Seguía intentando hacer fuerza. A pesar de que lo había intentado decenas, cientos, miles de veces. Cogía todo el aire que podía, concentraba mi fuerza en el brazo, e intentaba impulsarme hacia arriba esperando que pudiera lograr salvarnos, salvarnos a los dos.
”Venga, Axel, una vez más”, me dije a mí mismo. Tenía que convencerme. Convencerme a mí mismo de que podía hacerlo. Si ni siquiera lo creía, ¿cómo pretendía conseguirlo? ”A la de tres: una, dos... ¡Y TRES!”.
Concentré en mi brazo toda la fuerza que podía. Absolutamente toda la que podía. Inspiré hondo, muy muy hondo. E hice todo lo que estaba en mi mano para subirnos a los dos. Tiré hacia arriba con todas mis fuerzas, con todo lo que tenía. Conseguí que nos eleváramos unos centímetros, conseguí que estuviéramos a punto de subir.
Pero después volví a caer, y estuve de nuevo como al principio. No había servido de nada.
Todos los esfuerzos, todos los intentos. Todo quedaba en nada. Era incapaz de lograrlo. ¿Cómo pretendía llegar a ser el mejor y el más grande, si no podía ni levantarme? ¿Cómo pretendía utilizar mi poder para salvar a los demás, si no podía salvarme a mí mismo?
No servía para nada. Era un completo inútil, incapaz de hacer nada.
”Joder. Joder, joder, joder. ¡JODEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEER!” Grité como nunca antes había gritado. Sin esperar que nadie me oyera, sólo para soltar todo el pesar y el dolor que tenía dentro. Grité con todas mis fuerzas, esperando que sirviera para algo. Pero no servía para nada.
Desesperado, golpeé la pared de roca del acantilado con mi frente. Y volví a hacerlo otra vez, y otra vez, y otra vez. Sentía un tremendo dolor, pero no podía parar de hacerlo. Sólo sintiendo dolor en mi cuerpo podía camuflar el dolor de mi interior.
Noté cómo la sangre brotaba de mi cabeza y resbalaba por mis mejillas. Me habría limpiado, pero con las dos manos ocupadas lo tenía un poco difícil. Tal vez lo mejor que podía hacer era soltarme, y dejar de preocuparme por todo. Pero no podía dejar morir a aquel chico, y menos después de que estuviera metido en esto por mi culpa. Tampoco podía salvarlo, pero al menos estaríamos allí colgando hasta que el brazo me fallara y no pudiera hacer otra cosa que no fuera soltarme. Así al menos no tendría tanto sentimiento de culpabilidad. Aunque claro, de poco me iba a servir la culpabilidad si me despeñaba.
Y allí colgados, iban pasando los minutos. Yo ya había dejado de intentar nada, había asumido que no lo podía lograr. Y mientras tanto, el muchacho colgaba boca abajo sin dejar de moverse y patalear. No me servía de mucho, pero consolaba saber que sí tenía suficiente fuerza como para sujetarlo a pesar de todos sus movimientos.
Entonces, como surgida de la nada, vi que junto a mí había colgada una cuerda. ¡Una cuerda! ¿De dónde demonios había salido?
Miré hacia arriba, buscando de donde provenía, y me encontré con que al borde del precipicio estaba aquel pequeño animal amarillo, mirándonos sonriente. ¿Habría lanzado él la cuerda o habría alguien más acompañándolo? ¿De dónde la había sacado?
Desde luego, no era momento para preguntas. Es posible que la cuerda no aguantara, que al cogerla se soltara y cayéramos al vacío. Pero desde luego, era nuestra única posibilidad. El problema es que no disponía de ninguna mano libre: con una estaba cogiendo al otro Aprendiz, y con la otra me sujetaba al borde del precipicio, como quien sujeta con fuerza su última esperanza.
Podía pedirle a aquel chico que se cogiera a la cuerda, dado que tenía ambas manos libres, pero no tenía pinta de que iba a entrar en razón. Seguía inquieto, tembloroso y quejándose. En tal caso, no me quedaba otra opción.
Respiré hondo. Había que jugárselo a todo o nada. Solté el borde del precipicio y, veloz como pocas veces antes había sido, agarré la cuerda con la mano que me había quedado la mano temporalmente vacía. Sonreí para mis adentros. La primera parte estaba superada. Ahora quedaba la segunda, la jodida: subir.
No tenía muy claro si lo lograría, y menos teniendo en cuenta que sólo tenía una mano libre, pero había que intentarlo. Dado que ir escalándola era imposible, enrollé alrededor de mi muñeca la parte de la cuerda que había justo sobre mi mano. Tiré un poco, para comprobar que estaba bien agarrado, y la cuerda no pareció ceder. De momento parecía seguro.
Volví a intentarlo una vez más, y una vez más, y una vez más. La sangre que resbalaba por mi cara no ayudaba, pero no podía dejar de intentarlo. Sacando fuerzas de donde fuera, de donde no las había. Era mi única oportunidad, y no podía desperdiciarla. Seguía subiendo, más y más. Cada vez quedaba menos. Sonreí, feliz. A pesar de que todo había empezado por mi culpa, al menos iba a poder ponerle solución.
Finalmente, llegamos a la parte superior, al borde una vez más. Intenté un último impulso, con toda la fuerza que me quedaba, y logré situar mi cuerpo en el suelo. Tiré, tiré como pude de mi brazo, y logré llegar a tierra. Y, con un último esfuerzo, subí a mi compañero. Por fin, después de muchos intentos, los dos estábamos a salvo. Mientras lágrimas de felicidad caían incansablemente por mis mejillas, y un torrente de sangre bajaba por mi cara, me acerqué a él y lo intenté tranquilizar un poco. Posiblemente no era el mejor momento, pero inspiré hondo, le tendí la mano, y hice lo que debería haber hecho desde un principio.
—Hola —le saludé, con el hilillo de voz que me salió—. Mi nombre es Axel, y soy un Aprendiz de la Maestra Rebecca.