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—Café cargado, lo que me faltaba...
Observaba mi café con cierto desagrado, no podía creer que habiendo pedido un café con leche te fuesen a entregar uno cargado, demasiado cargado. Me negaba en redondo a beberlo, no me gustaba. Pero, a pesar de todo, había que aprovechar la situación y olvidar los fallos de otros. Con rumbo hacia las mesas, divisé a un pequeño-hombre que en aquel mismo instante se sentaba en una silla de una mesa para dos personas. Como no vi a nadie a su alrededor, me acerqué a él con una sonrisa en la cara. Nunca falla, la mayoría de los hombres, son iguales.
El chaval en sí parecía no haberse lavado el cabello en, por lo menos, una semana. Lo que sí, sus gafas eran muy bonitas y parecían ser de aquellos ojos que te observan detenidamente, interesantes y misteriosos. Tardó poco tiempo en surgir la curiosidad de descubrir qué clase de ojos habría detrás de aquellas lentes. En definitiva, un misterio de chico.
Me acerqué unos pasos más hacia él, vigilando en todo momento su mirada, para que no me descubriese. Hasta que, estuve lo suficientemente cerca de él para darme cuenta de que no tenía pensada ninguna conversación. No importó. Ser natural es lo mejor. Verificado.
—¡Café con leche! ¡Que suerte tienes, tío! —sujeté la silla de su lado opuesto y me senté a su frente. Después, posé el café en la mesa, encima de la servilleta, e incliné mi cabeza para mirarle a los ojos—.¿Está libre?
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