Más allá de las puertas que debían suponer nuestra salvación y nuestra libertad no se hallaba lo que esperábamos. Lo que nos recibió no fue el jardín que habíamos cruzado para entrar a la mansión, con su verde césped y con sus viejas estatuas; no fue la luz del crepúsculo, tan especial en aquella ciudad, la que iluminó nuestro camino; no fue la ciudad que se había convertido en un sanguinario coliseo, ni el oscuro bosque que la delimitaba.
Lo que nos recibió al salir por aquellas puertas fue el abrazo de las penumbras, las mismas de las que intentábamos escapar, si no es que más amenazantes todavía. Completa y sobrecogedora oscuridad, con la melodía del silencio acompañándola.
Nuestro intento de escape demostró ser infructuoso. Si aquello había sido una trampa premeditada o un astuto transporte a distancia, no lo sabía; pero lo que sí era cierto era que nos habían tomado con la guardia baja, en el peor de los momentos, y ahora nos hallábamos atrapados. Y atrapados nos quedaríamos, pues lo único que rompía aquel interminable velo de oscuridad era el suelo bajo nuestros pies: cristal, brillante y pulcrísimo cristal.
Seis vidrieras, unidas entre ellas por sinuosos caminos hechos del mismo material. En el centro de todas ellas, una mayor que se hallaba fuera de nuestra alcance, y de cuyo interior provenía la luz que apenas iluminaba aquellas tinieblas. Y todas ellas, vacías, como un lienzo en blanco... Excepto que aquel vacío no reflejaba las posibilidades ni el potencial; sencillamente reflejaba... vacío.
Varios cristales pasaban flotando frente a nuestros ojos. Algunos, irreconocibles, sencillas manchas de color; otros, sin embargo, llevaban en ellos trozos de rostros familiares. Semblantes de personas a las que habíamos perdido, todos los que habían caído en aquella hecatombe que había sido bautizada como Reapers' Game. A lo lejos, esparcidas en el espacio, se hallaban decenas de vidrieras, todas rotas, despedazadas, simbolizando la muerte de todos aquellos que ya no estaban allí.
—
Son los corazones de este mundo. Yo os he traído hasta aquí.Definitivamente, era imposible que yo fuese el único que se girara hacia el origen de aquella voz. La voz de la Game Master, a la que habíamos dado por muerta hacía unos minutos... Había sobrevivido a nuestra lucha y nos había llevado hasta aquel infierno. Débil, sin embargo, cubierta de sangre y polvo, rasguños y magulladuras.
No había manera de que pudiese con nosotros.
—
Puedo usar cualquier habilidad —aclaró la mujer, señalando a Maya con la mirada. Chasqueé la lengua de inmediato, pues sabía lo que aquello significaba—:
Cualquiera. Aunque cuando usé Lázaro+ antes de entrar en combate no imaginé que me dejaríais tan mal.Ariasu se aproximó hacia nosotros, provocando que de inmediato alzara mi arma en su dirección. Sin embargo, su propio cuerpo la traicionó, arrastrándola hasta el suelo. Se detuvo de rodillas, respirando con una dificultad tremenda, con sus ojos comenzando a ponerse vidriosos. La poderosa Game Master, la dama de hierro... tan frágil y a punto de perder su vida... era entonces cuando decidía mostrar su faceta más humana. Lamentable.
—
No os vais a detener, ¿verdad? He hecho todo lo que he podido y no ha sido suficiente. He luchado contra vosotros, os he traído hasta aquí para que vieseis la verdad. Lo he dado todo y no ha sido suficiente. Sólo...La traidora de Tierra de Partida... en zapatos de nuestros propios Maestros. Determinada, había hecho lo posible para mostrarnos su verdad, para llevarnos por el camino que ella había considerado correcto... y nosotros habíamos acabado con su vida, sin darle ni una pizca de esperanza.
Había sido una pena que Reapers y Jugadores nunca hubiesen podido entenderse, que todo siempre terminase en una lucha en la que poníamos en juego nuestras propias existencias. De otra manera... las cosas habrían sido muy distintas.
