―Ra-Ragun, personaje de videojuego. ¿Conocéis el Tetris? S-soy el que lanza las piezas hacia la pantalla.
Dyson señaló con ambos brazos a Ragun. Tesler, por su parte, hizo una mueca de desaprobación: lo sabían. Lo sabían de sobra.
―¿Lo ves? Es uno de ellos.
―Debería haberlo adivinado. Maldita sea, Dyson, ¿cómo lo has descubierto?
―Esto... ¿Que ocurre? ―preguntó un Ragun asustado.
―¿Qué hacemos con él? Seguro que puede hacer bien de personaje de videojuego. Probablemente un intento de Super Meat Boy.
―No. ―le cortó Tesler, acercándose a Ragun y quitándole las esposas que llevaba colgando en su única muñeca. Las guardó en el bolsillo y enseñó los dientes al aprendiz―. Los usuarios son asunto de la Avispa Reina. A mí me dan igual.
―Enhorabuena, has ganado una vida extra ―se burló Dyson de Ragun, colocando su brazo por encima del hombro del chico. Rio con ganas, le golpeó con fuerza la espalda y echó a andar hacia el horizonte.
Tesler pareció dudar, pero acompañó a su compañero hacia el interior de la ciudad. Mientras, Ragun se quedaba atrás, extrañado y sin saber cómo le habían descubierto. Pero al menos había ganado algo: su libertad.
Light & Aleyn
La Carretera de los Muertos. Así se había referido Tron al lugar hacia el que se estaban dirigiendo.
Con la carpeta de la información de todo lo que hizo Saavedra en los últimos días y el apoyo incondicional del Renegado, los dos aprendices de Tierra de Partida decidieron viajar juntos al último lugar donde se había visto al traidor de Bastión Hueco. Tenían clara cuál era su prioridad, y que Quorra podría esperar a más tarde. Pero tal y como había pensado Aleyn, aquel lugar podía ser peligroso... O mortalmente aburrido.
Tardaron en llegar veinte minutos al punto señalado en el archivo, y no había absolutamente nada allí. Ni las voces de los fallecidos, ni tampoco una posible cueva en la que ocultarse. Sólo podían ver en la distancia unas lejanas montañas nevadas hacia las que se dirigía la carretera, y detrás de ellos, la gran ciudad de la Red. Nada más.
Poco había por investigar en aquel lugar.
―¿Y bien? ―preguntó Tron después de que investigaran el tiempo que quisieran―. Hago este camino casi a diario. No hay absolutamente nada destacable.
El programa se encontraba fuera de la carretera, con la moto como apoyo para sentarse y observarles. Se encontraba de brazos cruzados y no había intervenido en ayudarles a buscar la información sobre Andrei ni por un instante: no creía que allí hubiese podido desaparecer.
―Clío es una gran luchadora, pero sus informes se equivocan ―aseguró el Renegado, apartando la mirada―. Aquí no hay nada. Nunca ha habido nada. Sólo rumores de fantasmas.
Y el tiempo le estaba dando la razón. ¿Cómo iba a poder ocultarse un usuario y un programa en aquel páramo perdido de la mano de dios? Lo más probable es que hubiese viajado hasta las montañas nevadas. O que hubiese tomado un camino completamente distinto.
Quizás pensaran en irse, cuando Aleyn escuchó una voz llamándole:
Usuario...
No provenía de ninguna parte en concreto. La voz sonó en su cabeza, de forma exclusiva para él, casi con voz de súplica. O quizás no fuese él solo: Tron pareció reaccionar de manera extraña. Abandonó su posición y comenzó a mirar hacia los lados.
Encuéntrala. Encuentra la cerradura...
Y entonces, acudiendo a la llamada, un terrible monstruo apareció de la nada. Una nube de oscuridad gigantesca invocó un monstruo colocado sobre un disco flotante: sus dos extremidades, afiladas y dirigiéndose hacia ellos, les doblaban el tamaño. Y en su pecho reposaba el símbolo contra el que debían combatir: el emblema de los Sincorazón.
―¿¡Qué es esa cosa!?
Tron sacó su disco y se dirigió de inmediato hacia el enemigo, pero era gigantesco. Sus dos patas en solitario eran más grandes que él, y todo su tamaño debía equivaler a cinco hombres. ¿Cómo iba a detener a aquella cosa? Le comería antes de comenzar.
¡No luches! ¡La cerradura!
La voz seguía hablando en exclusiva a Aleyn, pero era demasiado críptica. Y si no detenían al Sincorazón, quizás fuesen pasto de él.
Ban
―¿Qué ganas tú con esto?
Raven enarcó una ceja ante la pregunta del crío ante él. Se llevó una mano al pecho y rio ligeramente, apartando los ojos de él.
―¿Es que crees que quiero sacarte provecho? Qué niño más malo...
―No me malinterpretes, sería genial darle una paliza a esos dos. Pero Moka, por ejemplo, quería que el jefazo le contratase y convertirse en famosa. Y puede decirse que yo busco venganza. ¿Y tú?
―Oooh, así que es eso. ¿Seguro que quieres saberlo?
―Soy todo oídos... Raven.
Ban pasó el dedo entre los pechos de la programa, imitando sus acciones. Sin embargo, lejos de asustarla, aquello la activó más: tomó la mano de Ban y la acarició con cuidado, jugando a hacer círculos con sus largas uñas en su carne.
―Sólo quiero lo que Moka ha tenido ―admitió la chica con voz de falso arrepentimiento―. Os veía tan juntos, tan unidos, que mi programa base no podía soportarlo. ¡Ay! Un chico tan guapo le acompañaba, cantaba con ella... Yo quería eso para mí. Y aún lo quiero.
Raven se levantó agarrando firmemente al Incorpóreo de la muñeca y arrastrándolo hacia el ascensor. Parecía estar deseosa de llevarle a un lugar en concreto; lejos de todas aquellas miradas indiscretas, de los murmullos.
―Tengo una habitación abajo. Ven conmigo, y juntos... ―guió un ojo a Ban―... Digamos que habremos conectado lo suficiente como para dar su debida paliza a esos dos.
Wow. Menuda propuesta.