SaekoÚrsula denegó la tablilla como ofrenda. Le había dicho de forma explícita que se quedaría ella misma con el objeto que Saeko usase para liberar a Harold y una tablilla, cuyo contenido ya sabía mediante Harold (había sido uno de los precios a pagar) no le servía de nada.
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Debes llevárselo antes de que se ponga el sol ―explicó Úrsula―.
Y te queda poco tiempo, sí. Suficiente con mi ayuda. Mis pequeñines te guiarán si así lo quieres ―ofreció, como había supuesto la chica, a las dos moneras―.
Cumpliré con lo prometido, querida. Al fin y al cabo, una vez llegues, ellos me devolverán lo que me pertenece. ―Dejó la frase en el aire, aunque Saeko podía imaginarse el final de esta: las moneras le llevarían el objeto sacrificado… o a Harold.
Saeko aceptó con agrado el ofrecimiento de Úrsula y se aprovechó de ello. Cuando la bruja le había dicho que le enseñaría lo que quisiera, estaba pensando en alguna imagen concreta de aquel mundo (el Rey o sus compañeras, por ejemplo). Por eso no pareció contenta cuando la aprendiza le preguntó sobre el Templo.
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Querida, me parece que eso es información que no te concierne ―le dijo con amabilidad.
Sin embargo, pasó la mano por encima de la imagen y volvió a transformarse: ahora, Saeko vería una enorme puerta doble, empotrada en una pared blanca y artificial que se había construido en el fondo de una caverna. La puerta tenía en el centro una gran cerradura brillante. Y ante ella, había dos personas que se acercaban al coloso. Reconoció a una como el tritón de una imagen anterior; la otra, en cambio, era un caballito de mar algo extraño.
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Este es el Templo del Agua. Es un lugar al que nadie se ha adentrado desde hace siglos y que guarda algo más allá de este mundo. Harold ha estado indagando acerca del misterio que le rodea. Según tengo entendido, ha molestado mucho al bueno de Tritón ―se rio entre dientes―.
Podrás preguntárselo tú misma si accedes.Materializó en su mano un pergamino que se desenrolló frente a Saeko. En él, podría leer las mismas cláusulas que Úrsula le había explicado: la bruja obtendría información de su mente y, a cambio, ella recibiría un objeto que liberaría a Harold de su trato (y que más tarde Úrsula se quedaría como pago).
For all eternity
signed,
_____Las condiciones del trato eran las mismas que se habían planteado desde el inicio. Si había trampa en ellas, la aprendiza no podía saberlo. No podía quejarse de la predisposición de la bruja a brindarle las comodidades necesarias, aunque sí sospechar. En cualquier caso, ya había decidido que aceptaría si los detalles eran tolerables. Firmó con una pluma que le entregó la bruja.
El pergamino se enrolló sobre sí mismo y Úrsula lo estrujó entre sus manos, con una desquiciada mirada que hasta entonces había ocultado muy bien y una perversa sonrisa que no le presagiaba nada bueno al cocodrilo. Empezó a remover otra vez la bruma de su caldero y de él surgieron dos brazos intangibles cuyas manos se posaron sobre la cabeza de Saeko.
La aprendiza no sintió nada. No hubo dolor, solo una sensación desagradable. Y una vez las manos se retiraran, se daría cuenta de que no sabía qué era lo que le había enseñado, aunque por contrato no podía haber indagado en nada que no estuviera pactado.
A continuación, Úrsula le pidió que le hiciera entrega de su objeto personal. Saeko escogió los protectores, que echó sobre el caldero junto a un montón de frascos que fue sacando de un armario, totalmente concentrada en su tarea. Tras una última explosión en el interior de este, los protectores flotaron hasta su anterior dueña. Saeko no notaría nada raro en ellos.
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A Harold le queda menos de una hora. No llegarías en tu estado actual. Pero, como te he dicho, te ayudaré. ―Chasqueó los dedos―.
Adiós, querida.Las moneras se enroscaron alrededor del cocodrilo y, como por arte de magia, los tres animales desaparecieron.
Protectores oculares eliminados.
Este es el último turno antes del atardecer.
Maya y SaekoHarold se quedó completamente impresionado. Comenzó a llorar y a balbucear cosas incomprensibles, mientras se dejaba arrastrar por Maya. La aprendiza no sabía qué se le había pasado por la cabeza, pero fuera lo que fuese, había renunciado a ello.
Bucearon hasta el fondo de la caverna. En ella, había una costa sobre la que se erigía una pared blanca y artificial que se había construido entre la roca. Como habían visto en la distancia, lo único allí de interés era la gran puerta doble que emitía ese fulgor azulado, con la cerradura en mitad de su superficie.
En la costa, Harold depositó a River con cuidado sobre la tierra y, con la magia de viento, les hizo levitar a él y a Maya para que pudieran flotar hasta quedar frente al portón. Dio por hecho que la aprendiza quería verlo de cerca y saber más cosas sobre la leyenda. Al igual que con Vivian, decidió confiar a ella el conocimiento del que disponía, con la esperanza de que esta vez el resultado fuera diferente.
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Esta es la primera vez que vengo aquí con alguien ―confesó, sin tartamudeo, aunque no era capaz de mirar a Maya―.
Solo me acercaba para mirarlo de vez en cuando, pero nunca he podido ir más allá. Encontré algunas tablillas en ruinas arqueológicas que hablaban sobre este Templo. Decían que en su interior se había guardado un tesoro de incalculable valor, e incomprensible para nadie de este mundo. Y que debía quedarse aquí, o algo horrible sucedería. ―Esta vez sí, miró a Maya, avergonzado―.
