Maestro antes de fallecer.La reacción de la gente ante aquella
prueba no fue agradable. Los aldeanos comenzaron a gritar con más fuerza, e incluso algunos de ellos dieron algunos pasos hacia adelante para intentar quitársela a Hiro de las manos. Sin embargo, los dos soldados presentes pudieron frenarles y explicaron su reacción:
—
¡Así que con esa llave es con la que el chico entró en la casa y la incendió! ¡Y tú están compinchado con él! ¡Por eso querías entrar tan obsesionadamente en el campamento!Aquella reacción era normal: no había nada que indicase que Exuy había obtenido aquella llave después del incidente, pues ni siquiera era pertenencia de Andrei. Y con ello sólo iba a lograr que les comiesen vivos...
Pero Hiro no iba a dejar que le atraparan a él y a su compañero. Viendo las reacciones negativas de la gente, lanzó un
Senko hacia el cielo que cegó a los aldeanos y soldados por unos segundos. El muchacho pudo salir a su escape, pero el guardia que anteriormente le había dado la paliza le agarró por el brazo, casi ciego, y le gritó lleno de rabia al oído.
—
Cuando el mundo arda y necesite un héroe que lo salve de las llamas...Una gigantesca figura de casi dos metros y medio de alto se empezó a abrir paso entre la gente confusa y cegada, lanzando a algunos pueblerinos por los aires a base de golpes. Su característica risa se hacía cada vez más cercana, más familiar.
—
¡Cuando la justicia de esta realidad sea ineficaz para las víctimas del caos...!La figura llegó hasta la posición del guardia que tenía agarrado a Hiro, agarrando al soldado por los hombros y mandándolo a volar en dirección contraria. Un extraño perro verde corrió tras la víctima del gigante y comenzó a morderle la cara con rabia, casi con deseo de arrancársela de un bocado.
—
¡Daisuke Saiban vendrá a vuestro rescate!El gigantón empujó con fuerza a Hiro y lo tiró al suelo, desentendiéndose de él para ayudar a levantarse a Exuy. Ambos le reconocerían, aunque con distintos nombres: Daisuke para los amigos, Gilgamesh para los enemigos. Hiro comprobó que sus ropas habían cambiado ligeramente desde su último encuentro con él, pues ahora sólo mostraba dos de sus brazos, probablemente para no alertar a los aldeanos de aquel mundo.
—
¡Eh, chico! ¿Estás bien? ¡Vine lo antes que pude! Espera... Tú... —Gilgamesh se giró en dirección a Hiro, entrecerrando sus ojos a través de la capa que le ocultaba el rostro—
. ¡Tú! ¿¡Qué haces aquí!? ¡Rápido, niño, tenemos que huir de ese tipo malo!—
¡¡De eso nada!!Ya recuperado del ataque que le había hecho el gigante, el soldado se levantó y mandó a volar de una patada al chucho verde que le había provocado algunas de las cicatrices que ahora atravesaban su cara. Su piel se había vuelto algo más grisácea, con unos ojos negros más marcados y pequeños que los de los demás, con el pelo negro como la noche.
Sin embargo, aquella visión duró unos instantes solo. El guardia desenfundó el arco a su espalda y su piel recobró el tono anterior, casi como si de magia elusoria se tratase. Cargó una flecha con suma rapidez y la lanzó contra Gilgamesh, a quien ya era difícil de esquivar. La flecha se clavó en su pecho, pero el gigante se mofó del guardia:
—
¡Flechitas a mí! ¡Como si pudiesen hacerme naaa...! —Gilgamesh bostezó con fuerza, incapaz de terminar la frase. Tomó a Hiro por la cabeza y comenzó a apoyarse en él, a modo de cojín—
. Oye, qué blandito eres...El guardia cargó otra flecha con suma rapidez y la lanzó contra Exuy mientras Gilgamesh casi aplastaba al pobre Hiro entre sus ronquidos, intentando luchar contra el sueño que sin previo aviso le había invadido. Sin embargo, el ataque del soldado fue ineficaz: nada más alcanzar al aprendiz, este desapareció como si de una ilusión se tratara: era la magia de
Doppel, que apenas unos segundos antes había sido invocada sin darse cuenta por el chico.
