―A mi casa ―le había confesado antes Burke a Light―. Tuvimos que huir, por si el monstruo regresaba. No me dejaron volver a por nada.
Por eso, a petición del niño, el aprendiz optó por el camino que este le había sugerido. Las casas, como podría comprobar si echaba un vistazo a alguna, habían sido abandonadas con precipitación. En algunas, incluso llegaba el olor de la comida mugrienta, que se ha dejado a medio consumir cuando comenzó el ataque. Pero si de algo había que admirar a los vasallos de la Reina es que no había quedado ningún cuerpo sin recoger, aunque nadie se había molestado en limpiar las huellas de la batalla.
Light reconocería la casa de Burke enseguida. Al igual que el lugar donde encontró al niño por primera vez, tenía incienso encendido sobre el alféizar de una ventana, y esparcía un olor suave y aromático por toda la calle. Burke entró con confianza y empezó a recoger algunas cosas que fue metiendo en una bolsa de lona, como ropa, juguetes de madera, velas, cuchillos, etc.
Se detuvo un momento para contemplar una pintura que alguien había pegado en la pared de una chica morena, burda y deforme porque el autor no sabía dibujar. Daba a entender su hermosura a través de las flores y rayos de sol que habían puesto a su alrededor. Tras pensárselo un momento, la dejó en su sitio y siguió con la selección.
―Oye, Light ―le llamó un momento, mirándole a los ojos fijamente―. A ti no te pasó nada. ¿Por qué?
Dejó de rebuscar cosas y se colgó la bolsa al hombro, asintiendo hacia Light para darle a entender que había terminado. Cuando salieron de la casa, no se molestó en cerrar tras de sí la puerta.
―¿Y qué buscas? Conozco el pueblo. Te puedo guiar ―se ofreció. Quizá haciéndose el valiente, porque no parecía afectado por la desolación manifiesta.
Enseguida descubrieron cuál era el origen del olor. Procedía de un jardín entre las calles, vallado y ahora, abandonado. Los árboles se habían marchitado y se habían caído todas sus frutas al suelo, podridas y calentadas bajo el sol. Si se fijaba, comprobarían que eran manzanas.
Allí no verían nada de interés, salvo que algunas estaban fuera del jardín y mordisqueadas, como si se hubieran alimentado de ellas. Incluso formaban un caminito hacia una de las casas vacías, aunque en su interior no había nada fuera de lo normal.
Entonces, comenzó. Lo primero que se lo indicaría a Keiko fue un mensaje tallado en el tronco de uno de los árboles, que solo ella vería por mucho que se lo señalara a Neru. En él figuraban sus dos nombres en una simple frase: ¿Keiko o Neru?
Y cuando mirase a su compañero, vería una figura negra a su espalda, sin una forma definida, que la miraba con redondeados ojos amarillos.
―No es de fiar ―le dijo a Keiko. Fue una voz que solo ella escucharía y que, de hecho, de intentar señalarle la figura a Neru, él no podría verla, a pesar de estar constantemente a su espalda―. Cuando llegue el momento, te traicionará. Él también busca algo. Usará a la Reina para encontrarlo. ¿Y qué hay de tu hermano? No le importa. No le importas. Podemos dejarlo fuera de juego. Acaba con él antes de que eso suceda… o yo acabaré contigo.
Extendió una especie de garra por encima del hombro de Neru, invitando a Keiko a que le atacara. Pero no haría nada hasta que ella se decidiera.
Por otro lado, Neru recibió un mensaje de Akio en su móvil: Voy hacia allí. ¿Qué ha pasado?
Minna se detuvo a esperarle, en jarras, y (seguramente) pensando que le había tocado el peor de los compañeros.
―¿A qué viene ese ánimo? ―preguntó, malhumorada.― Vamos a por una bestia tan grande como una casa, capaz de maldecirnos y de merendarnos de un bocado. ¿Te crees que esto es una excursión?
Al igual que Light, Adam podría comprobar el interior de las casas y no hallaría en ellas nada fuera de lo común. Hasta que, enfrente de una, Minna le detuvo con el brazo y señaló una marca de garras que había en una de las puertas. En silencio y con cuidado, la cazadora y el aprendiz entraron y deambularon habitación por habitación en busca de algo más. Casi ninguna pared había quedado exenta de arañazos o roturas, como si se hubieran producido fuertes peleas.
―Qué raro. Si el Missgunst es la criatura que vimos el otro día ―preguntó en voz alta―, ¿cómo algo tan grande puede entrar en una casa?
Adam quizá se hiciera una idea de la razón. En cualquier caso, salieron de nuevo con las manos vacías, y en la siguiente casa con arañazos, Minna volvió a repetir el mismo proceso. Entró y en esta ocasión… sí halló algo nuevo.
Decenas de ojos ámbar les devolvía la mirada. Decenas de sombras, tanto en el suelo como subidas a muebles, en una especie de reunión familiar, giraron sus cabezas al unísono hacia los dos corazones que acaban de entrar. Inmediatamente, Minna sacó el arco y preparó una flecha, pero enseguida se arrepintió.
―¡Son demasiados! ¡Vámonos!
Intentó retroceder y cerrar la puerta de la casa, como si eso fuera a impedirles salir. Al contrario que Adam, no conocía a los sincorazón y pensaba en huir por la calle fuera de su alcance. Ahora bien, ¿qué haría Adam?
Fecha límite: 2 de mayo.