BavolLa confusión de Bavol se hizo patente de inmediato y, de nuevo sonriendo taimadamente, se deslizó hasta su tocador mientras el renacuajo la culpabilizaba y preguntaba acerca del caso de Harold. Como si no le interesara el batiburrillo de este, se estuvo pintando los labios de carmesí y admirando su propio reflejo.
Solo cuando hubo terminado, le miró a través del espejo del tocador y, con uno de sus tentáculos, le indicó que se acercara a ella. Parecía no importarle la patente desconfianza del niño.
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Mi pequeño y querido Squirt acudió a mí porque soñaba bobamente con mundos más allá de estas aguas ―Miró de reojo a Bavol―.
Le pregunté qué estaba dispuesto a sacrificar y me ofreció a su tierno amigo Harold. ¿Cómo iba a negarme a cumplir su más preciado deseo? ―Contuvo una risa―.
Y me temo que no puedo cancelar un trato aún en marcha. Harold tiene hasta la puesta de sol para traerme el lirio. Si no lo hace, me pertenecerá. Pero como te he dicho antes, hay una forma de salvarlo.Entonces, abrió uno de los cajones del tocador y sacó un cofre dorado, que depositó con cuidado. Como buen portador, Bavol vería con claridad la cerradura que lo mantenía sellado, y cómo la bruja introducía la llave correspondiente. En su interior, vio una esfera preciosa, de luz blanca, que Úrsula cogió para sostenerla sobre su mano y enseñársela. Si intentaba hacer el intento de cogerla, no le dejaría.
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¿Sabes qué es esto? Hace tiempo, un joven como tú, de aspecto tan insólito y procedente de aguas muy lejanas ―Otra vez, hizo el gesto de contener la risa―
vino para intentar conseguir dos de estas perlas. A cambio de decirle el paradero de ambas, me prometió que me traería una de ellas. Se marchó sin cumplir su parte del trato y, hasta hace muy poco, no he obtenido mi premio. Y por lo que tengo entendido, ninguna llegó hasta las manos deseadas. El chico traicionó a la organización para la que trabajaba.»
Esto es lo que te ofrezco, mi querido Bavol: te olvidas del asunto de Harold y, a cambio, te entrego esta perla. A mí ya no me sirve para nada. Estoy segura de que, de dónde vienes, te agradecerán habérsela devuelto. La habrán dado por perdida y te garantizo de que así será, salvo que accedas a mi petición.En ningún momento le había dicho que fuera extranjero o que estuviera vinculado con el chico de su historia. Sin embargo, si se lo preguntaba, Úrsula simplemente enarcaría una ceja.
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Conozco muchos secretos, cariño, de aquí y de allí. Pero para que lleguen a buen puerto nuestras negociaciones, lo mejor será que no indaguemos en lo que el otro sabe, ¿no te parece? Podría enfadarme ―sonrió―.
Y ahora, dime, ¿hay trato?Era bastante justo, para tratarse de ella (demasiado). Aun así, Bavol ya había dejado claro que su principal objetivo era salvar a Harold, tal y como le había pedido Yami. Misión que, por cierto, estaba fuera de las normas de la Orden, puesto que se estaban inmiscuyendo en los asuntos de aquel mundo. En cambio, Úrsula le había dejado caer que la Perla era un bien codiciado por Tierra de Partida. Si regresaba con ella, los Maestros se quedarían impresionados.
Por tanto, todo se reducía a cómo quería actuar Bavol: ¿a favor de sus propios intereses (salvando a un único tritón) o a los de Tierra de Partida (llevándoles algo que querían)? Úrsula le dejó meditar la respuesta, mientras guardaba de nuevo la Perla en el cofre. Solo añadiría:
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Como ya te dije, puedo hacerte entrega de una forma de salvar a Harold en caso de que rechaces la oferta. Pero piénsalo bien: si aceptas mi obsequio, aún te quedan varias horas por delante y nada te impediría ir a por un lirio, entregárselo a Harold y hacerle venir aquí. Tú mismo no podrías, claro, porque nuestro trato te obligaría a desvincularte, aunque yo no puedo impedirte que salgas a buscar flores, ¿no crees, querido?Úrsula no se molestaba en ocultar que le interesaba que aceptara el primer acuerdo. No obstante, de rechazarlo, Bavol sabía que perdería la Perla. Como apunte, el niño desconocía su uso o importancia, y aunque le preguntara a la bruja, esta solo sonreiría en respuesta. No iba a decírselo.
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Bien, mi siguiente oferta sería la siguiente: te entregaré un objeto mágico que, en manos de Harold, le liberará de todo trato que haya hecho conmigo por unos pequeños tecnicismos del contrato. A cambio, tú estarás atado a mí o, en otras palabras, me deberás un favor. Nada de matar, por favor, no sé cómo puedes tener una imagen así de mí. Cualquier cosa que te pida tendrás que obedecerla, y una vez lo hayas hecho, nuestro negocio habrá concluido. No será ahora. Mi pequeño deseo lo reservaré para el futuro. Parecía justo también (demasiado). Por supuesto, atarse de esa manera a la bruja era muy peligroso, incluso si ella le aseguraba que no iría contra los principios del pequeño. Lo único bueno es que si no había un plazo establecido para que él recibiera su orden, quizá con alejarse para siempre de la bruja bastase para no tener que cumplirla. ¿Acaso no había hecho lo mismo el chico de la historia?
