Me encogí de hombros, fingiendo indiferencia ante su negativa. No le daría la satisfacción de saber que me fastidiaba quedarme sin entrada, teniendo que apañarme con la tarjeta de "extra", y al menos mi idea había sido mejor que la de Gata (o Nata). ¿Un favor? ¿En serio? Empezaba a dudar de si tenía cerebro o no.
Me paré un segundo en la puerta, con una maldad de última hora en mente:
―Como quieras. Ah, y el impertinente que va por ahí riéndose de ti se llama Alec Ocus ―en un principio pensé en echarle el muerto a Ragun, pero él se lo merecía más―. ¿Le conoces? Alto, pálido y siempre lleva un estúpido sombrero de copa.
―Diviértete con él.
Y cerré la puerta, con una sonrisa pícara en los labios. Con un poco de suerte, la rubia le haría pasar un mal rato.
―Venga, vamos. Llegaremos tarde al final ―le indiqué a Gata, echando a andar a ritmo ligero por el pasillo.
Armadura, tabla, todo listo. El intersticio nos esperaba, y después: el País de los Mosqueteros.
―Voy a matar a Daichi.
Tras llegar muy justos de tiempo, unos guardias perrunos uniformados nos indicaron el lugar al que teníamos que acudir. Y sí, perrunos. Descubrir que todos los habitantes de aquel mundo eran animales antropomórficos resultó una desagradable sorpresa. Ya tenía suficiente con aguantar y entender los sentimientos humanos como para tener que lidiar con los de perros, gatos, ratones, ¡e incluso cerdos!
Ah, y el Director fue lo peor.
―¡Qué desastre, plat! ¡Qué desastre, Boris, plat!
Resultó ser un mono, esmoquin y sombrero incluidos, visiblemente alterado mientras hablaba con un oso barbudo. Con la sala prácticamente vacía, su conversación se escuchaba perfectamente desde la entrada:
―¿Quieres un plátano para relajarte, Toni?
―¡Que no quiero un plátano, plat! ¡Estamos en una crisis, plat! Bueno, solo uno, plat, ¡pero chiquitito! ―accedió, cogiéndolo de las manos del oso―. Todo va de mal en peor, plat, ¡ya me parecía raro que estuvieran saliendo tan bien estas últimas semanas de representaciones, plat! Primero, desaparecieron los extras, plat ―enarqué una ceja, intrigado ―; luego, los camareros, plat. ¿Qué será lo siguiente, plat? ¿¡Los plátanos, plat!? ¡Y encima el inigualable y archiconocido como el mejor crítico del mundo, Lionel, tenía que venir hoy, plat! ―parecía al borde de un ataque de pánico, lo cual me parecía perfecto―. Como nos ponga una mala nota, dará igual la recaudación que hayamos conseguido, plat, ¡nadie asistirá de nuevo a nuestras obras, plat! ¡Si alguien no soluciona esto YA, juro que cometeré una locura, plat!
"Ojalá."
Entonces, nos vio.
―¡¡Son ellos, plat!! ―señaló entre chillidos―. ¡Tráelos, plat! ¡¡Tráelos YA, plat!!
―Sí, definitivamente voy a matar a ese idiota sin corazón ―afirmé entre dientes, mientras el oso se acercaba hasta nosotros.
―¿Sois los extras que pedimos, verdad? ―asentí, señalando la etiqueta que llevaba pegada a la ropa― Acompañadme, por favor, y os explicaremos vuestras funciones.
Justo a tiempo, la gente empezó a entrar en la sala. Con un tono más suave para evitar montar escándalo, ambos empezaron la explicación:
―Mi nombre es Boris y soy el Vicedirector. Este es Toni, el Director de la obra «María y Draco».
―¡«Fe Ciem uaf», fagugo, zlaf! ―todavía tenía la boca llena con el plátano.
―¿Perdón... ? ―pregunté, incapaz de comprender y apartándome un poco para evitar que me cayeran restos encima.
―¡«The Dream Oath», tarugo, plat! ―fue la traducción del oso.
―Cefís fe zazte fe Flozvadof, fe fan ziso, zlaf. Cefos felilo eszras folfe zos felfa celsozal, ¡fe zodo, zlaf! Flomelemos fagagos cien, zlaf, zimflemenfe ceguiz fas inztrucciozes fe Bolis, zlaf. ¡Eztaléiz ali fonfe oz nececifen, zlaf! ¡Y alola nececifamoz camalelos, zlaf!
Esta vez miré directamente a Boris.
―Venís de parte de Trovador, me han dicho, plat. Hemos pedido extras porque nos falta personal, ¡de todo, plat! Prometemos pagaros bien, plat, simplemente seguid las instrucciones de Boris, plat. ¡Estaréis allí donde os necesiten, plat! ¡Y ahora necesitamos camareros, plat!
¿El Trovador...? ¿Así se hacía llamar Daichi aquí? ¿O era un contacto por el que había conseguido los trabajos...? Maldije mentalmente una vez más a mi homólogo incorpóreo, ¿tanto le habría costado darnos más información?
Cuando quise darme cuenta, el monicaco se había marchado y el Vicedirector seguía dándonos indicaciones:
―Como ya ha dicho Toni lo que ahora mismo necesitamos son camareros que sirvan los aperitivo en esta recepción. Entraréis como extras en el tercer acto, no hace falta que acudáis al backstage hasta el segundo para que os vistamos y os dé unas pocas instrucciones. Seréis testigos de un combate a muerte ―sonaba bien―. Eso no necesita mucha preparación. Solo espero que no tengáis miedo escénico. Sería el detonante para que Toni se retirara a pasar sus últimos días entre plátanos y yo me convirtiese en Director.
