LightAl ponerse a su altura, el chico aprovechó para agarrar con fuerza a Light del brazo, puesto que la armadura le impedía sujetarle bien. No le hizo nada, ni siquiera cuando el aprendiz le tocó a su vez, sino que se quedó en esa postura mirándole atentamente. A juzgar por cómo vagaban los ojos, no veía bien, lo cual no era de extrañar si se había pasado tantas horas a oscuras, con una única vela alumbrándole.
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Atacó, atacó ―repitió para sí, cuando Light comenzó con el interrogatorio―.
Sí. Hace dos días. Estábamos comiendo y escuchamos gritos. Ya nos habían avisado de que el Misstgunst había atacado la aldea vecina y mis padres nos ordenaron a mi hermana y a mí ir al refugio. Nos separamos, porque ella había olvidado… algo. No recuerdo qué ―le estaba relatando su historia cronológicamente, puesto que le resultaba más sencillo―.
La esperé, pero nunca regresó. El cielo estaba nublado y… y todo, todo se volvió negro de repente.»
Fueron unos segundos. Cuando se despejó, habían enloquecido. Todos. Me asusté y fue a buscar a mi hermana. Estaba en casa, con alguien más, pero era una figura… rara. No parecía tener forma. Solo la recuerdo negra y con los ojos ámbar. Pensé que era el monstruo y que iba a atacarme, pero me ignoró. Esa… esa cosa… ―empezó a gimotear―
mató a mi hermana. Y luego se esfumó.Tuvo que hacer una pausa para llorar. Dejó el agarre que tenía sobre Light y se restregó los ojos, moqueando.
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Como ocurrió hace muy poco, dicen que es el primer lugar al que se dirigirán los cazadores ―murmuró―.
Fui al refugio y de allí me rescataron los guardias. La aldea quedó totalmente masacrada. Dicen que mis padres también murieron allí.»
Desde entonces, mi madre me visita todos los días ―Abrió mucho los ojos―.
Me reprocha que abandonara a mi hermana, que no intentara salvarla, que no la vengara, y me acusa de que no me apene su muerte. Mis tíos me vieron hablar con ella y me encerraron aquí. Creen que estoy loco, como los demás. Pero se equivocan.Se llevó una mano al corazón involuntariamente.
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Por las noches, sueño con su voz. Con el Misstgunst. Se ríe de mí. Que mi corazón es fuerte, pero no lo suficiente para resistir eternamente. Sé que puede ayudarme: me lo ha dicho. Y si es mentira, da igual. Aquí nadie me entiende. Nadie ve a mamá. Solo quiero librarme de ella.Ahí acababa el relato. El niño no sabía más, aunque Light podía darse por satisfecho con la información. Ahora bien, ¿qué iba a hacer? ¿Le creería? ¿Se arriesgaría a llevárselo con él?
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¿Me ayudarás? ―suplicó, por última vez―.
Juro que no molestaré. Me pondré la capa por encima y nadie me reconocerá. Llévame aunque sea con los cazadores. Ellos van hacia allí…»
… con él… ―murmuró, añorándole.
Neru y KeiUna vez entraron, Humbert respondió a la pregunta de Kei, por encima del hombro y en voz baja:
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Hará uno o dos meses. La Reina os lo contará enseguida. Os adelanto que va a enviarnos hacia la aldea que atacó por última vez, hace dos días, para que iniciemos la búsqueda desde allí ―les informó.
Avanzaron por el pasillo, ocupado por guardias apostados a los lados que no le quitaban el ojo de encima según iban pasando frente a cada uno. Se extendía recto hacia una ornamentada puerta doble. El castillo desprendía elegancia por todos sus poros: con suelos de mármol, sobre el que había una larga alfombra roja hasta su destino; esculturas de jarrones y figuras de decoración; y tapices con recreaciones que reflejaban la historia del reino.
Humbert les guio hasta dicha puerta, aunque se detuvo momentáneamente para susurrarles:
—
He de suponer que sois extranjeros, a juzgar por la vestimenta. Os daré un consejo: tened cuidado con vuestras palabras. Al fin y al cabo, estáis a punto de personaros ante una reina. Y no una cualquiera.Y una vez la abrió de par en par para que entraran, alguien desde dentro (supuestamente uno de los guardias vigilando la sala) exclamó:
—
¡Arrodillaos ante su Majestad, señora de Franconia desde el Monte Alb hasta los lindes del Bosque Encantado, y proclamada dama más hermosa del reino, la Reina Grimhilde!La sala del trono era muy parecida a la de Tierra de Partida. Había un amplio espacio hasta unas escaleras que subían a una plataforma superior, donde se había puesto únicamente un trono en el centro. Sin embargo, la Reina no estaba allí. Se hallaba a un lado, frente a la ventana, mirando algo en el exterior. Frunció los labios, como si algo le desagradara profundamente, antes de ondear su capa y dirigirse hacia su asiento real.
