Los curiosos desconocidos que se acercaban a la ciudad para poder contemplarla antes de la gran ceremonia, este año no habían aparecido. Los charlatanes culpaban de esto, a ese pobre zombi, que hacía bastante tiempo había abandonado la ciudad, convirtiéndolo así en una especie de leyenda. Decían que habitaba a los alrededores de la Ciudad, sin dejar de pensar en ella tan siquiera un segundo, atacando a todo aquel que pretendiese acercarse a ella, y así poder llevarse algo que comer a la boca. Historias que los habitantes rechazaban, asumiéndola como una pequeña historia de terror que contar a los niños para que no se alejasen de sus casas. Sin embargo, esta "pequeña" historia, tenía algo de cierta.
La profundidad del Bosque Tenebrosos, donde los gigantescos y puntiagudos árboles impedían llegar más que algun rayo de luz a tierra, y la espesa niebla formada en la zona, la convertían en una zona poco transistada. Cruzando a través de ella, se podían ver muchos árboles arañados numerosas veces, y ramás rotas esparcidas por el suelo, que parecían haber corrido peor suerte. Y allí, tirado boca abajo en el suelo, su silueta podía reconocerse vagamente.
Bryn había convertido su zona de juegos y aventuras, en una prisión sensorial. Su mente había establecido una lucha entre instinto y razonamiento. Las marcas de los arboles, las ramas, y el desgarro con forma de zarpa que había en el pecho de su uniforme; eran fruto de la desesperación creada por la muerte de sus padres, el hambre y el intento de permanecer "cuerdo", que habían desatado en él lo peor. Parecía completamente perdido. Estaba harto de sufrir, sin ganas de existir.
Se encontraba cansado, pero no físicamente. Su mente había trabajado sin descanso, intentando encontrar idea que solucionara su estado, y desesperado, se tumbó en el suelo esperando que cualquier rayo de luz lo iluminara, le dijese que realmente debía hacer. Esperó largo rato en el suelo, y de repente, un nuevo pensamiento deseoso de salir surgió de la cabeza de Bryn:
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Volver...¿a casa? - balbuceó en voz muy baja. La idea comenzó a formarse a mucha velocidad. Abrió los ojos, y súbitamente extendió los brazos para apoyarse sobre ellos -
Si...volver a casa - se repitió en voz baja de nuevo, esta vez medio levantado. Empezó a dar pequeños pasos, como quien intenta recuperar el equilibrio. Los pequeños pasos comenzaron a agrandarse, transformándose en zancadas.-
¡Casa, casa, casa, CASA! - Repetía una y otra vez, más y más alto. Una última vez gritó su deseo, y comenzó a correr sin cesar, esperando salir de alguna manera del bosque.
"Maldita sea, ¡sabía que jamás tendría que haber abandonado mi hogar"- pensó muy entusiasmado.
Quizás me he emocionado demasiado, he escrito una parrafada decente. equisdé