por Axelpower » Jue Ene 05, 2012 2:56 am
Nada más entrar me acerqué al cartel de "Reglas", pegado perfectamente en el sitio en el que instantes antes Fil se había propuesto. Intenté moverlo un poco, para comprobar si simplemente lo había colgado por un golpe de suerte, pero no cedió ni un ápice. O el sátiro había aumentado su fuerza de manera extraordinaria en pocos minutos, o alguien más le había ayudado. Aunque en parte me tranquilizaba saber que mis sospechas tenían fundamento, no pude evitar propinar un puntapie a la pared, en un intento por canalizar la rabia que me recorría al saber que alguien cuya identidad desconocía había estado espiándome.
Después giré ligeramente la cabeza hacia la derecha, buscando el camino que conducía a la arena. Me fijé en el cartel de "Cerrado", que atado a las paredes con dos pequeños pedazos de cuerda "impedían" la entrada al recinto.
Me acerqué con curiosidad y me asomé un poco al interior. El pasillo era demasiado largo, y no alcanzaba a ver el final.
Observé un poco más el cartel. Le di unos cuantos golpes, esperando que se desplegara alguna alarma o algo que disuadiera a aquellos no autorizados de entrar, pero nada. Era un simple cartel con una cuerda. Un simple cartel con una cuerda que me separaba de la mejor y más grande arena del país. Sin pensarlo dos veces, salté la cuerda y me dirigí hacia el recinto de batalla.
No podía expresar con palabras lo que estaba viendo. Sabía que la Arena era buena, pero jamás pensé que sería tan maravillosa. Sobre los costados laterales de aquel enorme recinto se alzaban dos gigantescas gradas de piedra, en las que cabrían centenares de personas animando a sus ídolos hasta quedarse sin voz. En el centro, un gran cuadrilátero de mármol, que se elevaba unos cuantos centímetros sobre el suelo de tierra, y coronado con una columna en cada esquina. A su lado, la arena en la que se celebraban los torneos juveniles parecía el patio de un colegio.
Me fijé en que en el cuadrilátero había, distribuidos organizadamente, unos cuarenta o cincuenta barriles que parecían lo suficientemente duros como para no romperse, a no se que se les golpeara con mucha fuerza. Esbocé una pícara sonrisa. ¿Habría mejor oportunidad que esa para entrenar fuerza, velocidad y elasticidad al mismo tiempo?
Tras colocarme exactamente en el centro y ajustarme correctamente el equipo, observé a mi alrededor y establecí mi objetivo: romperlos todos en el menor tiempo posible. Cogí aire, y empecé una cuenta atrás desde tres, mientras intentaba que en mi mente únicamente aparecieran los barriles. Al llegar a cero, empezó la acción.
Primero, golpeé al barril que tenía enfrente, para comprobar si realmente podía cargármelos o había sobreestimado mis capacidades; para mi alegría, éste quedó destrozado al entrar en contacto con mi puño. Además, el que había sobre él se rompió al caer al suelo. Después me giré sobre mi propio eje y propiné una patada a otro barril, que salió disparado impactando contra dos más. Tras estos, cogí carrerilla y plaqué a una cercana columna de tres, que acabaron hechos pedazos.
Golpe tras golpe, barril tras barril, y cuando me di cuenta el suelo se había llenado de tablones y virutas de madera, y no quedaba ninguno por romper. Me llené de alegría, cogí aire, y grité con todas mis fuerzas, con la esperanza de que en todo el Coliseo retumbara mi voz:
-¡45 segundos, Fil! ¡Si estás ahí, espero que esta vez sí hayas quedado completamente convencido! Y si no... ¡te reto a mejorar mi tiempo!
A new beginning