Tal y como le había descrito su pregonero, era una mujer adulta, bella, cuyo maquillaje le realzaba toda la faz, desde los labios carmesí hasta los preciosos ojos verdes. La vestimenta le tapaba el pelo, pero eso no impedía que sobre su cabeza se alzara la legítima corona.
Frente a ella, a los pies de las escaleras, había otras dos personas. Se darían cuenta enseguida que ninguna era Akio (por la estatura y tal, entre otras cosas).
El primero se trataba de un hombre joven, ataviado con un uniforme que combinaba piezas de armadura, sin casco. Les observó como si le importunara personalmente su retraso, mientras se mantenía firme en su sitio.
El segundo, era una persona (más alta que el hombre) cubierta por una capa negra que se tapaba la cara con una máscara, y no dejaba a la capucha pasar ni un pelo. Sin embargo, a juzgar por su figura, resultaba obvio que se trataba de una mujer. Se arrodilló de buena gana, sin decir ni mu, cuando el guardia lo ordenó.
Humbert avanzó hasta alienarse con los otros dos, haciendo señas disimuladas para que le imitaran, y se arrodilló frente a la Reina.
Si los aprendices le imitaban o no, pasaría por el momento desapercibido, puesto que Grimhilde dirigió su severa mirada hacia el caballero. No abrió la boca, pero la exigencia de que le mostrara respeto estaba implícita en el contexto. El hombre, consciente, tosió y se excusó:
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Ofrecí mi espada y mi honor a mis señores, y no me doblegaré ante ningún otro Rey. La Reina no le respondió, pero no apartó la mirada. Si había algo que le había desagradado fuera, era comparable a lo que sentía ahora hacia el joven. Estaba a punto de abrir la boca para dar su veredicto (de algún tipo de juicio que se acababa de celebrar silenciosamente), cuando el caballero decidió recular.
―
Mas por todos es conocida vuestra belleza, y tras comprobarlo con humildes ojos, he de arrodillarme ante ella ―E hincó la rodilla.
Pareció sumamente complacida, porque esbozó una pequeña sonrisa antes de volver a adoptar una expresión de profundo disgusto.
―
Os he convocado ―anunció, con voz potente y elevando la cabeza sobre todos ellos, digna de su posición―
con el fin de que exterminéis a un monstruo que deambula por nuestro reino. Cazadlo y deshaceos de él, para que no cause más desdicha entre mi gente. He preparado un carromato que os llevará hasta la última localización donde fue visto y que os traerá de vuelta una vez completéis la tarea.»
Aquellos que regreséis para contarlo, con la prueba de su muerte, se os recompensará ampliamente. Y al afortunado que le dé muerte, le obsequiaré con algo especial: una pregunta ―dijo, alzando un dedo.
»
Si de sobra es conocida mi belleza ―miró con intención al caballero―
también lo será mi sabiduría. Cumplid la petición y os responderé hasta la pregunta más imposible que planteéis.Sonaba a locura. ¿Cómo podía saber alguien tanto, y arriesgarse a quedar en evidencia si se le preguntaba algo a lo que sería imposible contestar? Los aprendices, por supuesto, no tenían ni idea, y probablemente recelaran de su veracidad. En el pueblo, en cambio, otro gallo cantaba.
―
La criatura a la que os enfrentaréis ―continuó―
es un ser como ningún otro que hayáis visto. Negro, sin forma y con los ojos ámbar. Irrumpió en mi castillo semanas atrás y desde entonces azota el reino, como ya sabréis. No tengo más que deciros sobre él. Marchaos.El caballero y Humbert se pusieron en pie, dispuestos a obedecer y a retirarse; sin embargo, la tercera cazadora se quedó en su sitio, e intervino:
―
Mi reina…Grimhilde volvía a mirar con desagrado, esta vez con foco en la mujer. Incluso se permitió elevar una ceja, en señal de indignación por el rostro tapado de la cazadora. Puesto que acababa de percatarse, e incluso así no se fijaba todavía en el casco de Kei, dio a entender que no les había prestado durante toda su charla ni un mínimo de su atención.
No obstante, dejó que tomara la palabra.
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Suplico que me concedáis otro minuto más de vuestro tiempo. Decidme, ¿qué sabéis de la maldición de la criatura?―
Lo mismo que habréis escuchado de nuestros supervivientes ―se cruzó galantemente de brazos―.
