Pertenecer a la Guardia Negra, eso era todo lo que el pobre Ragun quería. Tesler echó a reír ante las declaraciones del falso programa y se llevó ambas manos a la espalda, volviendo a ocultarlas tras su capa. Se acercó con un par de pasos hacia el muchacho, dedicándole una sonrisa burlona.
―¿Quieres ser parte de la Guardia? ¿Es todo lo que deseas? ―le interrogó Tesler, observándole de arriba a abajo. La gente había enmudecido por algún motivo, y los pocos que hablaban cuchicheaban entre sí: ya nadie animaba a Tesler―. Tienes dotes de lucha: lo reconozco. Y no te falta coraje, si no lo equivocamos con estupidez. Muy bien... ¿Cuál es tu nombre, programa?
Tesler se colocó junto a Ragun y le pasó el brazo alrededor del hombro, arrimándole hacia él. Podía notar el fuego de sus garras clavarse en él, sin darle mayor oportunidad para la huida. Había tomado su decisión.
―¡Pueblo de la Red! ―llamó Tesler, siendo su rostro y el de Ragun el centro de todas las pantallas de televisión de la plaza―. ¡CLU siempre acepta la redención de los simpatizantes a los usuarios! ¡Os presento al futuro Guardia Negra!
Pocos se emocionaron por aquello. La mayoría de programas estaban demasiado estupefactas con la posibilidad de que aquel joven se convirtiera en parte de lo que parecía ser la élite de los guardianes de La Red.
Sin previo aviso, el guardia que esperaba en el puente se acercó a Ragun y le tomó de las muñecas, colocándole unas esposas especiales. No funcionaban con cadenas, sino que estaban unidas por lo que parecía ser una cuerda de luz naranja. Si intentaba romperla, la cuerda se acortaría hasta pegar las muñecas a él: era irrompible.
―Al puerto militar con él ―ordenó Tesler.
El guardia obligó a Ragun a bajar a través de uno de los dos edificios, con el comandante detrás de ellos en todo momento, vigilante. Cuando llegaron a la plaza consiguieron abrirse paso entre la gente hasta un convoy, con otros cuatro guardias dentro de él y un programa, apresado como Ragun y sin disco de identidad.
―¡Os juro que me lo robaron! ¡No soy un programa corrupto! ―suplicó el hombre, de pelo largo, sucio y ojeras gigantescas―. ¡Por favor, os lo suplico! ¡No me reprograméis!
Quizás, sólo quizás, montar en aquel convoy no fuese una buena idea.
Light & Aleyn
Los dos jóvenes dudaron, pero acabaron aceptando y montándose en el vehículo del desconocido que acababa de salvarles. La moto aceleró de forma brusca y tuvieron que agarrarse fuerte unos a otros para no salir disparados: aquel programa no quería perder un sólo instante.
Pero que hubiesen aceptado a acompañarle no significa que no tuviesen preguntas para el desconocido. Las preguntas no tardaron en llegar:
―¿Por qué nos has salvado? ¿Estás a favor de los usuarios? ―se lanzó en primer lugar Light.
―¡La Red debe liberarse del puño de CLU! Los usuarios no sois el problema para él, pero sí para sus servidores. Los programas se sienten decepcionados con vosotros y por eso se os ejecuta constantemente desde hace un año.
―Un programa nos ayudó la última vez que estuvimos aquí, cuando luchamos contra Erased Data. Ahora no recuerdo su nombre, pero recuerdo que tenía el cabello negro y corto… ¿Encaja con la descripción de esa supuesta amiga nuestra?
―No, no conozco a nadie así. Lo siento ―se lamentó el Renegado, concentrando su mirada en la carretera―. La persona de la que hablo asegura conocerte bien.
―¿Podrías llevarnos con ella?
Como respuesta, Tron aumentó la velocidad y entraron en una autopista de gran longitud, con varios carriles para los vehículos. Los edificios alrededor de aquella carretera eran los más altos de la ciudad, con decenas de pisos cuyos tejados parecían intocables, de arquitecturas extrañas y paredes de cristal. La luz azul clara que provenía de muchos de ellos cegaban con la mirada a cualquiera no acostumbrado con aquel paisaje, pero peores eran los edificios de luces naranjas en dirección contraria a la que viajaban: parecía que el núcleo central de la ciudad se diferenciaba bastante de aquella zona.
Pero en cuestión de segundos pasaron del ambiente relativamente precioso a uno menos agradable para la vista: habían llegado a los límites sureños de la ciudad, o lo que era lo mismo, los barrios bajos. Los edificios eran mucho menos bajos, el color que desprendían era uno gris débil, y el color de las ropas de sus habitantes, igual.
