―¿Qué… Qué dices? Yo solo venía a buscar al Alcalde… He visto desde mi ventana a un científico y un juez atacar con sincorazón a esos Portadores… ¡Y a un tipo de rojo quemar la entrada del Ayuntamiento! ¿¡Qué has hecho con el Alcalde!? ¿Quieres… Quieres ajusticiarme? ¿Por qué? ¡No he hecho nada! ¡Ayuda! ¡Ayuda, un tipo afeminado trata de matarme! ¡Socorro, por favor!
El Emperador sonrió ligeramente, sin dejar de aproximarse a Hana.
En las escaleras, por su parte, Neku sonrió de pronto al escuchar la palabra «Emperador», sin escuchar el resto de la frase:
—¿Él está aquí? ¡Entonces date prisa!
Entonces Saxor decidió que él se quedaría con el amigo de su réplica, por lo que invocó a su mascota:
—Guilmon, ayuda a Neku.
El muchacho miró de reojo al pequeño dinosaurio, sin mostrar más que un asomo de sorpresa. Después cargó contra las Neosombras. El compañero de Saxor consiguió alejar a una para que Neku atacara a su vez.
Mientras tanto, Saxor decidió que lo más seguro era subir llevando al herido a cuestas. A pesar de que intentó curarlo, la herida de la pierna era demasiado grave y sólo consiguió que Beat pudiera apoyar un poco la pierna.
—¿Te encuentras mejor? Tenemos que ayudar a Hana.
—V-voy. —soltó un gruñido de dolor, pero no se quejó, aunque apoyó bastante su peso en el de Saxor cada vez que subía un escalón.
Abajo, Neku hizo uso de un pin de rayo que iluminó toda la estancia. Beat trató de darse más prisa, aunque no miró hacia atrás; parecía confiar en que Neku se las apañaría por su cuenta. Entonces fue cuando escucharon a Hana elevar la voz desde el despacho. Beat se presionó para moverse más deprisa. E irrumpieron en la habitación.
―¡¡Saxor!! ¡Corre, vete de aquí! ¡Este hombre tiene intenciones asesinas…!
Tras un instante de desconcierto, el rostro de Beat se iluminó.
—¡El Emperador, yo!
Palamecia pasó de largo a Hana, como si la muchacha no existiera, y se detuvo frente a Saxor y Beat con una expresión indescifrable.
—¿Has estado luchando fuera?
Un nuevo rayo iluminó la escalera a espaldas de los dos muchachos.
—¡Señor, mi compañero sigue luchando abajo! ¡Son demasiados para él!
—Apartad. Yo me ocuparé —el Emperador traspasó la puerta, si bien se volvió un momento hacia Hana y Saxor y dijo con una sonrisa desagradable—. No he hecho nada con el Alcalde. Él ha decidido huir por su propio pie. Ahora soy yo quien debe hacer justicia y proteger a la gente —su mirada se posó durante unos segundos de más en Saxor, arqueando una ceja, casi con curiosidad.
Pero en seguida dejó de prestarle atención y se plantó en lo alto de las escaleras, levantó su báculo y, de pronto todo el vestíbulo se iluminó con una luz rojiza. Antes de que Neku o Guilmon pudieran reaccionar, bajo sus pies aparecieron círculos mágicos llenos de glifos y complejos diseños.
Y las Neosombras desaparecieron. Pero más Sincorazón trataban de entrar por la puerta y las ventanas, que con la presión del hechizo se habían quebrado.
Junto a los aprendices, el moguri revoloteaba escribiendo a toda velocidad en su bloc.
—¡Fantástico, sí señor, kupó! —lanzó una mirada aviesa a los muchachos—. Nadie quiere a los Caballeros. No os necesitamos.
Neku, desde abajo, retrocedió rápidamente a un lado para permitir que el Emperador actuara sin impedimentos y dirigió una mirada de alivio al hombre. Estaba claro que aquellos dos chicos y el moguri periodista no creerían prácticamente ninguna palabra de lo que les dijeran los aprendices. Claro que podían intentarlo. O atacar a Mateus, ahora que les estaba dando la espalda.
También, quizás, fuera el momento de poner pies en polvorosa; ya sólo en el piso superior tenían dos pasillos a cada lado por los que escapar o investigar… Y también tenían el piso de abajo, claro, con algún que otro Sincorazón y los ataques de Mateus.
Bastión Hueco
Alec se arrojó hacia Rubicante y le lanzó un Hielo a la cara, a la vez que intentaba rajarle el rostro. El hombre se cubrió en el último instante con la capa, absorbiendo la magia del joven y entonces lo atrapó del cuello con una mano. La Falcoespada le abrió un tajo en la mejilla, pero poco más.
—Los que no aprenden son los primeros en morir, muchacho.
Y Alec sentiría un calor insoportable cuando la palma de Rubicante se puso al rojo vivo, tanto que le quemó brutalmente la piel.
Por suerte para él, en el último segundo llegó Ragun al rescate. Con su Estocada oscura, que atravesó a Rubicante en un costado. El Villano exhaló un gemido y liberó a Alec, cuya garganta humeaba y las partes inferiores de su cabello se habían evaporado, así como el cuello de su ropa. El muchacho se derrumbó, inconsciente, en el suelo.
Rubicante se tambaleó, llevándose una mano a la herida, pero tuvo las suficientes energías para dar un tortazo a Ragun que lo tumbó, gracias a su momentánea debilidad, y que, además, dolió bastante al estar revestido de una fuerte llamarada.
Tras ellos, Minamimoto se había apoyado contra la pared y reía por lo bajo, burlón, como si todo aquello le pareciera rematadamente estúpido y divertido. Parecía que estuviera contemplando un espectáculo de payasos.
Entonces Shiki gimió. La poción que le había dado Alec no había servido ni de lejos para curarla, pero al menos le había permitido despertarse. Si es que eso podía considerarse un consuelo teniendo en cuenta el dolor que debía estar soportando.
—T-tenemos… tenemos que huir… —sollozó, tratando de ponerse en pie y cayendo de rodillas—. E-el Alcal…de…
Rubicante lanzó una mirada aguda a la muchacha y otra hacia la escalera, como sopesando cuál era su principal objetivo. Y clavó la mirada en Ragun, dejando claras sus intenciones. Su cuerpo se envolvió en una explosión de fuego crepitante y abrasador que, por un momento, lo envolvió todo, cegando a Ragun.
Cuando el joven recuperó la vista, Rubicante había desaparecido y el pasillo entero ardía. Escuchó un crujido escalofriante y vio que las llamaradas lamían el techo, que estaba a punto de quebrarse y derrumbarse sobre ellos.
¿Qué debía hacer? Rubicante iba tras el Alcalde —probablemente—, pero dos de sus compañeros estaban inmovilizados. Y Minamimoto continuaba observando como si aquello no fuera con él.
Todo quedaba en sus manos.