—¡N-No! ¡No quiero eso! —y volvió a poner aquella triste cara de pena que poseían instintivamente todos los niños—. Quiero regresar. ¡Pero no me dejan! Son malos. Muy malos. Horribles.
El pequeño parecía convencidísimo de lo que hablaba, a pesar de que la complejidad de su situación, junto a sus infantiles palabras, no dejaban que Saxor se enterara adecuadamente de qué iba el asunto. Aún así, al menos el crío se estaba desahogando a gusto.
Volvía a secarse de nuevo los ojos llorosos cuando se paró repentinamente. Volvió a mirar a Saxor fijamente, como si de verdad se hubiese percatado de su presencia por primera vez.
—No recuerdo haberte visto nunca por aquí. ¿Eres nuevo en la isla? Acabas de llegar, ¿no? ¿Quieres jugar conmigo?
Los compañeros de Saxor, Zait y Enok, se habían quedado aparte, por lo que el niño sólo tenía ojos para el joven. Ni siquiera se había fijado en los otros dos extranjeros.
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