Bavol y Fátima
La manchita de tierra que habían visto en el horizonte no estaba en verdad tan lejos como parecía. Montados en los glider, ambos aprendices se aproximaron rápidamente a lo que se reveló como una isla, cuyo puerto principal se abría al mar bajo el sol del atardecer. Desde las alturas podrían ver numerosos barcos anclados en los muelles, otros entrando o saliendo a las dársenas, y una gran actividad por todas partes. ¿Era aquel lugar el llamado Port Royal, el puerto que daba nombre a todo un Mundo? La presencia de grandes contingentes de la Marina Inglesa así podían indicarlo y era muy probable que lo fuera.
Tenían que buscar algún lugar en el que pasar la noche que se avecinaba, para esperar al resto del grupo. O ya que estaban allí, buscar algo de información.
Al aterrizar verían que el puerto y la misma ciudad se encontraba en un estado algo agitado. Patrullas de soldados caminaba o trotaban de aquí para allá y por todas partes se oían rumores acerca de un nuevo ataque pirata. Incluso en los bajos fondos, que era el lugar en dónde habían aterrizado Fátima y Bavol, se percibía inquietud. Poco a poco, los habitantes más decentes se iban retirando a sus hogares con las últimas luces del crepúsculo, rezando para que esa noche no fuera la elegida. Vividores, bebedores y prostitutas campaban más a sus anchas por las calles, echando miradas de desconfianza a los dos extraños que representaban Fátima y Bavol en aquel lugar. Ellos no podían saberlo, pero en aquella capa de la sociedad desentonaban como piedras preciosas en un lodazal. Sin embargo, nadie les dijo nada fuera de lo común... aparte de lanzarles proposiciones nada decentes para pasarlo bien durante unas horas.
Fue allí, en una de las callejas en penumbra del puerto, dónde sin querer se toparon con una conversación que distaba bastante de lo que habían venido escuchando por Port Royal. A casi voces, dos hombres de apariencia dispar discutían, aunque más bien casi pareciera que uno de ellos quisiera convencer al otro de algo.
—
¡Oh, vamos, es nuestra gran oportunidad!—
¡Me niego, tuvimos bastante con ese viaje a Cuba! ¡Me niego!El hombre rubio rodeó al otro cuando este intento darle la espalda, y volvió a suplicar.
—
Tulio... Piénsalo, ¡la espada de Cortés!, ¡el hombre al que burlaron nuestros antepasados! ¡Y navegaremos con el Capitán Sparrow! ¡Es toda una aventura!Tulio agarró a su amigo de los hombros y la empujó contra la pared.
—
¡¿Te quieres callar?! ¡¿Es que quieres que te oiga alguien?! —Se dio cuenta de que estaba hablando también a voces y añadió en voz más baja—.
Estoy harto de aventuras, Miguel, lo único que quiero es dinero, maldita sea, dinero, comida, bebida y mujeres, y todas tus aventuras no me han dado nada de eso —Tulio soltó a Miguel, serenándose y apartándose los mechones de pelo que escapaban de su recogido—.
Así que lo siento... A la vista o no, los aprendices pasarían desapercibidos para aquellos dos singulares hombres, que no parecían haberse dado cuenta de que alguien les estaba oyendo. Como tampoco un tercer hombre en discordia que entró a la conversación, aparecido de entre las sombras del callejón con unos andares peculiares y una voz profunda y melodiosa para alguien así. De apariencia más andrajosa, el tercer hombre aparecido llevaba un tricornio por tocado, una espada y una pistola al cinto. Al contrario que los otros dos hombres, este parecía haber sido sacado de un catálogo de piratas.
—
Si lo que quieres es dinero, puedo dártelo amigo mío —Tanto el llamado Miguel, como Tulio se volvieron hacia él, todavía sin que ninguno diera cuenta de los aprendices. Tulio miró a su amigo, que levantó las cejas y sonrió ampliamente, con ánimo. El pirata avanzó un par de pasos más hacia ellos y se detuvo, levantando un dedo índice—.
¿Qué es una aventura sin un tesoro final como botín? La espada es sólo uno de los premios. Te doy mi palabra de pirata honrado, muchacho. —
Tiene razón —Miguel dio un codazo a su amigo.
—
Claro que tengo razón —El pirata sonrió y le tendió la mano a Tulio—.
¿Estamos de acuerdo? Tulio miró la mano, luego al hombre y chasqueó la lengua. Finalmente, después de haberlo pensado durante un buen rato, pareció aceptar, muy a regañadientes tras echarle un último vistazo a Miguel, y tendió lentamente la mano hacia la de su interlocutor. El pirata se adelantó a cogerla y la sacudió para cerrar el trato. Después se recolocó el sombrero.
