El combate fue, para mi sorpresa, rápido. Mientras corría, Barbossa me apuntó con su arma. No tuve apenas tiempo para pensar cuando un ruido sordo salió de ella. Esquivé la bala por los pelos, con el corazón a punto de estallar en mi pecho. Había faltado tan poco...
No hizo falta utilizar mi magia, puesto que el hechizo de Simbad se encargó de desequilibrarlo; algo que aprovechó mi compañera para arrollarlo con un poderoso hechizo acuático.
Suspiré, soltando la tensión contenida, mientras observaba al capitán pirata en el suelo, acompañado por el mono. No quería quitarle el ojo, por si aún le quedaban fuerzas para seguir luchando. No me apetecía que me dispararan de nuevo.
E hice bien en no hacerlo, pues Barbossa se incorporó; eso sí, a duras penas. Sin embargo, en cuanto estuvo en pie, se recolocó el sombrero, como si no acabara de sufrir ningún ataque. Apreté los dientes. ¿En verdad era tan poderoso?
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¡Necios. Cuánto más tardeis en darme esa moneda, más demonios aparecerán y cubrirán el mundo de sombras! ¡Y ni siquiera yo podré hacer nada!No me fiaba un pelo de él. No podía negar que la moneda era la causante de todo, ¿pero por qué dársela era la solución? Si no respondía a nuestras preguntas, ¿cómo íbamos a confiar en él?
Miré a Ronin esperando su reacción. Parecía... Dudar. Eso me hizo reflexionar: aunque hubiera otra posibilidad, no la conocíamos. Observé de refilón cómo Francis y Henry se recuperaban poco a poco y recibían la ayuda de Gibbs. Sentí que me liberaba de un gran peso en mi corazón. Pero aún quedaban asuntos pendientes
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Ronin... no... le escuches —susurró el Rey de la Montaña, dolorido.
El Maestro lo desoyó, dubitativo. ¿En quién confiaría, en su enemigo o en su aliado? Esperé su respuesta, sin pronunciarme. Porque en el fondo, confiaba en Ronin. Y comprendía que no teníamos muchas más opciones, contando con la resistencia (o tal vez incluso imbatibilidad) de nuestro enemigo.
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Explícate.Y, tal y como Barbossa había vaticinado, fueron apareciendo más Sincorazón. Me puse en guardia, por si se lanzaban al ataque de nuevo. Algo que podría suceder en cualquier momento.
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¡Barbossa! Estaba tan concentrada en los acontecimientos que no me percaté de la aparición de la mujer que habíamos dejado en la taberna. Y con ella, estaba el otro aprendiz de Bastión Hueco; que sujetaba a Rob, el hijo del Rey del Puerto. El muchacho, al ver la camisa sangrienta de su padre, trató de llegar hasta él.
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¡Padre! —gritó.
—
Yo que tú no intentaría escapar. No si no quieres morir. Lo mismo te digo a ti —amenazó, tanto a Rob como al aprendiz—.
Muy bien. Entregadle la moneda a Héctor Barbossa si no queréis que el muchacho muera.Entonces, para demostrar que sus palabras no eran en vano, arañó la mejilla del chico, provocando que apareciera una escarcha comenzó a extenderse. Miré a Fátima. No conocía mucho al muchacho, pero la otra Aprendiza tenía un vínculo más fuerte con él. Confiaba en que no hiciese ninguna tontería. No parecía una chica impulsiva, de cualquier modo.
El que sí trató de detenerla fue Henry, espada en mano. Afortunadamente, Francis lo detuvo; así que se limitó a mirar suplicante a Ronin. Lo estaba pasando verdaderamente mal. Nada quedaba de la tranquila melancolía que había conocido. Sólo veía dolor desesperante. En aquel momento no era el Rey del Puerto, sólo un padre que veía sufrir a su hijo.
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Ronin. Ronin, por favor. Mi hijo...Durante un largo minuto, el tiempo se paró. El único que se movía era el Maestro, mirando al capitán pirata y a la bruja. De él dependía todo, y hasta yo sentía la presión del momento. Hasta los Sincorazón lo respetaron, como si también pudiesen percibirla.
Finalmente, Ronin masculló algo que parecía una maldición y le arrojó el doblón maldito a Barbossa, que lo recogió casi grácilmente. Su sonrisa hizo que se me resolviese el estómago de asco e impotencia a partes iguales.
Su inesperada aliada reaccionó enseguida: su hechizó desapareció, teletransportándose después junto al capitán; el cual le hizo una carantoña a su mono mascota.