—
Esto es lo último que queda...—declaró Ariasu, mostrando una jeringa con un líquido plateado en su interior—.
Una de las dos muestras controladas de Corrupted Data de Higashizawa. —
¡Estás demente!—
Él creía poder crear una vacuna para vosotros con una de ambas, y con la otra destruir por completo a la Corrupción. Pero ya no podrá hacer ninguna de ambas cosas.
>> Este es mi sacrificio final.—
¡Para, vas a-!Pero intentar detenerla fue inútil. Nadie pudo hacer nada al respecto ante aquella situación, que tan rápido se había convertido en la desesperante escena que se presentaba ante nosotros. Ariasu clavó la muestra en su brazo, inyectándose todo el líquido de inmediato. La Game Master comenzó a aullar de dolor, a la par que su cuerpo se sacudía en salvajes convulsiones.
Extendió su mano hasta su vara, que comenzó a multiplicarse en dos, cuatro, seis... pronto docenas y docenas de Llaves Espadas, todas a partir del cetro dorado. Todas distintas, únicas, pertenecientes tanto a los Jugadores caídos como a los pocos supervivientes, y seguramente muchas otras más cuya naturaleza era desconocida. Las armas continuaron creciendo en cantidad, acomodándose alrededor del cuerpo de Ariasu, adaptándose a su silueta y pronto tomando una forma propia...
Una gigantesca criatura hecha de Llaves-Espada, dispuesta a aplastarnos a todos.
El titán de metal hizo amago de lanzarse contra nosotros, capaz de mandarnos al abismo con un solo movimiento de sus extremidades. Aquel monstruo podía acabar con nosotros de un solo movimiento si alguien no hacía algo al respecto. Con los engranajes de mi mente funcionando a mil por hora, decidí que debía haber una manera de alterar la fuerza que mantenía las armas en su sitio. De tal manera que alcé mi brazo en dirección al ser, dispuesto a intentar derribarlo con un hechizo gravitatorio, cuando de pronto...
Se cayó a pedazos.
La bestia se derrumbó cuando, desde algún lugar oculto en las tinieblas, una figura encapuchada la atravesó por completo como una lanza. Desde el interior, tomó el cuerpo de Ariasu y lo arrastró hasta separarlo del monstruo, que de inmediato se deshizo justo frente a nosotros.
Y tras acabar con aquel ser en cuestión de segundos, se presentó burlón:
—
Encantado.—
Tú.Pero negué con la cabeza de inmediato. Creí que lo reconocía de alguna parte, pero no era así... me había topado con una figura encapuchada el primer día, eso era seguro, aquella que me había mostrado los recuerdos de una joven Aprendiza que...
Oh. La Aprendiza. La chica.
La Creadora.¿Había sido ella? De cualquier manera, aquella silueta no se había vuelto a mostrar ante mí jamás, por lo que había sido natural confundirla con la que teníamos al frente. Pero aunque este individuo llevaba el mismo atuendo, su complexión era completamente distinta, al igual que el aura que lo rodeaba.
Lentamente... fue acercándose hacia mí. Intenté sostenerle la mirada, pero me fue imposible encontrarla. Bajo la capucha que cubría su rostro no había más que sombras, una oscuridad más profunda que la que llenaba el abismo. Sencillamente, era imposible ver qué había debajo de aquel velo, incluso teniéndolo tan cerca.
Apreté con fuerza la empuñadura de la daga cuando señaló a Crow y lo acusó de ser un "Pecador". Prontamente repitió aquella declaración con Zait, y luego con Maya... Después yo mismo y Light; sólo Neku se salvó de ser llamado así, aunque el encapuchado no tuvo problema en generalizar de inmediato: todos éramos.... "niños malos".