—
Estamos de acuerdo, pues, bienvenidos a la tripulación del capitán Jack Sparrow. —
¿Y cuando zarpamos? —preguntó un muy entusiasta Miguel.
Jack le miró, aparentando pensar en algo y contestó:
—
Cuando reúna más tripulación, por supuesto. En Port Royal no hay tantos diablos desesperados como en Tortuga, pero... me apañaré. Al decir aquello último giró sobre los talones y echó a andar hacia el otro lado del callejón, por dónde había venido y aparecido. Tulio gritó entonces:
—
¿A cuál barco hemos de dirigirnos? Jack se detuvo casi en seco al oírlo, se medio volvió hacia ellos y dijo, antes de echar a andar de nuevo:
—
Id al puerto y escoged el que más os guste, ese será nuestro barco. Tulio y Miguel observaron intrigados y en silencio la marcha de su nuevo capitán, y cuando pasó un rato Tulio bufó y dio una patada a una piedra.
—
Menudo capitán de pacotilla —Miró a Miguel—.
¡Todo esto es culpa tuya! —
¿Mía? —Miguel se indignó—.
¡Pero si has aceptado venir! —
¡Vete a saber si decía la verdad! ¡Es un pirata! ¡E inglés! —
¡¿Cómo sabes que es inglés?! —
¡Porque todos los piratas son ingleses, palurdo! Fátima y Bavol podían aprovechar la discusión para irse, habían encontrado una pista, ¿no? O, también podían intentar acercarse y entablar conversación con aquellos dos hombres para averiguar más cosas.
* * *Xefil, Stelios y AlbertEl rayo alcanzó a Stelios y a Albert justo cuando Xefil decidió dejarse caer para ejecutar su idea. Sintieron una desagradable corriente y la parálisis provocada por el
Electro. Por culpa de aquel ataque inesperado proveniente del barco, las corrientes de aire y las lluvias empujaron y desestabilizaron sus gliders e hicieron que terminaran cayendo también, a una velocidad cada vez mayor. Ambos aprendices se estrellaron y sumergieron en el agua poco después de que Xefil lo hiciera. Podían patalear e intentar subir a la superficie, pero si no se quitaban las armaduras sería difícil.
Xefil, en tanto, pudo ver a duras penas cómo el barco se acercaba por babor para colocarse a una distancia prudencial y no pasarle por encima. Quién estuviera pilotando debía de ser muy bueno para hacer eso en medio de una tormenta, que aunque ya parecía estar remitiendo todavía daba muchos problemas. Los pataleos y gritos de auxilio parecían haber funcionado, porque de alguna manera habían conseguido localizarle. Xefil logró atisbar cómo un hombre, atado a la cintura con una larga cuerda, saltaba desde el costado del barco y nadaba vigorosamente hacia él. El camino acotado entre ambos ayudó a que pudiera llegar más deprisa y pronto aquel marinero pudo sujetar con fuerza al muchacho, gritando con todas sus fuerzas para que sus compañeros pudieran recogerlos. Xefil tragó agua, nadó y sintió cómo sus músculos parecían desgarrarse, pero en cuanto estuvo tendido sobre la cubierta del navío y escupió, podría respirar tranquilo. Estaba en el barco, tal y como había ideado en un principio.
A su alrededor todo era una vorágines de hombres que corrían de aquí para allá, de agua, de viento y voces que aullaban órdenes. Se enteraría de poco más. Estaba cansado, muy cansado.
—
¡Tenemos a uno, señor Crow! —oiría gritar a un marinero.
Entre la bruma del agua y el cansancio, Xefil reconocería ese nombre. Crow. Y reconocería también la voz, que contestó a continuación, muy cerca de él.
—
¡Conté dos más! ¡Cayeron también al agua, sigan buscando!—
¡Sí, señor! Unas manos incorporaron a Xefil y le ayudaron a levantarse. Si alzaba la vista, vería al hombre que hacía pocos días, había luchado con ellos en La Red contra Erased.
—
Arriba, chico, voy a llevarte a la bodega. No puedo dejarte aquí en medio.Crow había dicho que faltaban dos y que también habían caído. Eso significaba que Stelios y Albert debían de encontrarse en el mar aún. Y que podían estar... Crow iría llevándoselo casi a rastras por la agotamiento de su cuerpo, sin más palabras, aunque podía exigir o intentar soltarse para hacer algo. Después de todo, estaba exhausto, ¡pero no era ningún debilucho!
* * *Ni Stelios ni Albert permanecieron juntos demasiado rato, aunque lo intentaran. Las mareas y olas eran fuertes y aunque Stelios era fuerte, no tanto Albert, que recordaría con horror el episodio bajo el océano y su a punto estado de morir ahogado antes de aceptar ser aprendiz de Yami. ¿Iba a morir esta vez de verdad? ¿Iba a... rendirse tan pronto? Si nadie les ayudaba pronto, no tardarían en ahogarse y convertirse en presas del, para ellos desconocido, Holandés Errante.
