SimbadIlua escuchó el razonamiento de Simbad sin interrumpirle. Mostraba una expresión seria, pero interesada, más interesada de lo normal. Entonces, en cuanto el muchacho terminó de proponer su idea, sus planes, ella esbozó una sonrisa tranquila, casi extraña en su faz gélida.
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Eres un chico muy listo, Simbad —murmuró y tomó su mano, aunque no siguió sus pasos y le retuvo. Simbad podría notar el tacto frío de su piel y el roce de la punta de sus uñas, coloreadas de celeste—.
Tenemos trato.Ella le soltó entonces y desvió la vista hacia el dibujo de la moneda por unos segundos. Fay, el gato negro, maulló y se restregó contra las piernas de su dueña. Finalmente Ilua volvió a mirar al aprendiz, soltando un suspiro.
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Si lo que buscas un barco que trae la misma oscuridad que esa moneda... No puede ser otro que La Perla Negra. —Aquel nombre sonaría oscuro y siniestro en sus labios y haría que a Simbad le recorría un escalofrío involuntario por la espalda—.
Es un barco maldito, igual que esa moneda. Allí dónde saquea, aparecen los demonios y lo destruyen todo. Nunca dejan supervivientes. —Por supuesto, aquello no era halagüeño—.
Pero nunca atacarían Tortuga, es el bastión de todos los piratas... De pronto Ilua se estremeció y sus ojos se abrieron un poquito más de lo normal. Fay bufó y se subió corriendo al jergón.
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No puede ser... —El murmullo de la mujer sonó asustado. Miró a Simbad, miró al dibujo y sacudió la cabeza. Se llevó la mano a la frente y sus dedos cubrieron parcialmente su rostro. Boqueó—.
Está aquí...Se descubrió el rostro, se precipitó hacia la puerta y la abrió. Ilua salió a la calle sin añadir nada más, de modo que a Simbad sólo le restaba seguirla, para ver que demonios estaba pasando. Si lo hacía, sus pasos le llevarían de nuevo al puerto, junto a las dársenas. Los pocos estibadores que hasta entonces habían estado trabajando en los navíos ahora se apelotonaban en los muelles y retrocedían atemorizados hacia el interior del puerto. La única que quedó por delante de los pequeños grupos de hombre fue Ilua, que contemplaba la bahía de Tortuga con su compostura fría. En cuanto Simbad se acercara, ella le señalaría un punto no muy lejano en el mar. Allí, recortado contra el azul claro del cielo y el oscuro del océano, avanzaba un buque negro que se acercaba a cada segundo que pasaba.
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Parece que no vas a tener que buscar el barco, él te ha encontrado a ti.Tal y como había dicho Ilua, si es que era cierto, ese barco no le sería hostil a Tortuga en particular, pero entonces dejaba dos preguntas en el aire: ¿Qué hacía allí? ¿Qué querría?
Y las más importante para Simbad: ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Esperar a que desembarcara el capitán para contactarlo? ¿Temerse lo peor? Podía ir a cualquier parte, volver a casa de Ilua, esperar en el puerto, o incluso retomar su idea de visitar al Rey si es que le parecía importante avisarle.
Fátima, Jeanne y AdamRobert se encogió de hombros ante la pregunta sobre Ilua. No parecía excesivamente preocupado por ese asunto.
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Yo que sé, será que le quito clientela con esos demonios. —Lanzo un hondo «Hmmmm» tras aquello y empezó a divagar—.
¿O será que sigue enfadada porque le robé aquel corsé... ?Mientras caminaban, Robert soltó una diatriba largas obre una lista inmensa de cosas que le había hecho a la dichosa Ilua y que por supuesto razonaba el porqué del supuesto odio de ella hacia el chico.
La cortó en seco cuando Fátima avistó a Jeanne y los presentó. El muchacho realizó un saludo informal, sin interrumpir a Fátima, y se quedó asombrosamente callado mientras las aprendizas, hechiceros para él, intercambiaban impresiones sobre su problema. Sin embargo se tensó mucho en cuanto Jeanne mencionó a la Perla y se mostró incómodo. De nuevo a cada poco miró a su alrededor, como si temiera que alguien pudiera oírles. Después de todo estaban en mitad de la calle.
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Oye, no creo que sea buena idea... —Empezó a decir nada más vio cómo Fátima esparramaba la chatarra en el suelo y la separaba—.
Geez, no importa.Se agachó para mirar más de cerca mientras ellas especulaban. Después arrugó la nariz y recogió sus objetos salvo la moneda de oro, que por supuesto dejó que Fátima se quedara. Ante su pregunta, él hizo el esfuerzo. Se levantó y metió los cacharros en sus bolsillos y chasqueó la lengua. Volvió a mirar en derredor.
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Esa moneda... Fue en la apuesta de aquella noche, la apostó un tipo. Se la gané. —Sonó confuso porque en verdad parecía decir todo lo que sabía de ello—.
