Fátima se estaba dirigiendo a la puerta, examinando la señal del mapa con un escalofrío. «Aquí». En el templo. Donde ellas estaban. Joder. Mierda. ¿Y qué hacía ahora? ¡Acababa de dejar sin tendones a un huno en su propio territorio!
Trataba de no mirarle para no ver la escabechina que había hecho con él. Por suerte, había hablado pronto, aunque no le había dicho todo lo que ella quería. Pero, sinceramente, no estaba segura de si habría podido seguir… torturándole… para sacarle más información. Suficientes pesadillas iba a tener como para haber tenido que ir a más.
«Un humano es capaz de todo, ¿eh?» pensó con gravedad, asqueada por descubrir esa faceta de sí misma que no conocía.
Entre tanto, y para su inmenso alivio, Shiva pareció… razonable y le gustó la idea de convertirse en la diosa de los chinos.
—Tienes razón. Shiva logrará sus fines mediante el pueblo chino. —La mujer se acercó a una de las ventanas y Fátima la siguió con la mirada—. Los hunos son inútiles, ya fallaron una vez tras prometerme protección. Sí... China escuchará el nombre de Shiva.
El huno comenzó a forcejear. Fátima le lanzó una ojeada de refilón y contuvo un estremecimiento al ver el profundo y latente odio que se perfilaba en sus ojos. Se quería morir, no sabía si de vergüenza, de rabia o de desesperación. De repente tenía muy claro por qué no había que intervenir en la política de los mundos. Era una extranjera, alguien a quien ni le iba ni le venía China. ¿Por qué estaba decidiendo su destino? ¿Qué derecho tenía a imponerles a Shiva? ¿O a volver a esta en contra de los hunos?
Intentó disculparse diciéndose que todo aquello lo había soltado para evitar por todos los medios decepcionar o molestar a la hechicera. Que no tenía intención de que realmente congelara al ejército huno ni nada similar. Se aferraba a la esperanza de que, en algún momento, podría encontrarse con sus compañeros o con Ronin. Y ellos le dirían qué hacer.
Pero no podía engañarse. Estaba jugando con fuego —más bien hielo— y estaba segura de que no iba a salir bien parada, pasara lo que pasara. Intentando no acercarse demasiado a Shiva, no fuera a interpretarlo como una grosería, quiso asomarse por la ventana para intentar ubicarse un poco mejor. En ese momento, la diosa se volvió hacia ella y Fátima se quedó clavada en el suelo como si le hubieran crecido raíces.
—Derrotarás a los hunos. Todos verán que fue por la gracia de Shiva. —Fátima asintió, pero para sus adentros pensó, helada, que había dicho «derrotarás». Vamos, ella. ¿Y cómo iba a hacerlo? ¿Shiva pensaba echarle una mano divina o…?—. Sírveme bien, guerrera de la luz. Y tras ellos, matarás a tu...
Pero Shiva no terminó la frase porque, en ese momento, el huno lanzó un grito ahogado. Se debatía en el trono intentando liberarse, con los ojos fuera de sus órbitas. Fátima se llevó una mano a la boca al ver que se estaban volviendo negros y que sus iris…
«Como… como si fuera un Sincorazón…».
Shiva trató de acabar con el huno arrojándole una estaca helada. Fátima no tuvo tiempo para reaccionar e intentar detenerla. Pero tampoco habría hecho falta, porque el ataque falló: la estaba explotó. De la base del trono comenzó a emerger una oscuridad casi líquida que rápidamente se extendió por el piso, obligándolas a retroceder.
Y, entonces, aparecieron. No se sorprendió. Había estado esperándolos. Al reconocer uno de los dos tipos de Sincorazón se le puso la piel de gallina. ¡Esos eran un dolor para vencerlos! Llave Espada en mano, se asomó por la ventana y echó un rápido vistazo. Podrían intentar escapar por allí; seguramente incluso si caía no se haría demasiado daño porque habría nieve abajo.
Pero…
Estaban en la guarida de los hunos. A menos que le hubiera mentido, claro.
Con un retortijón de angustia porque no sabía qué hacer, se encaró a los Sincorazón.
—¿Qué magia oscura es esta?
—¡Son Sincorazón! ¡Mi señora! —Añadió apresuradamente después—. Seres de oscuridad nacidos de la desesperación de los corazones y que se dedican a devorar estos mismos…
Fue entonces cuando se dio cuenta.
Sólo tuvo que mirar al huno para comprenderlo.
«¿Yo he hecho esto?» gimió, horrorizada.
Lo veía retorcerse, lo veía odiarlas con todas sus fuerzas mientras intentaba liberarse. Era él quien había invocado a los Sincorazón. Era él quien…
Por supuesto. Tenía sentido. Le había hecho traicionar a su gente, había dicho frente a él que Shiva se pondría de parte de los chinos. Lo había dejado incapacitado para usar el arco. Lo había destrozado como guerrero.
Horrorizada por lo que había hecho, alternó la mirada entre Shiva y el huno, intentando pensar qué hacer, ¡qué demonios hacer! Habría mentido si dijera que toda esa situación, simplemente, no la sobrepasaba. Sabía, sentía que estaba a punto de romperse por dentro y echarse a llorar como una niña pequeña. Había sido demasiado, incluso si no había sido ella quien había perdido el control de un brazo. ¡Andrei, la traición del ejército chino, la desaparición de sus compañeros! ¡Y una diosa salida de la nada que quería hacerla luchar contra los hunos!
¡Y ahora… por su culpa…!
Crispó una mano sobre el alféizar de la ventana y masculló:
—¡Son muchos y no tenemos tanto espacio!—Mentira. Estaba asustada. Seguramente podría haberlos destruido con ataques mágicos. Pero un atisbo de iluminación le advirtió que, si estaban en plena guarida huna, no podía luchar haciendo muchísimo ruido. Aquello fue suficiente para que decidiera saltar por la ventana, exclamando—: ¡Vayamos a fuera, si nos siguen podremos pelear sin problemas!
Que la siguieran, si querían. No le importaba. ¡Lo único que quería era alejarse del huno!
Y saltó. Preparó un Planeador para protegerse en caso de que viera que iba a hacerse daño al caer, aunque en el fondo esperó que no fuera necesario. También lo usaría si iba a caer sobre enemigos o tenía la oportunidad de alejarse unos metros de ellos. De paso, tuvo apunto una Serpe acuática por si se topaba con hunos o si los Sincorazón las alcanzaban lo suficientemente rápido.
También quedaba la posibilidad, claro, de que Shiva decidiera echarle una mano y congelarlo todo un poco —excepto a ella, a ser posible—.