El pequeño zorro, cansado y con la Llave en sus fauces lo había lanzado. No me lo habían dicho, pero a aquellas alturas me había dado cuenta que era la... Maestra del bando contrario. Suponía que nos odiaba ¿por qué había salvado pues, a la maestra?
No tuve tiempo para pensar. Saeko me devolvió parte de la energía con un Cura, y yo se lo agradecí infinitamente. Mufasa corrió hacia mí y lanzó por los aires a las sombras que me apresaban con una potente embestida. Me escocía el lomo. El imponente y majestuoso león rugió y reunió a todos los felinos tras derrotar a los enemigos restantes. Su mirada se posó en mí, y me sentí ligeramente intimidado.
—Vosotras —Dirigió la mirada a unas leonas—. Reunid a quien quede y mantened el orden hasta que aclaremos este asunto. Los demás, seguidme.
La Maestra de la Escarcha era una persona orgullosa. Y lo demostró totalmente cuando al levantarse, rechazando cualquier ayuda y sin dirigirnos palabra; ni si quiera miró al zorro que le había salvado. Le vi caminar bastante hecha polvo, temblando; pero sabía, que aunque le ofreciera ayuda no la querría. El zorro bufó, algo molesto; pues no había recibido ningún tipo de agradecimiento.
Entramos a la anterior cámara, donde el príncipe, cachorros y sus respectivas madres descansaban. Aquel pajarraco no paraba de moverse nervioso, haciendo que me tensase aún más.
—Hay que buscar a Scar.
El rey sentenció aquella oración con un silencio sepulcral. Hasta que un gritito me llamó la atención. Los habitantes de Tierra de Partida habían llegado, junto a aquel simio. El zorro se abalanzó sobre ellos, tremendamente contento. Mi sospecha era correcta: era su Maestra. A continuación, el simio curó algunas heridas de la garza y el tigre púrpura. Me sorprendí. Mufasa se dirigió al exterior.
—Quiero que los extranjeros me acompañen. Sarabi y Sarafina se quedarán aquí. Zazú, ve delante y busca a mi hermano.
Tragué saliva, y noté mi garganta como papel de lija.
No tardamos mucho en encontrarle. Estaba... tumbado en el suelo, quizá herido. Mufasa se acercó con el hocico y la voz de Scar sonó débil y enfermiza. Al hablar le costó respirar. ¿Pero qué...?
—Zira... Es Zira... Trajo esos monstruos... y me atacó también...
Abrí los ojos como platos y me incorporé bruscamente, con los dientes apretados, gruñendo. El silencio cayó como una losa de plomo. Entorné los ojos. Estaba chungo. Sin duda, nos encontrábamos frente a un mentiroso profesional, de aquellos que sólo te encontrabas en los barrios más desfavorecidos. Pero el rey haría caso a su hermano, no a una panda de extranjeros....
—Maldito embustero —susurré furioso, sin poder evitarlo—. Hace un momento estabas tan campante, riéndote de... ¿Por qué sino iba a delatarte?
Puede que desde lejos pareciera desvalido como un corderito. Pero un león no era ni mucho menos como un cordero, y menos uno tan inteligente. Seguramente lo tenía planeado. Seguramente habría hecho algo para herirse a sí mismo, y echarle todas las culpas a Zira.
El rey ordenó ir en su busca. Y yo no me demoré, dijera lo que dijera Nanashi... y, sin embargo, una sombra de duda cruzó por mi mente, como una manta ensombrecida. Decidí acompañar al pájaro, para ver la verdad con mis ojos.