La figura desapareció justo frente a mis ojos. Alarmado, me giré sobre mis talones para intentar buscarlo por si había decidido aparecerse por otro lado. Y así fue... justo junto a Maya, a quien había tomado del mentón. ¡Qué descaro! Intenté hacer algo al respecto, pero la figura soltó a la niña antes de que pudiese moverme, para poder continuar con sus acusadoras sentencias:
—
¡Sois tan divertidos! Todo este mundo es divertido a medida que recuerdo más. Vuestros pecados, la oscuridad de vuestros corazones, me alimenta. Os tengo que dar las gracias por ello. Mirad a vuestro alrededor: ¿qué veis? Nada. Oscuridad. La misma que me da poder, pues estamos en vuestros corazones. Corazones digitales vacíos de copias baratas, sencillas réplicas de originales que sí se ganaron su vida. Y no os engañéis: sé de lo que hablo. Yo también soy uno de los vuestros.»
Yo fui la primera réplica de todas.¿Qué cosa...? ¿La primera réplica? ¿Incluso antes que los Reapers, que Ariasu? ¿Qué era aquel individuo...? ¿Un
doppelgänger del Maestro Ryota, quien había caído en un juego anterior? Su voz no sonaba parecida en lo más mínimo... ¿entonces qué, qué pudo haber venido mucho antes?
El tren de mi pensamiento se vio interrumpido cuando la figura avanzó en mi dirección. Dispuesto a no ser sorprendido esta vez, alcé la daga hasta la altura de mis ojos, en posición defensiva. Sin embargo, el desconocido se las arregló para que sus manos se colaran por algún hueco y llegasen a mis hombros, como si intentase tranquilizarme. ¡Que lo intentara! ¡Aquello sólo lograba ponerme más nervioso!
—
No pasa nada —declaró. Y, por un momento, mi mente comenzó a explorar otras posibilidades: es decir, aunque nos había criticado como "Pecadores", había acabado con Ariasu. E insistía en que era como nosotros. ¿Podía ser que... él no era el enemigo?
No obstante, las siguientes palabras que pronunció se me clavaron en el pecho con una fuerza tremenda y toda posible empatía, el beneficio de la duda que aquel individuo había logrado ganarse, se derrumbó de inmediato:
—
Eres amigo de Nadhia, ¿verdad?—
¿¡Nadhia!? —exclamé de inmediato, casi sin pensarlo. Su nombre se escapó de entre mis labios antes de que mi cabeza pudiese poner en orden lo que iba a decir—.
¿Está viva...? ¡Qué has hecho con-!Me detuve.
El sabor a sangre subió hasta mi boca, mientras mi vista comenzaba nublarse. Mis ojos se abrieron en una expresión de terror cuando descubrí que, tan rápido que apenas lo había sentido, un filo me había atravesado de lado a lado perfectamente.
El encapuchado se había aprovechado de mi guardia baja y... había acabado conmigo, así como así.
De inmediato me recorrió una ola de dolor tremendo, pero no me quedó fuerza alguna para dejar salir siquiera un gruñido. La hoja salió de mi cuerpo con una velocidad tremenda, haciendo todavía más daño al abandonar mi carne.
Perdí el equilibrio casi de inmediato y estuve a punto de desplomarme. No obstante, algo me sostuvo en mi sitio y... milagrosamente, me trajo de vuelta.
El encapuchado había pronunciado unas palabras que no había terminado a entender y, cuando miré hacia abajo, descubrí que la herida estaba cerrando a una velocidad increíble. En unos instantes, recuperé toda mi fuerza y fui traído de vuelta a la realidad.
Muerto y vivo de nuevo en cuestión de segundos. El terror y el alivio que se apoderaron de mi cuerpo, luchando el uno contra el otro, sencillamente no tenían descripción alguna.
—
¿Qué estás-?Una vez más. Como el mito de Prometeo, condenado a ser herido, sanado y herido de nuevo, la figura volvió a atacarme con su hoja. Esta vez, sin embargo, con menos fuerza. Aunque no tuvo ningún problema en dejar la hoja incrustada en mi vientre.
Retrocedí un par de pasos, sorprendido por la velocidad de mi rival. No había podido pronunciar ni una palabra y ya había acabado conmigo una vez y media. ¿Quién demonios era?