Es decir, e-eso po-ponía. Parece muy exagerado. Se supone que la única forma de abrirlo es con una llave especial que hay «más allá de estos mares», pero no sé a qué puede referirse. Vivian… ―hizo una pausa―
no habría podido acceder a él. Ni ella, ni nadie. Aunque… me encantaría saber qué hay dentro… ―Se volvió hacia Maya―.
Gracias. Por todo. Eres… muy buena amiga. ―Lloriqueó de nuevo.
Iba a ser una situación incómoda. Podía probar a abrir la cerradura para descubrir qué había allí, pero, ¿sería algo inteligente? Si no lo sellaba después, quizá otras personas fueran a por el botín. Si oteaba al navío, vería que los cazadores habían logrado echar unas cuantas barcas al agua y aquellos que habían salvado la vida se alejaban hacia la salida de la cueva, en retirada. Además, lo que fuera que hubiese dentro era algo «sagrado» de ese mundo, puede que no debiera moverlo de allí, como aconsejaban.
En aquel momento, Saeko y las dos moneras aparecieron bajo el agua, y estas guiaron al cocodrilo hasta la superficie. Se hallaba en el interior de la misma caverna que había visto en la imagen, totalmente oscura salvo por dos luces: una azul, muy cercana; y otra roja, procedente de un barco que había naufragado en el otro extremo.
Frente a ella, vería el islote, la puerta y, sobre todo, a las dos personas que ya conocía (flotando en el aire, por cierto). Harold debía de ser una de ellas. Y si quería entregarle el objeto que le salvaría, debía de darse prisa. No obstante, las moneras, a su alrededor, aún tenían algo más que decir:
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Pobre alma en desgracia…―
… ella no sabe la verdad…―
Está a punto de cometer un terrible error…Cuando estuvieron seguros de haber captado la atención de Saeko, continuaron explicando la parte no vinculada al trato que nadie se había tomado la molestia de relatarle.
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Dos contratos firmó Úrsula a dos criaturas diferentes…―
Una se salvará y la otra sucumbirá, no hay final feliz posible para ambas, pues una entregó en su trato a la otra…―
Entregó a aquel al que acudes. Si él vive, a su amigo Squirt condenará…―
¿Y es eso lo que él quiere…?―
El tiempo se agota. Sálvalo o déjalo decidir. Pero… ¿qué te conviene más?Después de darle la críptica información, las moneras volvieron a hundirse, a la espera de que se desarrollaran los acontecimientos. Al atardecer, se llevarían la nueva pertenencia de Úrsula a su ama.
¿Qué haría? Por no hablar de que quizá Harold no quisiera contarle nada del Templo, al ser algo tan personal y secreto…
Colibritany y NicoxaEl Rey Tritón se giró ceñudo hacia las aprendizas, puesto que no les había prestado atención durante la discusión con su hija para interrumpirla tan abruptamente con una petición diferente al tema de la riña.
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Me he desecho de esas criaturas. No las toleraré en mi reino mientras sea el rey ―aclaró, mirándolas ceñudo―.
Y tal como dices, ese amor es un error. Y por lo tanto, debe corregirse.Visiblemente enfadado, e ignorando su petición por el momento, se giró de nuevo hacia su hija, que se escondía detrás de la estatua del príncipe.
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Quieras o no voy a hacer que me obedezcas ―le advirtió, fuera de sí―.
Y si solo puedo lograrlo de esta forma… que así sea.El tridente que portaba el Rey brilló y lo dirigió hacia uno de los rincones al azar de la gruta. De él salió un rayo amarillo que hizo explotar su objetivo (un globo terráqueo, libros, cuadros…); a continuación, siguió cebándose y destruyendo todas y cada una de las preciadas reliquias (y baratijas) que Ariel había estado reuniendo. La sirenita gritó, rogó y suplicó que parara, pero Tritón no tuvo compasión.
La gruta estaba en caos. Miles de piezas flotaban, destruidas, y el pelo de Nicoxa se había puesto tieso por la cercanía de tantos rayos. Las aprendizas incluso tuvieron que refugiarse tras la misma roca que Sebastián para asegurarse de que no se ponían en el camino del desquiciado Rey.
Finalmente, Ariel se abalanzó sobre su padre para intentar detenerlo y, al hacerlo, le dio la vía libre para su último castigo: apuntó a la estatua y, al igual que todo lo demás, explotó en pedazos.
Destrozada, salió llorando de la gruta. Flounder, sin pensarlo dos veces, se fue tras ella. Independientemente de si las aprendizas querían seguirla o no (si les importaba algo), tenían otros asuntos en ese momento. El Rey, por fin, les prestó atención. Aún parecía algo alterado por la reciente situación, pero se mostró serio y sereno.
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Si es cierto que habéis salvado antes a mi hija, os estoy agradecido. Pero veo que conocéis la existencia de los sincorazón ―les caló, puesto que a Nicoxa se le había «escapado» la palabra―
y no os había visto nunca por mis dominios. Sois de otro mundo, ¿me equivoco? Ya que os habéis tomado la molestia de violar las reglas y venir a este por ese asunto tan importante, hablad. ¿Qué queréis de mí?No parecía que fuera a invitarlas a palacio para la audiencia, sino que esperaba que trataran el tema allí mismo, entre los sueños rotos de su hija.
Debían elegir bien sus palabras. Ya sabían un poco cómo era, el poder que tenía y qué había pasado con su anterior interlocutora. Ahora había llegado su turno.
Fecha límite: 6 de julio.