El guardia, lo suficientemente confuso, dejó de atacar con el arco para quedarse clavado mirando en la dirección donde estaba el falso Exuy. Los aldeanos comenzaron a huir en masa, dejando solo a los tres rebeldes, el guardia de las flechas y el otro soldado que, de alguna manera, había acabado inconsciente en el suelo.
* * *
Kousen—
¡Hemos llegado!La salida de la cueva dio a la entrada norte del pueblo. Fue un alivio para Kousen descubrir que el pueblo continuaba intacto: estaban a tiempo. La noche apenas acababa de caer y las casas comenzaban a encender sus velas y lámparas de aceite para darle un toque especial a aquel lugar. El Buda Feliz, por el contrario, había apagado las luces, y una sombra en su interior recogía ya el local.
Sin embargo, el barullo no tardó en llegar. Algunos aldeanos comenzaron a aparecer corriendo y asustados, todos ellos en dirección contraria a la casa donde Andrei se había establecido. Y antes de que Rebecca o Kousen se dirigieran hacia allí, un viejo amigo apareció entre toda esa gente para correr apresurado en dirección al aprendiz, feliz de volver a verle.
Tan feliz que le recibió con un salto y un mordisco en el pecho lleno de rabia. El viejo Enkidu no había olvidado que le había dejado tirado en la cueva de hielo con todos aquellos lobos.
Rebecca invocó de inmediato su Llave Espada para salir en defensa del muchacho, pero su atención fue captada de inmediato por dos de los aldeanos que salían corriendo en dirección contraria. Eran dos simples chinos, uno calvo en su coronilla y el otro alto y larguirucho, con una perilla abudante y marcada. Estos frenaron su ritmo al ver el arma de la Maestra, y se llevaron sus manos a la cintura.
—
K-kousen... Esos aldeanos están usando magia ilusoria.Enkidu dejó de atacar al joven aprendiz para dirigirse en dirección a los dos aldeanos, a los cuales ladró con cierta rabia. Los ladridos del perro provocaron poder ver sus auténticos aspectos por una fracción de segundo: pieles grises, ojos pequeños, pelo negro.
Los falsos chinos sacaron una daga cada uno, una cargada de electricidad y la otra cargada de agua en su filo, cuyas gotas caían al suelo. El material con el que estaban hechas aquellas armas era claramente mágico, posiblemente incluso exterior a aquel mundo.
—
Creo que llegamos tarde, Kousen —señaló Rebecca con un gran pesar, colocando su Llave Espada en posición ofensiva—
. Meses tarde.* * *
FátimaLas cosas no iban bien para la joven aprendiza. Su incursión en el pequeño ejército capitaneado por Shang había sido muy problemática desde el principio: se había visto obligada a cargar con un perro que ella no deseaba, se había ganado la enemistad del líder por malinterpretar su relación con una de sus jóvenes promesas... E iba sola durante todo el viaje.
Mulan estaba obligada a ir con Shang y el resto de la élite por delante de todos, mientras que el capitán se había asegurado de que Daliao viajase a la cola del ejército cargando no sólo con el perro, sino con una de las carretillas que empujaban los caballos e iba cargada con cohetes ofensivos. Curioso era, cuanto menos, que todas las demás carretas sí fueran dirigidas por caballos, y que tanto Shang como su élite viajaran en aquellos animales.
El camino no fue nada agradable. La cuesta abajo de la montaña era irregular, empinada y rocosa, por lo que cada paso machacaba los pies de los soldados. Ni una piza de vegetación crecía en aquella montaña, y la poca que se levantaba yacía muerta y seca, como algún árbol en el camino.
Finalmente, con la noche caída y la oscuridad impidiéndoles avanzar con regularidad, acabaron llegando a su objetivo: vieron un pequeño campamento a lo lejos, más allá del precipicio junto al que estaban, con una hoguera en su centro. Apenas estaba formado por una decena de tiendas de campaña, y algunas sombras se movían a su alrededor, haciendo guardia. A aquella distancia era difícil verles con claridad, pero aquel era la base de los hunos de la que Andrei había hablado al ejército.
