Aquella oscura "puerta" me terminó llevando al centro de una plaza, aparentemente de aspecto gastado y marchito a su alrededor, junto con edificios destruidos y nubes oscuras que bloqueaban la entrada de la luz del sol. Un escalofrío me recorrió la espalda al sentir la atmósfera de aquel lugar. Aquellas casas, aquel suelo... Tragué saliva e inmediatamente pensé que me encontraba en el lugar de mis recientes pesadillas. Pero no. El enorme castillo que se levantaba ante mí me confirmaba que volvía a estar allí.
Miré a Fátima de reojo. Pichu se quejó al reconocer el lugar, soltando un gemido de miedo y agarrándose con más fuerza a mi hombro, a lo que contesté acariciándole la cabeza. Habíamos vuelto allí.
Estábamos en Bastión Hueco.
Tenía tantas dudas de aquel lugar. Dudas que por fin podría contestar, aunque en caso de volver, me hubiese podido llevar la Caja de Pandora conmigo. ¿Quién me iba a decir que iba a regresar tan pronto? Hacía apenas una semana de mi visita...
Lo bueno es que conocía parte de la ciudad. Parte, que era bien poco, pero quizá lo suficiente. Aunque con toda la huida de los Sincorazón que tuve, debía admitir que mi memoria no era del todo completa... Pero, por suerte o por desgracia...
Observé a mi alrededor. Como imaginaba, había entrado después de mí... Fátima Laforet. La zorra que me había intentado destrozar de todos los modos posibles con un tortazo y un discursito, precisamente en aquel mismo mundo.
Me acerqué a ella y me quedé unos segundos observándola fijamente. Quizá le molestase, pero me daba igual. Buscaba las palabras para poder hacer frente a la situación.
—Hola.
Un aplauso, por favor. Así de ingenioso andaba aquel día. Pero estaba quemado, frustrado con aquella mala mujer. Sin embargo, me intenté mostrar todo lo respetuoso posible:
—Ahora mismo nuestra relación es, cuanto menos... Mejorable —señalé para comenzar a introducirme, ignorando al resto de la gente que comenzaba a desperdigarse por el mundo—. Pero habrás reconocido el castillo. Hemos vuelto. Y no puede ser una casualidad que los dos lo hayamos hecho.
»Mira, dudo que tú tampoco tengas ganas de venir conmigo, pero el día que estuvimos aquí corrimos y no pudimos fijarnos en demasiados detalles. ¿Ves aquel camino? —señalé en dirección al sureste, que se alejaba del llamado Bastión Hueco—. Por la posición del castillo, que está situado precisamente en el centro de la ciudad, diría que es la zona que visitamos. Juntos, quizá podamos lograr llegar a ese "conocimiento" prohibido.
Esperé unos segundos a la mujer. Entendía que necesitase su tiempo para tomar aquella decisión; su orgullo le diría que no, pero quizás de camino le podría enseñar quién era el mejor. Le di la espalda y me llevé la mano a la cabeza de Pichu, intentando relajarla.
—Tómate tu tiempo para decidir. Te espero en cinco minutos en el extremo que lleva por ese camino.
Tenía mucho que hacer. Fátima me vendría bien para reconocer el terreno y poder guiarme por aquel lugar sin problemas mayores; sin embargo, seguía necesitando un equipo de confianza. Huir y correr de todos los monstruos que nos surgiesen no me llevaría a ninguna parte, y menos si nos acorralaban o nos veíamos obligados a luchar.
Una de las personas que pensé inmediatamente llevar conmigo fue Ragun, pues su preparación física sería ideal para llevar adelante una situación como aquella. Sin embargo, le vi yendo directo hacia el castillo, acompañado de su lobo. No me pregunté por qué una acción tan suicida; solo dirigí mi vista hacia otro lado, buscando con la mirada a alguien que me pudiese ayudar. Alguien como...
—Hitori.
Él era una de las pocas personas que podía considerar un "amigo" en Tierra de Partida. Bueno, quizás aquella palabra fuese un poco exagerada. Éramos compañeros, habíamos pasado muchas cosas... Pero, en general, sí que era uno de los pocos hombres de los que me fiaría.
—Estamos en Bastión Hueco. El mundo prohibido. ¿Crees que podrás sobrevivir por ti mismo?