Podía intentar negociar cualquiera de los dos tratos. Ya sabía que Úrsula no era de fiar y que se la había jugado a Harold poniendo a su amigo Squirt en contra. Por lo tanto, ¿qué retorcidos planes estaría fraguando tras esos dos inocentes encargos?
SaekoEl pez globo se inclinó junto a Saeko (aún a una prudente distancia de su mandíbula) para observar las tablillas. Sin embargo, si la muchacha se fijaba bien, vería que sus ojos recorrían sobre todo los dibujos y no distinguía las letras de estos. No sabía leer.
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¿Vivian? ¿Quién es Vivian? ¿Tiene algo que ver con el templo? ―preguntó nerviosamente―.
¡No conozco a nadie así! ―decretó, para decepción de Saeko.
A continuación, la muchacha recogió el trabajo de Harold para llevárselo consigo a la gruta. Tendría que haber insistido un poco más en que fuera con ella, porque el pez globo negó con vehemencia la cabeza. Estaba preocupado por su amigo, pero se negaba en rotundo a ser comido por esas moneras, como había mencionado antes.
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Mi nombre es Kipli. ¡Buena suerte! ¡Trae a Harold!Puesto que no tenía nada más que hacer allí, partió hacia la gruta de la bruja. Estaba muy bien señalizado, casi para un niño, puesto que indicaba los jardines, rocas con extraña forma o construcciones que debía localizar durante el recorrido para no perderse. Enseguida pudo ver en vivo la misma imagen de la tablilla:
En la boca del monstruoso rocoso, surgieron dos morenas que habían abandonado el interior disimuladamente, dejando a su ama con el huésped que estaba recibiendo. A su alrededor, Saeko solo vería a un delfín (con una esfera en la boca), que se alejaba en otra dirección de la gruta.
Al acercarse, las moneras le cerrarían el paso y empezarían a nadar alrededor de ella, examinándola. Ambas tenían un ojo ámbar muy siniestro, y a ninguna le pasó inadvertidas las tablillas que sostenía contra sí.
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¿Buscas a Úrsula? ―preguntaron simplemente, a la vez.
En caso de que su respuesta fuera afirmativa, le acompañarían al interior. El túnel inmediato era, en una palabra, escalofriante. Una especie de algas se extendían por todo el suelo, en aquel estrecho espacio, con cabezas y expresiones en ellas de tortura y suplicio. Emitían un chirrido de lamento, mirando a Saeko como si le estuvieran implorando. Varias intentaron agarrar las patas del caimán, aunque ninguna tenía suficiente sujeción.
Durante el trayecto, Saeko podría preguntar a las moneras lo que quisiera. Supo que sería el último momento en el que pudiera hacerlo, porque escuchó un rumor de voces al final de la caverna. Una vez llegara hasta donde la bruja, tendría compañía.
River y MayaLas palabras de River, pese a hacerlo lloriquear un poco, lograron el efecto deseado en Harold. Se serenó, asintió con convicción (más para sí mismo que para ella) y trató de controlar mejor los nervios. Seguía sin ser un chico de acción, pero intentaría al menos no estorbar. Escuchó las indicaciones de la muchacha y, aunque abrió la boca, recapacitó y no dijo nada. Actuaría tal y como le había dicho.
Al mismo tiempo, Maya se presentaba como una desamparada y pobre niña que había naufragado y, por azar del destino, había acabado en aquel navío. El capitán frunció el ceño, porque como bien había supuesto la muchacha, la historia lacrimógena le daba absolutamente igual.
A su alrededor, unos cuantos marineros se habían parado con curiosidad para ver qué ocurría. No obstante, la decisión recaía en el capitán, que meditó la respuesta.
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¡Eh, tú! ―ordenó a uno que, de nuevo, estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado, ignorando a Maya―.
¡Coge a la niña y llévatela a la bodega! Mi corazón no es tan negro como para tirar por la borda a una renacuaja del demonio, pero podemos abandonarla en el primer islote que atisbemos.El interpelado agarró a Maya del brazo y la arrastró hasta una escotilla. Por ella salía en ese momento otro marinero, cargando como si fuera un saco de patatas a una joven, de cabello castaño y mirada dura, a quien le habían atado las manos y los pies. Observó a Maya, impasible, y sin razón aparente le sacó la lengua.
El marinero encargado de «escoltarla» quiso cogerla como hacía su compañero con la otra, para bajarla por la escalerilla más fácilmente hasta la bodega. Quizá fuera el último momento para resistirse y escapar de sus garras, porque muy probablemente la atarían una vez estuviera abajo. Aunque quizá hubiera algo interesante.