Enloquece la mente y corrompe los corazones de las gentes. Las masacres producidas se han hecho, en su mayoría, entre vecinos e iguales.―
¿Y no sucedió lo mismo en el castillo, cuando os visitó?―
No tientes mi paciencia ―respondió, con un inusitado y repentino odio en cada palabra, hacia lo que consideraba una muestra mucho más que irrespetuosa.
La mujer, visto el ambiente, no insistió. Se levantó, inclinó la cabeza en señal de sumisión y fue la primera en salir de la sala.
Por el contrario, pese a que la Reina les había despachado anteriormente, la intervención de esta les había dejado en la suficiente buena posición (en comparación con los otros dos) para que Grimhilde se dirigiera directamente a ellos, desde su trono. A Kei y Neru específicamente. Ignoró el casco de la chica, puesto que había hecho lo mismo con la máscara.
―
¿Hay alguna otra cuestión que queráis plantearme?Por último, miró a Humbert y movió la cabeza hacia la puerta. Captando el mensaje, el cazador se inclinó en señal de despedida, y salió tras la mujer. El único que se quedó a esperarles fue el caballero.
AdamSentarse en el pozo provocó la indignación de las palomas, que hasta entonces habían estado inusitadamente atentas a la muchacha. Sin embargo, en vez de echar a volar espantadas, se movieron a un lado para dejarle espacio, aletearon un par de veces las alas hacia Adam en señal de castigo y volvieron la vista de nuevo hacia la chica.
Quién reía, por el espectáculo de las palomas y la presentación de Adam.
―
Oh, ¡hola! El mío es Blancanieves ―se presentó, con una dulce sonrisa, mientras tiraba de la cuerda del pozo―.
La Reina me ha ordenado limpiar el patio para recibir apropiadamente a los cazadores. Pero yo sola no he podido hacerlo a tiempo ―Suspiró, resignada―.
Más tarde me regañará.Continuó tirando de la cuerda, tarareando para sí misma, hasta que llegó a un punto en el que se paró y no pudo seguir alzando el cubo lleno de agua, por mucho que lo intentó.
―
Pues creo que se me acaba de atascar ―le comentó, pasándole la cuerda―.
¿Eres fuerte?Aceptara Adam o no la petición (tarea con la que podría cumplir haciendo un poquito de fuerza, dada la cantidad que tenía), Blancanieves se inclinó a observar el interior del pozo, que le devolvía el reflejo de ambos. Cuando no hablaba, tarareaba para sí.
―
¿Eres uno de ellos? ―preguntó con educación, aunque conocía la respuesta―.
Uno de los cazadores. No pareces peligroso. ―Uno de los comentarios más desafortunados que haría en su vida―.
¿Y no te da miedo esa criatura? Partirás a luchar contra ella.Parecía preocupada por el monstruo. Por Adam, y por la partida de cazadores que iban a ir en pos de él. No obstante, no dijo nada más. En su lugar, se le ocurrió una idea que le comentó a todo su público. Sí, palomas incluidas.
―
¿Os cuento un secreto? ¿Me lo guardaréis? ―Las palomas asintieron y Blancanieves rio, mirando a Adam, y recitando a continuación―.
Ahora el pozo de los sueños veis. Puede un sueño suceder, si se lo pides tú. Y al repetirlo en el eco, tu sueño ve la luz.»
Deseo…El pozo le devolvió el eco. Y las palomas, asustadas, se fueron volando, aunque no se alejaron más que unos metros. En cuanto comprobaron que no era peligroso, volvieron a acercarse al lado de Adam.
Deseo.
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Por favor, amor. Que vengas…Que vengas.
―
Tú hoy…Tú hoy.
―
Y sueño… con oír tu voz… Que me hables… de amor… ―El eco fue repitiendo poco a poco el canto, hasta que la última nota se apagó.
Blancanieves elevó la vista a Adam y le sonrió otra vez.
―
Ahora, tú ―insistió la muchacha―.
¿Qué sueño deseas pedirle?Adam podría asomarse y pedir su deseo, si acaso creía en la magia del pozo, quería contentar a la muchacha o iba a probar suerte. No necesitaría cantar, aunque el ambiente prácticamente lo exigía.
En cualquier caso, apenas tuvo tiempo para seguir la conversación con Blancanieves. Alrededor del pozo habían aparecido, surgidos de la oscuridad, tres sincorazón. Uno sujetado a la enredadera y los otros dos volando a cada lado.
Todas las palomas huyeron de nuevo despavoridas, y esta vez no regresaron. Blancanieves se echó al suelo, cubriéndose con los brazos y asustada, porque los sincorazón solo tenían ojos para ella.
Fecha límite: 11 de febrero.