El barco estaba acercándose hacia su posición tras haber recogido a Xefil y más marineros se prepararon para saltar, al igual que había hecho su compañero. Con más dificultades pudieron sacarlos del agua también, y dejarlos en cubierta al mismo tiempo que Crow intentaba llevarse a Xefil a la bodega. Él podría verlos entre el ir y venir de los marineros. Ateridos, medio ahogados, atontados y confusos, Setlios y Albert no sabrían en primera instancia dónde estaban. Si en el barco o en el Más Allá. Poco a poco, gracias a los pobres métodos de reanimación de los hombres, escupirían todo el agua de los pulmones y podrían respirar mejor. Al igual que Xefil, a su alrededor confluiría un pseudo caos de lluvia, viento y gritos, entonces interrumpidos por una cortante, seria y grave voz proveniente del castillo de popa.
—
¡Señor Gillis, todo a babor! ¡Salgamos de esta tormenta ya!Un hombre rubio y recio, ataviado con ropa de buena calidad y una mirada dura, se plantó en cubierta y caminó hacia Crow bajo la lluvia persistente.
—
Señor Crow, lleve a esos pobres diablos a mi camarote, están achicando la bodega y lo último que necesitan son niños medio muertos.Crow asintió, también serio, e impartió instrucciones a dos hombres para que llevaran a Albert y a Stelios con ellos hasta el camarote de aquel hombre, que por el porte debía de tratarse del capitán.
La estancia dónde les depositaron, como si fueran cargamento precioso y preciado, era grande, mucho más grande que cualquiera de sus habitaciones en Tierra de Partida. Mesas con mapas, cofres, sillas de buena madera, una cama en la que cabrían cuatro personas, armarios... Todo un lujo para un barco que parecía estar apunto de zozobrar. Crow permaneció con ellos incluso cuando los demás marineros se retiraron. Estaba empapado y parecía también un poco cansado. ¿Había sido él el artífice de su rescate? Con presteza y rapidez, y en completo silencio, el joven abrió un armario y les tendió mantas, que aunque no paliaba la ropa mojada, al menos ayudaba un poco a secarse. Entonces entró el hombre rubio de antes, que se plantó delante de ellos mientras encendía una pipa y les examinaba con ojo crítico.
—
Puede retirarse, señor Crow—dijo tras un largo minuto de silencio.
—
Capitán —Crow asintió, con respeto y salió del camarote, cerrando la puerta a sus espaldas.
Los aprendices se habían quedado solos con aquel hombre de apariencia tan fría. A la luz de los faroles que encerraban velas encendidas, pudieron entonces verlo mejor. Rubio, alto, ancho de espaldas, facciones angulosas, duras y cuadradas. Ojos verdes e intrigados. Y una cicatriz en la frente, quizá marca de alguna pelea pasada. Tras una chupada larga a su pipa, el capitán decidió hablar.
—
Soy el Capitán Jan Vander. Habéis tenido una suerte inmensa, Crow podría no haberos visto cuando esos... monstruos —¿Se refería a los sincorazón?—
atacaron vuestro barco y os llevaron volando con ellos... Siento tener que deciros que sois los únicos supervivientes.¿Acaso Crow había mentido e ideado aquella estratagema para ayudarles con el problema de los glider? El hombre pareció meditar durante unos segundos.
—
Sabía yo que llevar un mago conmigo iba a serme útil... Bien, antes de enviaros a algún sitio en el que no molestéis, decidme, ¿quiénes sois y adónde os dirigíais? En cuanto contestaran, satisfactoriamente o no para él, el capitán añadiría.
—
No me gusta llevar polizones a bordo, así que pienso dejaros en el primer puerto que toquemos, que es Port Royal. Nos queda como mucho toda la noche y parte de mañana para llegar, así que mientras tanto os pagareis el pasaje trabajando con la tripulación.
>>No admito quejas, la otra alternativa es una jaula en la bodega y la cárcel en tierra.Tanto si aceptaban como si no el hombre sonreiría de lado, sibilino y diría satisfecho:
—
Bienvenidos al Viento Fugaz, caballeros.Aquello podía significar una oportunidad para preguntar algo, lo que fuera, antes de que al capitán les diera por echarles.
Fátima:
PV: 32/32
PH: 27/38
Bavol:
PV: 24/24
PH: 18/18
Albert:
PV: 8/12
PH: 8/10
Xefil:
PV: 16/20
PH: 32/32
Stelios:
PV: 14/18
PH: 12/12