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Miau... —dije con la boca abierta, admirando las puertas del castillo.
Desde luego, era la primera vez que me encontraba tan cerca del imponente castillo. Este lugar siempre había sido un sitio sagrado para la ciudad, uno al que no había que acercarse a la ligera. Y el motivo estabaa claro: el castillo imponía a cualquiera (incluso a mí) y hacía que te sintieses pequeño ante su tamaño y majestuosidad. Y ahora estaba aquí, justo delante de las puertas dispuesto a entrar a pedir un trabajo. Tal vez estaba pecando de ingenuo o de iluso, pero no perdía nada por intentarlo. Además, ¡vería el castillo por dentro! Algo genial para fardar por la calle.
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¡TOC, TOC! —grite a pleno pulmón para llamar la atención de los de dentro—.
¡Abuelita abre la puerta que viene el gatooo~!Me arrepentí al instante de haber soltado esa parida, pero no me había podido resistir. Por suerte, las puertas se abrieron tras mi grito y pude pasar al interior del castillo. Sorprendentemente, y a pesar de mi peculiar manera de entrar, los sirvientes me recibieron con total naturalidad y de forma muy amable, casi parecía como si todavía estuviera en la ciudad. Incluso llegué a ver a varios rostros conocidos entre los sirvientes, pero ninguno llegó a decirme nada (espero que no se chiven de mis "antecedentes"...).
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Yo...esto...querría hablar con el Rey...o con la Reina, me da igual —comenté cuando me preguntaron por el motivo de mi visita—.
Estoy buscando trabajo y...No me hizo falta dar más explicaciones, pues enseguida unas extrañas escobas (¿de dónde habrán salido estas cosas? ¡Se mueven solas! Me pregunto dónde podría comprar una, juas) empezaron a guiarme a través del castillo. Caminaba nervioso, pensando en qué le iba a decir el Rey o cómo podía impresionarle, sin fijarme mucho en los detalles del castillo o por dónde me estaban llevando, hasta que me di cuenta de que nos habíamos parado delante de una pequeña puerta. Las escobas me hicieron señas para que entrase, y sin pensarlo dos veces entré.
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¡Blegh! —no pude evitar soltar un grito de asco y llevarme una mano a la nariz nada más entrar en la habitación. La causa: un horrible olor a chucho inundaba toda la sala—.
Uy, perdón.Empezábamos bien. Me encontraba en un pequeño despacho (¿por qué no me habían llevado a la sala del trono? ¡Yo quería verla!), lleno de estanterías con libros y retratos. Durmiendo en un cesto estaba el responsable del olor, un chucho pulgoso que ni se había inmutado ante mi llegada; pero lo que realmente importaba era el escritorio y la persona que estaba a su lado: el Rey Mickey.
Tenía que intentar comportarme con respeto y educación (o por lo menos intentarlo), y no solo por ganar o perder un trabajo, si no por la importancia del rey. La gente de la ciudad le respetaba y le admiraba a rabiar, sería con facilidad la persona más querida de todo el reino. Alguna vez había visitado el orfanato, pero en la primera ocasión yo era muy pequeño como para recordarlo, y las siguientes me había pillado en las calles (para variar). También le había visto en los actos públicos, pero nunca tan de cerca. Y la impresión que daba teniéndole frente a frente era...¡que pequeño es!
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¡Oh, buenos días! —dijo efusivo el pequeño ratón, dejando de lado el papeleo y mirándome con curiosidad—
Perdona, tu audición debería haber sido en la sala del trono, pero a estas horas de la mañana las escobas están locas por tenerlo todo limpio —sus últimas palabras fueron ahogadas en una risa cantarina, algo que me dejó un poco descolocado. Por lo menos el misterio de la sala del trono estaba resuelto—.
Esto, ¿Finn, verdad? Hace unos minutos me han avisado de tu visita. ¿Qué se te ofrece en el castillo, joven?—
Esto...sí, me llamo Finn. Verás...digo veréis, Su Majestad —el hablarle de usted a alguien era difícil para mí, pero en esta ocasión tenía que medir mis palabras, o intentarlo por lo menos—.
Vivo en el orfanato, pero voy a cumplir dieciocho años y tendré que abandonarlo...han intentado buscarme un sitio donde vivir, pero no ha habido suerte. Tampoco tengo dinero, y me preguntaba si tú...usted, tendría algún trabajo para mí.» ¡Podría trabajar como chico de los recados! O como bufón real, no sé si ya tendrás uno, pero se me da genial hacer payasadas y también sé hacer malabares y trucos de magia...¿O qué tal de cartero real? Conozco la ciudad como la palma de mi mano, estaría chupado. Cualquier cosa que no suponga mucho esfuerzo sería perfecta para mí... y si no hay suerte, siempre podría entrar en la Guardia Real...¿no?