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—¿No quieres dejarme actuar? Bien, entonces hazlo tú. Cura.
La sirena abrió mucho los ojos y se volvió hacia Jess con sorpresa. Luego volvió la vista, ansiosa, hacia Hana y Halia y su rostro, por lo general impenetrable como el de una estatua, se descompuso por la angustia.
—Sí… Pero… ¿Qué puedo hacer?
Al mismo tiempo, Malik extendió el cáliz que se llevaría la vida de Zande por delante. El rostro de este resplandeció y el hombre pudo ver cómo por sus ojos pasaba un torrente de emociones. Avaricia. Alivio. Satisfacción. Triunfo.
Pudo arrebatarle sin problemas la poción. Faris, pálida y asustada, dio un paso al frente. Pero no se atrevió a moverse mucho por culpa de la copia de Zande. Extendió una mano hacia Malik; al principio parecía que le estaba pidiendo la poción. Sin embargo, después vio que estaba negando con la cabeza. Como si le pidiera que no lo hiciera.
¿O fue cosa de su imaginación?
No tuvo tiempo de comprobarlo porque en ese momento hubo un brusco chapoteo. La cola de Hana reflejó la pálida luz que iluminaba la Fuente antes de que, rápida como un rayo, atravesara a la copia de su enemigo por la mitad. Hana, que habría estado esperando encontrar una resistencia, se sorprendería al atravesar sin más el cuerpo. Caería secamente sobre las rocas empapadas mientras Halia, sin perder un instante, echaba a correr hacia el agua y tropezaba con sus piernas destrozadas. Hana tendría que ayudarla a caminar, por mucho que intentara arrastrarse con los brazos.
Hana, por tanto, tuvo que esperar a que sus piernas volvieran a aparecer: la piel de la cola empezó a deshacerse, como si estuviera mudando, y su espina se dividió. Todo sucedió muy rápido: en cuestión de unos segundos, volvía a tener sus antiguas piernas. Sin embargo, no parecían demasiado suyas, ya que le costó mucho incorporarse y sus primeros pasos fueron temblorosos y torpes.
Faris, entre tanto, no había perdido el tiempo: al comprender que la copia que había tras ella también era fácil de vencer, enarboló su arma y atravesó de un tajo a su enemigo, haciéndolo desvanecerse en el aire. Si Malik no había arrojado la poción todavía, era el momento. Porque, después, Faris se precipitó al agua. Miró a Jess y rugió:
—¡Sostenla! —Y empujó a la mujer contra Jess y Galatea.
Después se arrojó hacia la Fuente. Pero no llegó a tiempo.
Instantes antes, Malik había escuchado el golpe de la lanza al caer al suelo. Antes de que pudiera ni darse cuenta, Zande le había arrancado el cáliz de las manos, salpicando la mitad de su contenido por los aires. Pero, si intentó recuperarlo, recibió una patada en las costillas que lo dejó sin aliento. Zande dejó rápidamente los cálices en el suelo y arremetió contra Malik antes de que este pudiera incorporarse: le atrapó un brazo, lo puso bocabajo y se lo retorció con brutalidad a la espalda. No dejó de tirar hasta que sonó un terrible chasquido y la visión se le nubló por el dolor. Después notó la planta de la bota de Zande contra un hombro y cayó rodando por las escaleras.
La lanza de Zande volvió a cobrar vida. Faris, que ya había alcanzado el primer escalón y se ponía sobre Malik para protegerlo, se puso en guardia. El arma, sin embargo, voló por encima de ella, rápida, imparable.
Hana era su objetivo.
Ya casi había conseguido arrastrar a Halia al agua cuando la sirena miró por encima de su hombro y soltó un alarido de advertencia. Hana la protegió, tal y como había decidido hacer. Pudo rechazar el primer golpe, que le dejó los brazos dormidos; el segundo lograría esquivarlo. El tercero le acertó en las costillas con la contera de la lanza, que se abatió sobre ella, esta vez para acabar de verdad con…
—¡¡Basta!!