Me llamó la atención claro, no todos los días ganas oro en los dados, pero... Pensé que sería un doblón normal y corriente...Robert se pasó la mano por el pelo, todavía pensativo.
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Sobre ese barco y Barbossa, no mucho más que lo que te ha contado él. —Señaló a Jeanne—.
No los he visto de cerca, ni al navío ni al capitán y no quiero hacerlo. Él se plantaba en ese asunto, como al principio había dejado claro, pero saltó como un resorte hacia Fátima para interponerse en su camino al ver que declaraban intención de visitar al Rey de la Montaña.
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¡U-Un momento, la Montaña está a una hora de viaje de aquí! ¿No preferís que mi padre le envíe un mensaje? ¡Sería mucho más sencillo!En su propuesta había algo de genuino, pero también de miedo por su parte y ellas no podrían saber si era por quedarse solo, aun sin moneda maldita, o porque no quería que fueran hacia allí. Fue entonces cuando se oyó el inconfundible
clip-clop de caballos a sus espaldas y una voz masculina desconocida. Tanto Fátima como Jeanne reconocerían sin problemas el acento francés.
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Eso no será necesario, Robert.Robert retrocedió un par de pasos. Tras Fátima y Jeanne, dos hombres refrenaron a sus corceles blancos. Uno de ellos, el desconocido, era un adulto joven, rubio, de ojos azules y muy guapo.
El otro no era tan desconocido.
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Así que estáis aquí —dijo Ronin—.
Os estaba buscando. Os presento a Francis Hardy, el Rey de la Montaña.El mentado saludó con una leve reverencia de cabeza. Ronin bajó del caballo y se acercó a las aprendizas. Le entregó las riendas a Jeanne.
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No hay mucho tiempo para hablar, se han complicado las cosas. Seguid a Hardy, va a reunirse con el Rey del Puerto. Me encontraré con vosotros allí, ellos os explicaran el problema. —Habló en voz baja, lo suficiente como para que ellas le oyeran, pero no así los piratas. Miró a Robert—.
Llevad al chico también, es mejor que su padre no lo pierda de vista. —Les dio un apretón a cada una en el hombro. Estaba tan serio como cuando partieron hacía no sabían cuanto tiempo, más si era posible. Se separó del animal y de ellas y caminó hacia las callejas interiores. Entonces alzó la voz—.
Te dejo a mis aprendices a cargo, Francis, procura que no se metan en líos hasta que me los devuelvas.Francis rió de forma melodiosa.
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Tranquilo mon ami, después de las de Henry no hay manos más cuidadosas que las mías, estarán bien —El Rey de la Montaña desvió la vista hacia Fátima, Jeanne y Robert. Sonreía demasiado animado como para creer que hubiera problemas peores que los que ya tenían—.
Venga, chico, vas a tener que montar conmigo.Robert frunció el ceño.
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¿Es necesario?Ronin le dio un pequeño empujón antes de irse y el muchacho rezongó por lo bajo. Montó a la grupa del caballo de Francis tras este y ambos esperaron a que Fa´tima y Jeanne montaran en el animal que les había dejado Ronin. El maestro desapareció en el callejón.
En cuanto ellas subieran al animal, que manoteaba sobre el empedrado, Francis puso en marcha a su caballo y enfiló hacia, tal y como recordaría Jeanne, la taberna dónde se encontraba el Rey del Puerto. A pesar de la poca información que se les había dado, podían intentar obtener más por parte de Francis por el camino, el trote de los caballos no tardaría mucho en llevarlos a su destino.
Las cosas se habían complicado, según Ronin, pero... ¿de qué manera?, ¿cuánto?
* * *Adam caminó en círculos por Tortuga sin saberlo, sin encontrar nada divertido que hacer. Ningún sincorazón, ninguna pelea, ninguna doncella... apetecible. Sin embargo, nada más pasar una calle estrecha y sombreada, oyó algo.
Clip-clop Clip-clopEra un sonido fácilmente identificable: Cascos de caballos repiqueteando sobre el empedrado del suelo. Aquello era lo más interesante que había escuchado en media hora y cada vez estaba más cerca.
Clip-clop Clip-clopClip-clop Clip-clopSi seguía el rastro de aquel sonido, se encontraría con una escena interesante. Dos hombres montados a caballo...
… reencontrándose con tres jovencitos. Uno de ellos el chico del puerto, otro desconocido para él. Y un tercero cuyo olor le trajo recuerdos de una
caza fallida. Si se acercaba sería capaz de escuchar lo suficiente, pero debería tener cuidado. Para Adam significaba más diversión que intriga o conflicto para con su misión, pero no dejaba de ser algo jugoso. ¿Qué hacía
ella allí, con el niño de los sincorazón y aquellos dos hombres?
Se iban... Adam podía seguirles, claro. O podía asaltarles. Para él, todo era posible, no seguía reglas ninguna.
Adam es espectador de todo lo que sucede en la última parte salvo de la partida de Ronin