La moto se detuvo frente a un local apodado El chip nulo, un edificio de una sola planta casi a la salida de la ciudad. Nada más allá de aquellos edificios podía llamar la atención de los aprendices: era todo un páramo desértico, sin vegetación ni luz alguna. Sólo piedra y roca hasta las lejanas montañas, sobre las cuales algunas nubes con amenaza de tormenta se alzaban.
Tron se bajó del vehículo y este desapareció, quedando sólo de él una vara que se guardó tras el disco. Indicó al interior del local y caminó hacia él. Cerca de este era apreciable cómo un programa amenazaba en alto a otro y, tras la riña, sacaban sus discos de identidad de sus espaldas para luchar a muerte el uno contra el otro. Algunos programas se acercaron no para detenerles, sino animarles en aquella pelea.
―¿Y podríais explicar por qué parece que la ciudad está… tan belicosa? ―preguntó Aleyn, quien no se sentía muy cómodo con la actitud de los programas desde que llegó al mundo―. No da la impresión de que lleve mucho tiempo en ese estado, aunque esté claro a quién le agrada semejante ambiente…
―Se debe a una masacre ―explicó Tron, girando su cabeza hacia él pero sin dejar de caminar―. Un virus, Erased Data, llegó a este mundo junto con alguien muy parecido a tu amigo. Junto a un ejército de monstruos acabaron con miles de vidas, y los programas exigen justicia por ello: quieren la cabeza de los usuarios. Tesler y la Abeja Reina han engañado a la gente para creer que es vuestra culpa. Y eso me lleva a contactar con vosotros...
―Vuestros discos.
La entrada al local estaba protegida por un portero exageradamente musculoso y de dos metros de alto, el cual les esperaba con los brazos cruzados. El Renegado se quedó quieto y le observó desafiante, pero el matón no se dejó intimidar: enseñó los dientes a los tres y apretó sus puños con fuerza.
―Sin discos no se entra.
Era algo razonable.
Ban
Ban tuvo una suerte del demonio. Tanto, que era imposible no pensar que el mismísimo estuviese involucrado.
Por un lado, su nueva amiga se resistió en hacerle caso. Se apartó del chico y se alejó a paso rápido en dirección al ascensor de salida, pero nada más comenzar a tocar las teclas su voz le contestó con una coordinación perfecta: y de inmediato el aprendiz de Bastión Hueco notó un vínculo invisible y que unía los sentimientos de la chica con su vacío cuerpo.
La razón de aquello estaba en los discos. El programa MP3 le había confundido con otra persona por aquellos elementos, los cuales se encendieron de inmediato al comienzo de la canción y brillaron con un tono púrpura especial, haciéndoles destacar en el club sobre los robots que habían venido a quitarles su protagonismo.
Y fue cuando Ban pudo notar que había algo muy especial en aquel programa. No había podido intimar a fondo con ningún otro antes, pero se notaba que tenía algo dentro de su cuerpo, en sus datos, que se le escapaba a su comprensión. Podía sentir lo mismo que ella, y era capaz de transmitirle sentimientos de emoción y miedo que hacía tiempo que su cuerpo vacío no experimentaba. No sólo era por la canción: se trataba de ella.
Gracias a aquella conexión de sus discos, ambos podían coordinarse con total maravilla. La voz digital de la muchacha llamó de inmediato la atención de hombre al que había señalado antes, el cual sonrió ampliamente y se acercó a ambos, dando vueltas a su bastón.
―¡Lo estamos logrando! ―le susurró la joven, soltando un chillido que quedó bastante bien con la canción.
Sin embargo, Daft Punk no estaba dispuesta a rendirse. Tomaron el centro de la pista e invocaron dos teclados virtuales, obligando a detenerse al dueño del local. Clavaron sus ojos en los dos jóvenes a través de sus cascos y, tras chasquearse los dedos, comenzaron a tocar, chocando con la música de sus competidores.
―Oh, no ―se lamentó la chica, comenzando a dudar en su interior sobre si debía proseguir o no con la canción―. Aquí viene...
Entre los gritos de ánimo de los programas a ambos robots surgió una figura gigantesca de tres metros de algo de lo que parecía ser un oso mecanizado de ojos penetrantes. Su pelaje era blanco y brillante, y su gigantesca boca se dirigía hacia Ban, dispuesto a comerle de un bocado si hacía falta.
Fue entonces cuando, sin previo aviso, atacó. La boca del animal virtual se cargó de energía y la expulsó contra Ban, derribándole con un rayo láser y obligándole a tirarse al suelo. La chica paró de cantar de inmediato y se agachó a recogerle del suelo, aunque no tenía en realidad ninguna herida física.
Los robots se rieron por lo bajo de ellos, mientras el oso abría sus brazos y amenazaba con atacar de nuevo si se levantaba.
―¡Rindámonos! ―le pidió la chica a Ban con un tono de miedo en su voz―. ¡No podemos ganarles en una batalla de eidolones musicales!