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Hana, caída de espaldas sobre las rocas, notó el filo del arma a escasos milímetros de su cuello: la lanza se había quedado suspendida en el aire.
Galatea había salido del agua; el largo cabello le caía en ondas en torno al cuerpo, ocultando en gran parte sus piernas humanas. A pesar del Cura de Jess, todavía estaba terriblemente malherida, aunque pudieron suponer que la torpeza de sus movimientos, casi infantil, no tenía que ver con otra cosa excepto que no estaba en su elemento. Dio un paso titubeante hacia donde se encontraban Faris, que había ayudado a sentarse a Malik y le rodeaba los brazos con un hombro, apuntando con su espada hacia Zande.
—No les hagas daño.—Galatea dio otro paso.
—¿Por qué no debería?—gruñó Zande.
—Estás asustado. Tienes miedo. Quieres vivir.—A cada paso que daba, la voz de Galatea parecía debilitarse más y más—. Te doy mis años. Son más de los que haya vivido cualquier humano.
Halia chilló algo en aquel sibilante idioma de las sirenas, incorporándose a duras penas. En los oídos de Hana resonó su grito: ¡Madre! Pero entonces la lanza cortó superficialmente la piel del cuello de la joven aprendiz y Halia se quedó paralizada.
—¿Y por qué iba a creerte? ¡Él me ha hecho la misma proposición!—Apuntó con un dedo acusador a Malik.
Galatea lo fulminó con la mirada.
—Se me escapa la vida entre los dedos, si tienes ojos, puedes verlo. Además, detuviste tu ataque. No niegues… que era lo que estabas esperando.
Zande no contestó. Galatea volvió la cabeza hacia Jess y le dedicó una pequeña sonrisa.
—Necesitaba estas fuerzas. Gracias por usar tu magia.
Rodeó a Faris y Malik y subió por la escalera. Zande retrocedió un paso, desconfiado. Galatea recogió los cálices y los volcó sin emitir ni un sonido, ni siquiera cuando tropezó al dirigirse a la Fuente y estuvo a punto de caer de bruces. Halia gritó algo de nuevo y rugió cuando su madre llenó los cálices con nueva agua. Hasta el borde. Galatea miró a Malik con serenidad y después a Jess. Luego, a sus hijas. Bajó la cabeza y les pareció ver que caía una lágrima.
Tendió su cáliz a Zande.
—Mientras sigas enfocado en la muerte, tus días no tendrán sentido. Siempre te desgarrará el mismo temor y tu vida se desperdiciará en una búsqueda que no tiene sentido: te estará esperando al final. Siempre.
Zande rechinó los dientes y le arrancó el cáliz con su único brazo útil.
—¡¡Cierra la puta boca!! ¡Maldito monstruo, no intentes juzgarme! ¡Tú no sabes nada!
Galatea le sostuvo la mirada. Luego silbó unas notas, que sonaron tan melodiosas como una canción. Una hermosa y breve canción. Miró de soslayo en dirección a sus hijas con ternura.
Hana pudo entender perfectamente sus palabras.
Vivid.
Entonces, bebió.
Zande aguardó a que hubiera vaciado el cáliz. Después, tembloroso, respirando con brusquedad, dio un sorbo al suyo. Otro. Un trago. Gran parte del agua se le derramó por las comisuras de la boca.
Dejó caer el cáliz al suelo.
El agua cobró vida. La laguna que rodeaba la Fuente siseó y empezó a hincharse, a inflamarse. Brazos de agua se arrastraron por el suelo, ascendiendo a toda velocidad por las escaleras hacia Galatea que, impertérrita, se arrodilló y cerró los ojos. El agua rugió y la envolvió en un torbellino de agua y viento. Sus piernas desaparecieron y se extendió a su alrededor la larga y hermosa cola de sirena.