"Gracias por la idea, gordo."
Sonreí para mis adentros, considerando bastante en serio la posibilidad de reventar la actuación durante el tercer acto. Al fin y al cabo, iba a estar en el mejor lugar posible: encima del escenario. Innumerables crueldades empezaron a circular por mi cabeza, cada una más cabrona que la anterior.
Antes de irse, Boris nos señaló dónde estaba el tan temido Lionel: un pajarraco rodeado de mujeres que se hacía el interesante.
Finalmente, llegó la hora de ponerse manos a la obra. Muy a mi pesar, nos llevó a la cocina para que nos pusiéramos un delantal y cogiéramos una bandeja para empezar a servir. Tras presenciar cómo los demás camareros comían como ratas todo lo que podían y más, encontramos las bandejas pertinentes y empezamos a trabajar, libres de cualquier tipo de supervisión.
―Nata, te veo luego en el backstage ―le surruré, pronunciando mal su nombre a propósito―. No cuentes conmigo si te metes en algún lío.
Sin esperar respuesta, me alejé todo lo que pude mientras reflexionaba a toda velocidad. ¿Trabajar? Menuda ridiculez, ni siquiera tenía a nadie vigilando para que cumpliese. ¿Y dónde se había metido Daichi? ¿No se suponía que nos juntaríamos aquí? Estúpido pecho hueco.
Sin embargo, decidí sacar lo positivo de mi situación: necesitaba información para poder tener éxito, y contaba con el mejor disfraz posible para poder moverme con libertad por la sala sin levantar sospechas. Seguramente no encontraría nada de valor, pero nunca se sabía.
Decidido pues, cogí la bandeja lo mejor que pude y comencé mi paseo por la sala. En mi vida pasada, acudí a muchas fiestas de este estilo, por lo que me resultaba sencillo imitar el comportamiento de un camarero profesional... más o menos. Al principio casi se me cae la bandeja entera un par de veces, y al poco rato le tiré sin querer una copa encima a una cabra que no dejaba de reírse.
Dejé de escuchar una absurda conversación sobre moda entre dos yeguas al ver que Boris se había colocado en la escalinata.
―Damas y caballeros. Gracias por asistir hoy. En breve, abriremos las puertas para que os acomodéis en vuestros palcos y butacas. Disfrutad mientras tanto de nuestro aperitivo, por favor. Recordad que no se puede pasar comida a la sala. Tendremos otro rato de degustación y manjares variados, escogidos por el mismísimo Director, al finalizar la obra.
Es decir, más trabajo para nosotros. Genial.
Alterné el tiempo entre buscar a Daichi por toda la sala e intentar escuchar alguna conversación que valiese la pena, sin ningún éxito en ninguna de las dos cosas. De pronto, alguien me rodeó por los hombros: una... vaca.
―¡Te pillé, mozo! ―se quitó rápido de encima, manteniendo una mano sobre mi hombro―. ¿Qué hace un rico bombón como tú aquí… y cómo no te he visto antes? ―tuve que hacer un esfuerzo por no poner cara de asco, mientras ella cogía una copa de vino de mi bandeja―. ¿Cómo no nos hemos encontrado en esta dulce senda que es la vida, lalalala?
¿Eso último había sido un intento de cantar...? Fui a abrir la boca para contestar, pero me encontré casi sin creerlo con su cara casi pegada a la mía:
»Oh, sí, nuestras especies nos distancian ¿Qué te trae por aquí… humano?
―Estoy trabajando, señora ―contesté secamente, esforzándome esta vez por no tener una reacción violenta.
No era la primera vez que me pasaba esto... más o menos. Hacía poco, en la Red, una atractiva joven había intentado seducirme con sus encantos y, al fingir que entraba en su juego, había resultado ser un sincorazón con afán por abrirme el pecho.
Aunque, objetivamente hablando, era improbable que me volviese a ocurrir. Y menos con el aspecto de ella.
El gesto que hizo con la lengua tras beber de la copa fue tan asqueroso que hasta me afectó a mí. Tras reír, llegó lo peor:
―¿Bailas conmigo?
Tardé unos segundos en contestar, en los que mi cerebro funcionaba a toda velocidad mientras decidía qué hacer. Físicamente, era asquerosa, pero eso no era relevante. Lo que sí parecía buena idea era congraciarme con ella, consiguiendo escapar del puesto de camarero para convertirme en su posible acompañante... y fingir que me atraía era sencillo.
¿Que existía la posibilidad de caer en la misma trampa dos veces seguidas? Sí, claro, pero ya había aprendido de los errores: no quedarme a solas con ella, para empezar, y no bajar la guardia en ningún momento.
Asentí antes de que pasase más tiempo, con una sonrisa convincente (aunque falsa) en el rostro.
―Será un auténtico placer ―anuncié, añadiendo una reverencia.
Dejé la bandeja y el delantal en una mesa cercana, y me preparé para cualquier cosa. Sabía bailar perfectamente, pero preferí que fuese ella la que tomase la iniciativa.
La elección estaba hecha. No podía caer en la misma piedra dos veces, ¿no...?