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Los piratas siempre habían sido un grave problema en Port Royal, no se sabía exactamente desde cuándo, pero habían empezado a convertir aquella pequeña ciudad portuaria en un punto de encuentro para ellos, y eso era sin duda un grave problema para las autoridades de la humilde población. Sin embargo, no eran los piratas el único problema en aquel momento...
Unas bestias, unos demonios que atacaban a cualquier persona que se les acercara habían aparecido y ya se habían llevado muchas almas inocentes a lo largo de los últimos meses, una semana antes incluso se hablaba del naufragio de un gran barco pirata que había sido abordado por aquellas oscuras criaturas. Los pocos supervivientes solían frecuentar la taberna "El ojo de cristal", donde se dejaban caer para contar aquella anécdota a la par que se embriagaban en ron.
Y al fondo del local estaba Edge Lemmons. El muchacho había sido mandado por sus superiores para investigar aquel caso ya que se estaba convirtiendo en un verdadero problema. Aquellas cosas habían atacado no solo a piratas, también a barcos mercantes y de pasajeros y eso estaba haciendo mucha mella en el comercio de la zona, no solo eso. Las armas normales parecían no hacerles mucho daño a aquellos “Demonios Negros” por lo que cualquier información sobre como vencerles o herirles era de un inestimable valor.
Edge podía ver a toda clase de gente allí, había un hombre con un loro y una pata de palo, otro con un garfio que vestía un elegante traje de corsario color rojo, un grueso hombre bien musculado de al menos dos metros de altura. Si algo tenían en común es que en sus rostros había al menos una cicatriz, todos eran peculiares en cierto modo aunque él, con aquellas cicatrices no desentonaba en aquel tugurio de mala muerte. No le extrañaría que aquel fuese el motivo por el que le hubieran mandado a él hacer aquella misión. Lo único que no pegaba en aquel ambiente era una chica, una joven de rostro petreo sentada en una mesa junto a un grupo de piratas. La chica en cierto modo recordaba a los fantasmas que narraban las viejas historias, aunque no solo llamaba la atención por eso. Su cabello, de un intenso color azul recogido con una pañoleta también era algo que parecía fuera de lugar.
Observando bien, se podría dar cuenta de que aquella era la única mujer en toda la taberna, sin contar a las hermosas camareras que servían sonrientes a pesar de recibir continuas humillaciones por parte de aquellos hombres.