—
Siento que las cosas hayan terminado así, Henry, Francis... Pero no puedo dejar estos objetos en manos de cualquiera.Pero el Maestro no iba a dejarlo así como así.
—
¿Qué quieres decir? —
Quiero decir que es asunto mío, y de mi tripulación. Si quereis que los ataques terminen, tendréis que dejarnos marchar en paz.Entonces, durante unos segundos que me parecieron una eternidad, Ronin comenzó con un nuevo debate interno; a la vez que apretaba la empuñadura de su Llave-Espada. Y una vez más dejó que ganara el pirata, desinvocando su arma con un suspiro.
—
No confío en vosotros, Barbossa, pero por alguna razón nada te hace daño y no voy a poner más en peligro la vida de nadie con este combate. Idos.Él asintió conforme, indicándole algo a la bruja mientras volvía a cambiar su sombrero de posición. Ella miró a Simbad y al otro Aprendiz, antes de darnos la espalda con una mano alzada.
—
¡Ilua!La llamada del pirata la hizo detenerse unos segundos. Le devolvió una mirada llena de tristeza, y se la sostuvo antes de desaparecer con Barbossa del lugar.
Tras su marcha, me quedé quieta en mi posición, abrumada por los acontecimientos y el repentino silencio. Los piratas
malditos (cada vez estaba más convencida) habían ganado aquella batalla... Pero no la guerra, me dije a mí misma.
—
¿Puedes soltarme ya? —El chico rompió el silencio con sus crudas palabras.
Ya libre de la amenaza de la bruja, su padre corrió hacia los dos, alejando a Robert del Aprendiz y abrazándolo con fuerza. No pude evitar mirarlos con una media sonrisa. Pensé en mi padre.
En silencio, me acerqué a Fátima, haciéndole una seña para que nos dirigiéramos hacia Ronin, que de masajeaba el puente de la nariz. Yo también tenía los nervios pulverizados. Miró a Bastión Hueco, antes de decirnos:
—
... Dejadlos ir, nuestra misión ha terminado. —No hacía falta que lo dijese dos veces. Tanto los reyes (Henry sin soltar a Robert) como Ronin se alejaron, el último susurrando algo que sin duda significaba algo—:
Así que en realidad lo está arreglando... —
¿Ronin? —El Rey de acento francés se acercó a él, mirándonos con dudas.
Tras pasarse la mano por su cabello oscuro, el Maestro nos miró.
—
Chicos, nos vamos, tenemos mucho que hacer.Así, todos volvieron a la taberna. Suspiré. Pese a que había hecho todo lo posible, y estaba segura de que volveríamos; no podía evitar un regusto a derrota en la lengua. Busqué a Simbad con la mirada. Quería ir hasta él y hablar de todo aquello, pero no quería que mi Maestro me viera "confraternizando con el enemigo". Además, estaba cansada de todo aquello. Sólo quería ir a casa y dormir. Y tampoco sabría qué decir.
Me sorprendí un poco al ver al gitano mirándome, con un amago de sonrisa y un ademán de despedida. Le respondí a ambos gestos, sintiendo algo extraño en el estómago. Sí, sin duda estaba demasiado agotada.
Mientras esa sensación desaparecía poco a poco, me giré hacia Fátima sin borrar la sonrisa. Carraspeé.
—
Bueno, esto... ¿Vamos?Una vez respondiera, seguiría los pasos del grupo. Miré aún algo preocupada a Francis, Henry y Rob; aunque supe que se recuperarían. Por un momento, me sorprendí comparando al Rey de la Montaña con Simbad. Sacudí la cabeza alejando aquellos pensamientos extraños.
Una vez llegásemos, me mantendría cerca de Fátima y Ronin; sin saber muy bien qué hacer. No obstante, tenía algo bien claro.
Habían ganado una batalla, pero no la guerra. Y para la próxima... Yo estaría allí, de nuevo.
Y con esto y una patata, ¡trama acabada!
Déjale las rimas a Jeanne, Nuxal.
En fin, pese a este final algo abruptillo y un ritmo algo lento; he de decir que la trama me deja un buen sabor de boca. Me ha permitido volver a mi mundo natal y ligarme algo más a su trama. Y el simple hecho de poder conocer a Francis hace que le de un diez (??????).
En fin, a Suzu ya la tengo en Castillo de Bestia, y a los demás, ¡espero veros pronto~!
PD: este post está hecho desde el móvil. S.O.S.