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En cuanto viera a Lune, me levantaría del mullido césped y me acercaría a él, diciendo:
―¡Lune! ¿Estás bien? La pelea… ¿Acabasteis con los sincorazón? ¿Dónde está Maya, por cierto?
Si Lune no respondía a mi ráfaga de preguntas, lo entendería, pensando en que él estaría tan cansado como yo misma.
―Aquella chica… Leinessia… Ella y el caballero me trajeron aquí, y un antídoto bebí. Ahora estoy bien; un poco magullada, pero bien.
Extendí mis brazos (ignorando el escozor en el rasguño), por si tenía dudas de ello.
>>Aquel portador… ¿Crees que tendría algo que ver con la guerra de la que todo el mundo habla? ―le pregunté; refiriéndome al joven moreno, claro está ―. Tal vez deberíamos quedarnos aquí, por si Maya o la Maestra aparecen.
En cuanto las dos volvieran por los jardines, levantaría la mano para llamar su atención. Maldeciría ese gesto inmediatamente al notar el dolor por la sutura del médico. Había aprendido la lección: una poción mil veces mejor que un doctor.
―¡Oh, cielos, lo destrozamos todo! ―los suspiros de la Maestra evitaron otra ronda de preguntas por mi parte ―. ¡Nanashi nos va a regañar…! Ronin, Ronin es el que regaña ahora ―me pregunté quién sería Nanashi, pero no lo expresé en voz alta―. Lyn también se enfadará, pero una tarde de compras y toooodo quedará perdonado. ―sonreí; no me imaginaba a mi Maestra “de compras”―. ¿Tendremos que enviarles dinero para las reparaciones…? ¡Hola, Jeanne! ¡Hola, Lune!
En cuanto llegaron a nosotros, formamos un círculo: Maya frente a mí; Yami y Lune a los lados. Yami hizo recuento de aprendices (pese a que sólo éramos tres, lo hizo varias veces) y exclamó:
―¡Bien, bien, esta vez no se nos perdió ninguno de los chocobitos! Pero, ¡ha sido tan triste! ¡El baile se ha echado a perder! ¿Alguno bailasteis? ¿Sí? ¿No? ―Parecía que a Yami “se le había encendido la bombilla”; por la expresión de su rostro―. ¡Ya lo tengo! ¿Y si bailamos todos juntos? Mirad, así.
Cogió mi mano, de la misma forma que había hecho cuando me ofrecí para acompañarla a ver al Rey de aquel castillo (parecía que había pasado toda una eternidad). Hizo lo mismo con la de Maya, y nos alentó para que cogiéramos la de Lune. Miré interrogativamente a éste y a Maya; si ninguno de los dos ponía ninguna objección le tendería la mano. En el caso contrario, me zafaría educadamente del apretón de la Maestra (quién parecía que no iba a explicar dónde había estado durante toda la noche).
La canción que cantó fue extraña, infantil y divertida; muy acorde con ella, después de todo. Oír salir de su boca las palabras patata, ensalada y demás hizo que mi estómago se quejara. Los entremeses del baile me habían sentado mal (seguramente el veneno hubiese tenido algo que ver). Además, noté que la incomodez por el espectáculo que nuestra superior ofrecía subía hasta mis mejillas; encendiéndolas.
Mientras la voz de la mujer subía hasta el cielo, el reloj cúspide del castillo dio la medianoche y las campanas sonaron. Me pareció algo muy bello, aunque no supiera exactamente por qué. Y reí, por lo loca que estaba Yami, por lo ridículos que eran nuestros ropajes, por lo tontas que eran las damas de aquel mundo, por la imagen de la Maestra enseñándole su pie descalzo a aquella frígida señora. Por todo en general. Tal vez yo también estuviese algo majareta por reírme (había estado a punto de morir, los sincorazón habían atacado el castillo, sentía dolor en todo el cuerpo; no había que olvidarlo); pero supuse que todos estamos chiflados en el fondo, como Yami.
Tras esta reflexión, Yami nos preguntó (sin mucho interés) sobre lo acontecido durante la noche.
―Cuando distrajiste a aquella dama (enseñándole el pie, ¿recuerdas?) llegué hasta el Rey, pero me pilló un guardia ―me sonrojé levemente al pensar en el joven centinela que esquivaba mi mirada ― y me llevó al baile.
>>Allí salvé a una joven rubia… ¿cómo se llamaba? Tenía algo extraño, volvía locos a todos los hombres. Lune se quedó con ella y yo volví al salón; donde luché contra los sincorazón hasta que uno de ellos me envenenó. Después, una hermosa noble llamada Leinessia y su acompañante me sacaron a los jardines y me dieron un antídoto, dejándome aquí.
>>Y eso ha sucedido, a grandes rasgos. ¿Y vosotros?
Escucharía con atención los relatos de mis compañeros (en el caso que hablasen), recopilando en mi mente la información. Cuando terminamos, la Maestra pareció acordarse de algo importante:
―¡Oh no! ¡Me quedé sin ver al príncipe! ¿Dónde estará?
Me encogí de hombros. No había aparecido en toda la celebración. Incluso dudaba de que hubiera estado en el castillo en algún momento.
Ahora lo único que quería hacer era llegar a Tierra de Partida, quitarme aquel estrafalario vestido, darme una buena ducha y meterme en la cama.
Eso sí, no iba a olvidar este día. Mi primera “misión” (si así podía llamarse) como aprendiz de la Llave-Espada, y como Miembro de la Orden de los Caballeros.
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