por Little Sho » Mar Ene 17, 2012 1:42 am
Cerré los ojos mientras corría, cada paso se combinaba con el frenético latir de mi corazón, cada latido resonaba en mi mente, con un eco al ritmo de una tétrica y fúnebre, pero a la vez alocada canción. Llegamos al principio del puente, aquellos fantasmas prácticamente ni se inmutaron ante nosotros, sólo nos miraban y seguían lentamente, parecían jugar con nosotros y esperar a que aquello que debía suceder, sucediera. Seguíamos rodeados.
El veloz reloj marcó las once y cuarto, y sentí como mi corazón quería salir de mi pecho, como agonizaba por acabar con aquello que poco a poco le mataba, con ese maldito frío helador que le consumía poco a poco. Miramos ambos hacia arriba, y entonces lo supe, cada segundo pasaba ante mí muy deprisa, y a la vez despacio. Nate estaba pegado a mí, prácticamente perplejo e inmóvil, Tak a nuestros pies, con el rabo entre las piernas. La muerte nos acechaba desde las alturas, era todo como un juego, un macabro juego que no terminaba de comprender.
Once y media. Cada vez más deprisa, cada vez menos tiempo, cada vez, más frío. Tak empezó a ladrar como un loco, se levantó y empezó a correr a través del puente. Corría y corría, sin importarle nada, tan sólo intentó lo que nosotros intentamos. Hice un amago de correr detrás suya mientras vociferaba su nombre, pero Nate me lo impidió, agarrándome de la mano. Me miró a la cara. Lo sabía, y él también.
-Nate...
Pude ver como esa horrenda criatura nos señalaba, como le señalaba a él. A aquél en quién encontré mi familia, a aquél que fue mi hermano y siempre me trato como tal. Tantas noches a la deriva, en el frío y húmedo Londres, tantas noches en albergues y orfanatos, en casas de acogida y cajas de cartón. Siempre con astucia, una sonrisa y solución a todo, siempre allí, apoyándome, teniendo fe ciega en mí. Nate... Con quien compartí mi infancia, y prácticamente mi vida. Le miré a los ojos y noté mis cálidas lágrimas resbalar por mi fría piel. Cada segundo duró un milenio, y pude ver mi vida pasar, junto con él. El día que encontramos a Tak, abandonado en una caja, o el día que le encontré yo a él, y juntos, siempre juntos, sobrevivimos a los días de Londres.
Eran las doce menos cinco de una fría noche de Londres, en el puente que atravesaba el Támesis, al lado de las casas del Parlamento, junto con la gran torre que alojaba al Big Ben. Éramos dos amigos, que permanecimos callados, tan hermanos que no necesitábamos palabras para expresarnos, solos, contra el peligro del mundo. La muerte se alzaba en lo alto, maniobrando la tétrica escena. Nate se llevó el corazón al pecho, ya lo sabía... Ya lo notó.
-Zait... Vamos... Sal de aquí. Busca a tu madre, y háblale de todo lo que hemos vivido juntos, de todas nuestras aventuras y de lo bien que lo pasamos juntos. Búscale... Busca... a tu ma...
Dieron las doce y Nate notó como el tiempo había pasado por él, con la mano en el corazón cayó al suelo. Yo simplemente gritaba y lloraba, ponía el nombre de Nate en el firmamento y lo exclamaba a los cuatro vientos, se lo gritaba a los dioses y lo elevaba hasta el cielo.
Sentí rabia, dolor, angustia y amargura, pero sobretodo un gran, enorme y fuerte dolor en el pecho, mucho más que cualquier tipo de dolor que hubiese sentido esa noche, peor que cualquier miedo, más quizá que el que le tenía a mi propia muerte. Me caí de rodillas junto al cuerpo de Nate, el cual se desvanecía lentamente.
Simplemente lloraba, con la tristeza de haberme arrebatado gran parte de mi vida, de quedarme sin una parte de mí. De despedirme de amigo... De decir adiós, a mi hermano.