—
Aquel debe ser la mano derecha de Shan Yu —señaló Shang, dirigiendo su dedo hacia una de las figuras alrededor del fuego, larguirucha y sin apenas músculo—
. Preparad los cohetes: prepararemos el ataque a distancia.Los soldados obedecieron de inmediato y se dirigieron hacia Fátima, apartándola con rudeza para tomar el contenido de su carro de inmediato. La aprendiza tropezó y no tuvo oportunidad de hacerse con ninguna de aquellas armas, pero sí vio la cadena de montaje que había preparado el propio ejército: cogían las armas, las pasaban a otros, las colocaban al borde del precipicio y se agachaban junto a estas.
Ping se acercó a su amiga y le ayudó a levantarse del suelo, dirigiéndola hacia otro grupo de personas. Le ofreció asiento en una roca firme y le sonrió levemente, juntando sus manos para pedirle disculpas en silencio.
—
¿Es este tu famoso amigo, Ping?El pequeño grupo de personas a las que había llevado a Fátima reunían una misma característica: todos vestían con el mismo uniforme que Mulan que tanto se diferenciaba de los soldados corrientes, una mezcla de amarillo y verde. Si Fátima recordaba, sabría que se trataba ni más ni menos que la élite personal de Shang, sus mejores soldados y más allegados.
Eran, con Ping, cuatro en total: el que acababa de hablar, un hombre en su treintena con parte de la cara quemada, aunque con una ligera sonrisa dirigida hacia Mulan mientras bebía algo de un vaso de madera; un chico de pelo azul y largo, con su espada sacada y colocada sobre su rodilla mientras pasaba el paño por ella y la limpiaba con sumo cuidado y una sonrisa de felicidad mientras lo hacía; y otro joven de pelo púrpura y más corto, con su cabeza colocada sobre el hombro de este último y mirando con desaprobación a Fátima.
—
Sí, es el héroe que salvó a Shang hace un año, antes de que entrarais en el campamento —explicó la soldado, dirigiéndose hacia Fátima y tomándola por la espalda para presentarla al resto de los hombres—
. Daliao, estos son Feng, Rei y Jia.—
¿Preparado para matar algunos hunos, Daliao? —preguntó el hombre de las quemaduras, rellenando el vaso con un poco de la bebida (seguramente alcohólica) de lo que estaba tomando para ofrecérselo al aprendiz—
. Toma un trago con nosotros, anda.—
¿Es que acaso va a poder con los hunos? Tiene pinta de no haber matado ni la menor rata —intervino el muchacho de pelo púrpura, sin apartarse de su compañero—
. Más bien, parece que huiría nada más ver una.—
Jia, ¿recuerdas lo que te dije sobre ser un jefe desagradable? —preguntó su amigo, más concentrado en su espada que en él.
—
No hace falta que me lo digas. Rei soltó el paño un momento para pegar un puñetazo en la nuca a Jia, el cual se apartó de inmediato de él y le gruñó con fuerza. Feng echó a reír y se llevó la mano al pecho para contenerse al darse cuenta de que Shang les miraba con desaprobación: estaban a punto de entrar en combate y ellos, en vez de prepararse para la batalla, bebían y se mofaban entre sí.
Los ojos del capitán pasaron por Fátima, dibujándose una mueca en su rostro. El hombre se giró e ignoró al grupo, cruzándose de brazos mientras observaba a los soldados preparar los cohetes.
—
No hacía falta pegarme.Aquel era un muy buen ambiente, y Mulan parecía estar pasándolo en grande entre risas. Sin embargo, quizás Fátima se sintiese incómoda sabiendo que Shang les desaprobaba: quizás fuera su única oportunidad para intentar labrar una relación con el capitán, o quizás mereciera la pena hacerse amiga de aquellos soldados de élite.
Fecha límite:
domingo, 22 de junio.
Exuy
PH: 16/22
VIT:
Hiro
PH: 19/24
VIT: 26/26