Incluso llegando a tiempo, Nyx no pudo hacer nada para ayudar a Axel, pues Wix volvió a repeler al lobo con una simple patada, tirándole escaleras abajo. Por otro lado, al ir a golpear de nuevo al muchacho, halló entre medias el escudo, que muy oportunamente utilizaba el aprendiz. Siguió presionándolo, esperando a que la fuerza de Axel menguase tarde o temprano, sobre todo a causa de la reciente herida.
Sin embargo, había algo que el joven había pensado muy bien. Un razonamiento excelente que, sin duda, podría ser capaz de cambiar el curso de la batalla.
—Erras en tu pregunta —advirtió Wix. Por algún motivo, no hablaba como su rival. Más bien… como si fuera su profesora. Como si le estuviese corrigiendo tras una metedura de pata—. No existen peligros más allá de uno mismo que te deparen un final tan terrible como el mío. Nunca temas nada que no provenga de tu interior, joven. De tu corazón.
Aflojó la presión y se retiró un paso atrás, sin dejar de observar a Axel. Había conseguido, sin duda, captar por completo la atención de Wix y, por tanto, cumplir su objetivo, por y para sus compañeros, que necesitaban de tiempo para hablar y hacerse partícipe unos a otros de sus planes.
—¿Entiendes lo que quiero decir? —preguntó—. Es posible que mañana mueras y, sin embargo, nunca llegarás a desaparecer del todo. Perdurará tu corazón, y el de aquellos que estén unidos a él. Y, ¿qué hay de mí, entonces? ¿Has hallado, acaso, la clave para entender todas las incógnitas? —levantó la cabeza, brevemente, para mirar al techo, como si hallara en él algo de su interés. No las Llaves Espada que en él flotaban, no. Algo, quizá, parte de sus recuerdos—. Algún día, desapareceré. No quedará ni rastro de mí. Es el destino de quienes no poseemos nada que nos una a los demás. De aquellos que… no deberían existir.
Ningún aprendiz se había topado antes con un ser así. No era humana. No era un sincorazón. Entonces, ¿qué era?
—La Llave Espada únicamente acude a los corazones de quienes la invocan. Las únicas que puedo blandir son aquellas que robo —cayó entonces el Electro de Mei, en el centro de la plataforma. Inmediatamente, las armas dejaron de flotar alrededor (para alegría de los aprendices) y cayeron, como juguetes sin vida, al suelo. A su alrededor, se formó una lluvia de Llaves Espada. Wix sacudió la cabeza, sin inmutarse—. La alabarda es un obsequio de mis amos. Pero ni siquiera se le puede comparar, ¿no crees? —lanzó la Teluria de Light hacia el piso de abajo, cayendo ésta a los pies de su dueño—. Tendría envidia, si no fuera porque no siento nada —reconoció.
Se llevó una mano a la espalda y, de la funda, recuperó la alabarda, que ahora volvía a esgrimir, aunque no de un modo amenazador. No parecía haberse olvidado de que se hallaba enfrascada en un combate, pero estaba demasiado pendiente de la conversación con Axel, y tan tranquila por su palpable superioridad, que no prestaba excesiva atención a todo lo demás.
—Mis amos me proporcionarán todo lo necesario para volver a ser la misma. Es todo lo que necesitáis saber —anunció—. Una vez que eso ocurra, no permitiré que la justicia y el honor vuelvan a cegarme. No cometeré el mismo error que antaño. El mismo por el que hoy, aquí, estamos peleando —aclaró—. Tierra de Partida me perdonará. Fue por su culpa por lo que lo perdí todo.
Sin embargo, hizo, finalmente, una breve aclaración. Puede que muy oportuna, vista la situación de los aprendices.
—No temáis, niños. Nadie morirá hoy. Mis amos querrán saber todo lo que queráis contarles. Os llevaré vivos ante ellos.
Tras aquella pausa, el combate continuaba.
El resto de aprendices habían podido reunirse en la planta baja, e intercambiar ideas y conocimientos sobre la batalla. Así, habían hallado la manera de contrarrestar el magnetismo con la ayuda de Mei. Sin embargo, y pese a que la distracción había funcionado maravillosamente bien, habían sido poco previsores en dicho aspecto: que quizá no fuese suficiente.
Wix se giró, sin moverse del sitio, hacia los aprendices de la planta baja, a gran velocidad. Alzó una de sus manos y… Mei fue lanzada hacia ella, de improviso, con la misma fuerza con la que las Llaves Espada habían acudido a su llamada. Para cuando llegó a la altura de Wix, ésta ya estaba preparada, con la alabarda en alto, aprovechando la potencia de la magia para clavar, como si de tela se tratase, la punta en el hombro de la joven, salpicando sangre y quedando gravemente herido. Mei no podría moverlo con normalidad a partir de entonces.
Sin embargo, la cosa no acabó ahí, sorprendentemente. En vez de clavarse más y más, Mei experimentó la sensación contraria, y se vio lanzada hacia atrás, como si en vez de atracción ahora Wix la repeliera. Llegó hasta lo alto del techo y, si estaba atenta, podría agarrarse con una de las manos (la buena) a una de las cuerdas que sostenían la plataforma.
Definitivamente, no habían engañado en absoluto a Wix. Las conversaciones no la entretendrían mucho tiempo, pues nunca olvidaba (ni ellos tampoco) que se hallaba en medio de un combate.