De pronto, el pelo comenzó a desaparecer. Un garfio de agua le arrancó la piel de los hombros, de la espalda, del pecho. Halia lanzó un alarido de dolor, como si fuera a ella a quien estuvieran desgarrando. El torbellino se tornó rojo y empezó a girar tanta, tanta velocidad que se volvió imposible ver lo que sucedía en su interior. Hasta que unas manos… Los huesos de unas manos se extendieron hacia Hana y Halia. Después, se derrumbaron.
Incluso desde la distancia, pudieron ver el esqueleto de la sirena, encogido en postura fetal, como si acabara de irse a dormir.
Zande irguió su brazo herido y lo movió de adelante atrás sin problemas, con un gesto de estupefacción. Se llevó una mano al costado: las heridas habían desaparecido. Chasqueó los dientes. Y una carcajada se le escapó de entre los labios.
—¡¡SÍ!!
Y rompió a reír en estruendosas carcajadas. Extendió un brazo en dirección a su lanza, que pegó un respingo y regresó a su mano.
—¡Lo he logrado! ¡Lo he logrado! ¡Viviré! ¡Da igual lo que me hagáis! ¡¡Viviré!!—Y, con una expresión de salvaje regocijo, retorció los puños en torno a su arma y empezó a descender hacia Faris y Malik.
—¡No!—exclamó la pirata, tirando de Malik para apartarlo—. ¡El trato era que no nos harías daño!
—¡Y no os haré daño! ¡Os mataré limpiamente, sin dolor! ¡Seréis los primeros en probar que estoy vivo!—Zande sonrió y se detuvo—. Pero os daré ventaja. No hay nada como cazar… para sentir la vida corriendo por tus venas! ¡Huid! ¡Os daré un par de minutos de ventaja!
—Eso es todo lo que necesitamos
En la entrada de la Fuente, en medio de la bruma, se perfiló una figura que todos conocían muy bien. Ronin, serio, sin asomo alguno de sonrisa, invocó su Llave Espada con un gesto. No había rastro de heridas en su cuerpo, ni tampoco parecía cansado, pero después de haberle dejado como lo hicieron, no les cupo duda de que debía estar exhausto.
Sin embargo, Zande se quedó paralizado, pálido: había comprobado la fuerza del Maestro con anterioridad. Y se veía que lo último que había esperado era encontrárselo de nuevo. Ronin recorrió con su ojo la Fuente y su vista se detuvo unos segundos de más en el esqueleto y en los cálices volcados. Luego buscó a Ana Lucía y apretó los labios al verla inconsciente.
—Debería matarte ahora mismo. Pero hay muchas preguntas que quiero hacerte. Así que elige: o vienes con nosotros… o peleamos.
Zande crispó los puños y examinó su alrededor como un animal atrapado. Luego gruñó y dejó caer la lanza.
Ronin sostenía la lanza mientras obligaba a caminar a Zande delante de él, con las manos firmemente atadas a la espalda y la punta de su Llave Espada clavada contra la espina dorsal. Varias llamas flotaban en torno al grupo, que avanzaba tortuosamente por la oscura gruta. Faris ayudaba a caminar a la capitana, a quien había conseguido revivir con la poción —aunque no parecía estar muy consciente y si avanzaba era por la insistencia de la capitana—. Halia caminaba entre Malik y Hana, con los hombros hundidos y los cálices apretados contra el pecho. Los había recogido antes de marcharse; podría haberse quedado velando a su madre, pero se limitó a lanzar sus huesos al agua y a recoger las copas. Todo sin derramar una lágrima: parecía que no quería perder de vista a Zande, ya que no dejaba de clavarle los ojos con furia en la espalda.
Estaban cansados, destrozados. Habían fracasado. Galatea estaba muerta.
Pero al menos, seguían vivos.
A medida que avanzaban, la oscuridad se fue retirando y pronto pudieron ver la lejana salida de la cueva. Los músculos de Zande se pusieron en tensión.
Quizás no fuera a mostrarse tan sumiso como había podido dar a entender.
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