»Morid.
El contador se había activado por una última y definitiva vez, pero su cuenta se había reseteado. Al principio fue difícil darse cuenta de qué sucedía, pero en seguida cayeron en la cuenta mientras el portal se cerraba definitivamente: no había minutos. Sólo segundos.
Diez últimos segundos de vida digital antes de convertirse en monstruos corruptos.
Diez. Nueve. Ocho.
—¡Hay que destruir vuestra Corrupción! —gritó desesperada la Creadora.
Eileen reaccionó de inmediato invocando una esfera de luz que se dividió y lanzó contra los aprendices digitales, pero no sirvió de nada; al tocar en contacto con ellos rebotó y salió volando hacia la oscuridad, desapareciendo de su vista. Apretó los dientes e invocó otra esfera que hizo exactamente lo mismo, pero una vez más no llegó a tocar sus cuerpos.
Siete. Seis. Cinco.
La estrategia no funcionaba, y cada segundo contaba en aquella situación límite. Invocó una tercera esfera, pero tras alargar sus manos se transformó en un bastón luminoso. La Maestra se aproximó a Felix e intentó golpearle con ella, pero una vez más el ataque fue repelido y Eileen resbaló hasta caer al suelo.
Cuatro. Tres. Dos.
—¡Paro! ¡Lento!
La Creadora intentó detener los relojes de los jóvenes a través de hechizos de tiempo, pero no surtían efecto en ellos. La magia parecía hacer un esfuerzo por alcanzar sus cuerpos, pero una barrera invisible evitaba cualquier tipo de daño, tanto físico como espiritual. Gozaban de la bendición del nuevo dios de aquel mundo, Ronin.
Uno.
Eileen se quedó con los ojos en blanco, pensando qué podía hacer a continuación para ayudarles. Pero en el poco tiempo que disponía no se le podía ocurrir nada. La presión era demasiada como para hacerle frente.
Cero.
La Corrupción despertó dentro de los cuerpos de los tres jóvenes, cayendo presas de su poder y las voces que hablaban a sus oídos.
—Sois idiotas.
Joker, Felix y Light cayeron al suelo, agotados por lo que acababan de experimentar en su cabeza. Habían notado cómo algo se desgarraba en sus corazones y eso mismo subía por su garganta, invadiendo todo su cuerpo y provocándoles heridas internas muy graves. Sus datos se corrompían, explotaban en una forma distinta, y sabían que iban a mutar y convertirse en una monstruosidad completamente diferente.
Pero no sería aquel día. Antes de perder totalmente el conocimiento recordaban que alguien les había golpeado por detrás y les había inyectado algo en su espalda, succionándoles el alma entera. La oscuridad les envolvió y quedaron dormidos hasta aquel momento, en el que todas aquellas sensaciones reavivaron en sus mentes. Se lanzaron contra el suelo y al levantar la mirada encontrarían a su salvadora, probablemente la última persona que esperaban en todo el mundo digital.
Ariasu les observaba con desprecio sentada en el sofá frente a ellos. Se encontraban en un pequeño cubículo situado bajo las vías del tren de Villa Crepúsculo, bien oculto y lejos del resto de la ciudad. El cuerpo de la mujer había sufrido serias malformaciones por aquello que ella misma se inyectó: de sus brazos salían violentamente pequeñas hojas de Llaves Espada, y su rostro tenía como marca una X que recorría su nariz y su ojo derecho.
—Os avisé de que destruiríais este mundo en vez de salvarlo. Idiotas, más que idiotas.
Sin comprender la situación en la que se encontraban los aprendices pudieron apreciar que la Villa Crepúsculo que llevaban seis días conociendo ya no era la misma. La luz que se filtraba entre las vías del tren era más rojiza de lo habitual, casi como el color de la sangre. En la salida tras ellos, cubierta por una cortina, podían escuchar un constante siseo que invadía las calles que se alejaba y se acercaba; si alguno de ellos decidía echar un discreto vistazo vería que decenas de criaturas blancas se arrastraban por la calle, patrullándola de un costado a otro.
No estaban solos en aquel lugar. Un muchacho de pelo grisáceo y sonrisa chulesca se encontraba apoyado en la pared junto la entrada, que saludó con la mano nada más levantarse los jóvenes. Eileen, por su parte, estaba sentada en el suelo junto al sofá con la mirada agachada y perdida, sin atender a los aprendices.
—Ey, buenos días, princesos —saludó el chico gris con la mano—. Bienvenidos al infierno, habitantes: seis.
—Sin contar posibles supervivientes, Joshua.
El muchacho se giró y echó un vistazo al exterior, dando la espalda a los jóvenes supervivientes. Estos tenían plena libertad a partir de aquel momento, y también para reflexionar sobre los sucesos del día anterior. No sabían cuál sería su destino a partir de entonces, ni tampoco qué había sucedido con anterioridad allí. ¿Dónde estarían Fátima, Crow y Jain? ¿Y Nadhia, que se la había llevado Ronin, estaría bien? No tenían ni la más mínima pista. Todo había sido demasiado rápido.
El contador seguía en sus manos, detenido en 00:00. Pero algo no les daba buena espina.