Entonces, comenzó el ataque de River. A pesar de las previsiones de la portadora, fue vista por absolutamente todos los miembros del barco en cuanto saltó a cubierta y lanzó el
Aqua al timonel. Al fin y al cabo, estaban en una zona elevada respecto a las demás y el resto de tripulantes no eran sordos y escucharon el grito de sorpresa del hombre al caer.
Aun así, como suponía, el timonel se resbaló con el agua que apareció mágicamente y cayó de culo. Para entonces, Harold se había impulsado desde la barandilla y, como pudo comprobar River,
flotaba. Literalmente. Parecía saber volar, aunque no lo dominara muy bien. En cualquier caso, se puso sobre el timonel y esperó hasta que la chica le hubo pasado una cuerda para atarle.
No hizo falta que River le metiera más miedo. En cuanto escuchó la pregunta, tras quejarse del dolor un par de veces, respondió dócilmente:
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¡En la bodega…!Para entonces, varios hombres se acercaban para mirar qué había ocurrido y algunos ya les vieron con claridad. Inmediatamente, sacaron las armas y dieron la voz de alarma. En apenas unos segundos, estuvieron rodeados de marineros armados con arpones y redes, dispuestos a cazarlos. Harold miró inquisitivamente a River, esperando su decisión.
A pesar de tenerlos acorralados, ninguno de los hombres entró en acción. Les vigilaban de cerca y se habían interpuesto entre ellos y el mar, pero esperaban algo. O más bien, a alguien.
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¡Malditos peces! ¡Hoy no nos interesan vuestras cabezas! ―refunfuñó el capitán, adelantándose a todos los hombres para verles―.
¡Tiene gracia! ¡Sois jodidamente difíciles de capturar y, para una vez que no os buscamos, venís expresamente a molestarnos! ¡Pues no es un buen momento! ―les miró con odio con su único ojo, como si les culpara de todos sus problemas―.
¿Quiénes sois y qué queréis? No finjáis. Sé que podéis hablar. Os he oído gritar cientos de veces. Y os juro que si intentáis algo raro, ordenaré a mis hombres aniquilaros para finiquitar rápido el asunto.Un gritó remató la situación, desde lo alto del palo mayor:
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¡TIERRA A LA VISTA!Todos miraron arriba y, después, al horizonte. Tras concienciarse de que se acercaban finalmente a su objetivo, fuera cual fuese, el capitán volvió a dirigirse hacia los intrusos, más que dispuesto a acabar cuanto antes con ellos si no obtenía buenas respuestas.
Nico y ColiMientras Colibritany se quedaba bailando con el cangrejo, muy metida en la canción como los demás peces, Nicoxa se fijó en la huida de la sirenita a la que habían ido a buscar. Abandonando el jardín antes de que finalizara la música, la siguió.
Al mirar atrás para comprobar que su vigilante no se había dado cuenta de su escapada, Ariel se fijó en Nicoxa y ella misma la invitó a que les acompañara:
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Flounder dice que ha encontrado algo increíble. ¿Quieres venir?Durante el camino, la sirenita observó con curiosidad las «aletas» de Nicoxa y su parecido con los vestidos humanos. Después de pensar en la extraña criatura que era, recordó cómo se habían conocido.
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¿Tú también quieres una audiencia con mi padre? ¿Por qué? ―preguntó―.
Lo siento, pero no puedo ayudaros. No quiero hablar con él. ¡Es tan injusto! Siempre me trata como a una niña y no me deja hacer nada. Él no entiende que hay tantas cosas allá fuera… ―Los ojos le brillaban mientras hablaba de alguna pasión secreta―
… tantas maravillas que no pueden ser tan malas… Y, ¿qué es lo que vas a enseñarnos, Flounder?―
¡Es una sorpresa! ―insistió el pez, que se había puesto al otro lado de Nicoxa y la observaba sin ocultar que le parecía raro su aspecto―.
Y, oye, ¿de dónde eres? No te había visto por Atlántica.Ariel y Flounder no eran, en absoluto, desconfiados. Aceptarían la respuesta que les diera por válida, aunque tampoco tendrían mucho tiempo de cuestionarla porque les esperaba una sorpresa al llegar a una explanada.
Había tres extrañas medusas pululando por allí, aunque a Nico no se le escaparía el símbolo de sincorazón que portaban todas ellas. Parecían rodear una zona en concreto, una roca anclada a una firme pared. Al detenerse Ariel y Flounder, y observar el camino cortado, la aprendiza podría comprender que ese era su destino.
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¿Qué son? ―preguntó Ariel―.
¿Creéis que nos dejarán pasar?Nico comprobaría que los sincorazón no se habían percatado aún de su presencia. Sin embargo, Ariel parecía firmemente decidida a intentar cruzar (puesto que era el único camino para llegar), esquivándolos simplemente. Estaba en su mano prevenirla antes.
Fecha límite: 22 de abril.
Zodiark (1), River (1), Mentos (1)