Observé la medalla de oro que Rebecca me tendía. En ella podía apreciarse el símbolo del Coliseo, una nube de la que cae un rayo, y una chapa en la que había sido grabado el siguiente texto:
Medalla de oro
Prueba de los barriles
29.56 segundos
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El brillo de aquella medalla me cautivó. El reluciente oro de la que estaba formada me atraía como si fuera un tesoro que durante toda mi vida hubiera estado buscando, y el símbolo del Coliseo que la acreditaba como obtenida en una competición oficial me maravillaba de la misma forma que las copas que había visto en el pequeño hall de la entrada.
Desde pequeño, siempre había sido mi sueño conseguir un título que pudiera demostrarle a la gente que realmente tenía talento, que realmente tenía potencial. Pero ahora que estaba viendo uno con mis propios ojos, que había podido comprobar que era posible obtener uno y que no se trataba de una meta inalcanzable, estaba más dispuesto que nunca a conseguir que uno llegara a mis manos. Cualquier esfuerzo, por duro que fuera, valdría la pena, si el premio era el reconocimiento de la gente.
Eché un vistazo por toda la arena, buscando algo que me permitiera ponerme a entrenar ya mismo. Entonces, en uno de las esquinas que más lejos se encontraba de la entrada, vi un enorme montón de barriles apilados en varias columnas. Me dirigí hacia allí, dispuesto a volver a colocar los barriles como lo estaban para la prueba y volver a intentar romperlos todos, intentando superar mi récord. Basándome en los pequeños errores que había cometido en el primer intento, y que sabía que no volvería a cometer, podía recortar sin problemas dos o tres segundos. Si tenía algo de puntería y conseguía que los barriles golpearan a otros al salir disparados, provocando destrucciones en cadena, podía recortar dos más, aunque con algo más de dificultad. Y, si intentaba con alguna de las técnicas que llevaba un tiempo mejorando, podía recortar otros tres, pero si la técnica me salía mal perdería demasiado tiempo.
En ese momento, me detuve en seco y me paré a analizar con calma mis posibilidades: 45 segundos, menos los dos o tres que la experiencia me permitiría recortar, los dos del efecto en cadena y los tres de las nuevas técnicas, podía recortar como mucho ocho segundos, y mi tiempo quedaría en 37. Seguía estando muy distante del tiempo de Rebecca. No iba a poder recortar dieciséis segundos en unas pocas horas, y sin ningún entrenamiento programado. Necesitaría organizar mis rutinas de ejercicios, y practicar como mínimo una semana a buen ritmo antes de volverlo a intentar. Y aun así, necesitaría bastantes intentos. Me puse a pensar: ¿qué más podría hacer para mejorar mi tiempo?
Entonces, me giré y miré a aquella esquina pegada a las gradas en la que apenas podía apreciar a quienquiera que allí se sentara. Rebecca seguía allí, arrinconada, observándome. Volví hacia donde ella se encontraba dispuesto a pedirle consejo, aunque tal vez le hubiera molestado que me olvidara de ella y la dejara allí tirada, sin más. Aunque al menos tenía que intentarlo.
-Siento mi grosería largándome de repente, pero es que cuando se trata de entrenamiento me olvido de todo lo demás- le dije con sinceridad y una expresión alegre, intentando aliviar la tensión que podría haber creado.- Sé que puede que sea muy directo, y que posiblemente tengas cosas más importantes que hacer, pero ¿podrías darme unos cuantos consejos sobre el entrenamiento a seguir para poder mejorar mi tiempo.?
De repente, y sin ni siquiera darle tiempo a responder, se me ocurrió una idea mucho mejor, y que me serviría muchísimo más para entrenar. A pesar de que era mucho más brusca, no perdía nada por intentarlo.
-Si... Si no te importa... ¿Podrías hacerme una demostración de cómo lograste tan buen tiempo? No hay mejor forma de entrenar que aprendiendo de los mejores.