—
Ah, mierda... —gruñí, llevándome la mano al costado y sintiendo la tibieza de mi propia sangre empapar mis dedos.
¿Tan sencillo era para aquel desconocido acabar con nosotros... o sólo se había aprovechado de mi debilidad?
—
Estoy esperando a que vengan dos amigas mías. Creo que mientras tanto podemos divertirnos un poco, ¿no os parece? Tenemos todo el tiempo del mundo. Y vuestros corazones están vacíos.Miré al suelo bajo mis pies, advirtiendo cómo mis heridas habían comenzado a dejar un charco carmesí en el cristal.
—
Pintémoslos con vuestra sangre.Muy apropiado.
—
¿De qué conoces a Nadhia, si se puede saber? —cuestionó entonces Light, esperando que aquel encapuchado le respondiera—.
¿Y cómo sabes que Xefil es su amigo? Contesta.>>¿Quién eres tú?Caminando con dificultad, me acerqué hasta donde estaba Maya, para colocarme a su lado. Señalé con mi dedo índice la hoja que llevaba incrustada en el costado, con una mueca en el rostro, y luego me encogí de hombros:
—
¿Tienes algo para el dolor? —pregunté, aunque luego me arrepentí de haberlo pedido y me negué con un movimiento de mano—.
Olvídalo, todavía puedo patear con suficiente fuerza a ese cabrón. Cúbreme: voy al frente.Pensé en dejar el arma en mi cuerpo, tal y como estaba; si la retiraba, la hemorragia podía empeorar. Molestaba bastante, era cierto, y me dolía horrores cada vez que me movía... pero la herida seguiría ardiendo de todos modos. Al final, sin embargo, decidí que no era buena idea ir por allí con aquello haciéndome más daño; por lo que mordí con fuerza la manga de mi saco y, con la mano libre, saqué la hoja de un tirón.
Me doblé sobre mí mismo por el dolor, pero me obligué a enderezarme de inmediato. Si aquel bastardo era un enemigo todavía más cruel y poderoso que Ariasu, no podía permitirme ni un sólo quejido.
—
¿Está viva? —pregunté simplemente, sin que mi mente pudiese pensar en nada mejor que preguntar. Alcé mi mano y apunté al encapuchado con mi arma, repitiendo mi pregunta—.
Nadhia. ¿Ella está viva, entonces? Porque si le has hecho algo...
>>Más te vale quedarte callado.No llevaba armas consigo. No en aquel momento, al menos. Pero había visto ya que era capaz de materializarlas del mismísimo vacío, pues las manos las había llevado vacías antes de atacarme... dos veces. ¿Era prudente atacarle de frente, entonces? No tenía ni idea de cómo iba a responder a mis ataques. ¿Bloquearía? ¿Se haría a un lado? ¿O usaría algún truco mágico para interrumpirme?
—
Lo siento, Felix, te ha tocado la lotería: prueba y error.No tenía muy clara mi estrategia. Llevaba mi daga en la mano, y eso era todo lo que necesitaba saber. Mi mente comenzó a barajar varias posibilidades: fintas, estocadas, cortes horizontales, giros rápidos... pero al final decidí ir por lo más simple. Clavarle la daga en el torso.
Lo menos que podía hacer era agacharme un poco, intentando evitar cualquier movimiento de sus brazos para evitar mi golpe. De cualquier manera, esperaba que Maya me apoyase con su sombrero como se lo había pedido, con tal de mantener algo ocupado al desconocido. Hice ademán de rajarle el cuello con mi mano izquierda, cuando en realidad llevaba la daga en la derecha. Era poco probable que cayese en aquel truco barato, pero valía la pena intentarlo; con la diestra intentaría clavarle mi hoja en el pecho.
Todo dependía de qué brazo intentaba detener. Un puñetazo en el rostro o una estocada en el pecho; era decisión suya, no mía. Y si de alguna manera lograba parar ambos frentes...
¿Podría intentar escupirle?