No me estaba preocupando por él realmente. Me movía por mi espíritu egoísta, mi deseo de poder tenerle cerca de mí y solo para mí.
—Creo que deberíamos hacer equipo. Como la Maestra Nanashi ordenó —le propuse, colocándole la mano en el hombro y hablando muy seriamente—. Conozco este mundo. Con una mujer, a la que si quieres te puedo presentar, podremos desenvolvernos bien. Aunque no te la recomiendo, es una zorra...
Esperé unos segundos a ver su respuesta. Me crucé de brazos mientras tanto, buscando a más personas con la mirada que pudiese reconocer. Vi a Nadhia entre la multitud y le hice una señal de espera a Hitori.
—Es tu decisión. Si decides venir conmigo, te esperaré en la saluda sureste en un par de minutos.
Me abrí paso entre la multitud, intentando llegar hasta la loca y violadora de Nadhia Hoghes. ¿Por qué me lanzaba a por ella? No sabría decirlo. Quizás estaba algo preocupado por ella después de todo, como si realmente me importase. O tal vez solo me interesaran sus dotes en magia curativa, después de todo. En aquel momento me dio igual: solo quería llegar y tomarle el brazo.
—¡Nadhia!
Observé sus ojos fijamente. Ni rastro de los efectos de su broche, el cual no lograba entender por qué lo seguía llevando. Suspiré, tranquilo de poder estar hablando con la completa Nadhia, y no otra persona.
—Estamos en Bastión Hueco. Si quieres vivir, ven conmigo. En dos minutos nos reuniremos en la salida sureste; no me falles.
Fue la conversación más breve que tuve, pues me encontraba nervioso en su presencia. Era el mejor, pero ella... Seguía provocando algo en mí desde lo que sucedió en Ciudad de Paso. Fue la única vez que había dudado de mí mismo, de mi confianza y seguridad... Y no quería ver aquellas debilidades en mí. Menos tras nuestros encuentros en Tierra de Partida.
Seguí caminando, controlando el tiempo que podía tener para seguir buscando miembros en mi equipo. Pensé en Fyk o Zait, pero desgraciadamente no les encontré por ningún sitio de la plaza. ¿Dónde se habrían metido? ¿Quizás no hubiesen cruzado el portal? Pero...
Me olvidé de ellos al ver una mujer con ojos verdes fluorescentes perdidos en la multitud. Su piel pálida y el pelo negro como la pura oscuridad me captaron de inmediato, pues su belleza era sencillamente cautivadora. Sonreí para mí mismo y me acerqué a ella, dispuesto a lanzar todo mi arsenal sobre ella.
—Buenas tardes, signorina. ¿Cómo puede encontrarse alguien tan pura como usted en un mundo tan oscuro como este? ¿Acaso ha caído del cielo?
Hice gala de todo mi encanto y tomé su mano para besarla con cuidado, mostrándole mi educación y lo maravilloso que era. Su respuesta, sin embargo, me dejó sorprendido. ¿Cómo podía...? Lo tomé como una broma, pues no había mucha mayor explicación lógica para aquello.
—Bueno, signorina... ¿Se ha planteado qué hacer? ¿No sabe adónde ir ni con quién ir? —le pregunté, llevándome la mano al pecho—. Venga conmigo. No, no aceptaré un no por respuesta. Tras ver algo tan bello, jamás podría perdonarme si algo le pasase... Como, por ejemplo...
La joven me interrumpió para poner ella misma un ejemplo. Fruncí el ceño, nuevamente sorprendido con lo que había dicho, y lo pensé un momento. Tenía sentido, pero...
—Sí... Claro... Mi nombre es Ivan Kit, y está invitada a venir conmigo y mi grupo. ¿El suyo es...? —esperé a su respuesta para quedarme bien con ella—. Precioso nombre, como el de un ángel. Le esperaré en la salida sureste...
No vi a nadie más allí que me pudiese interesar. Tras hablar con aquellas personas, avancé hasta la salida.
Llegaron. Quizás las cuatro personas con las que había hablado, quizás alguna más o alguna menos. Me aparté de la barandilla en la que estaba apoyada y dirigí una mirada a todos los integrantes de mi nuevo grupo. Me detuve observando concretamente el rostro de Fátima; no había otra opción. Había que colaborar con ella.
—Nos vamos.