Habían pasado varios días desde el incidente de Bastión Hueco. Nada había vuelto a ser igual. El ambiente de Tierra de Partida había cambiado, sin duda. Antaño, en los pasillos se respiraba el aire de la duda, ante la inexplicable aparición de los sincorazón; pero, también, de la entereza, del incansable valor para enfrentarlos hasta el final.
En cambio, ahora que conocían la verdad, sus enemigos habían cambiado. No sólo se trataban de antiguos Maestros, sino también de compañeros que abrazaron otra forma de vida.
¿Cómo se combatía contra una persona no sólo compuesta de oscuridad?
El Maestro Ronin hizo llamar, una mañana, a Fran e Ivan. El lugar escogido fue la biblioteca y, cuando llegaron, éste ya estaba sentado en una de las tantas mesas repartidas por la habitación, leyendo con interés un libro. Algo bastante inaudito en él.
—¿Qué tal, chicos? Venga, sentaos —les invitó, inmediatamente. A pesar de que sonreía amistosamente, como siempre, se le notaba más cansado. Su carácter era, indudablemente, más forzado—. Tengo una historia muy larga que contaros.
Después de tanto tiempo juntos, el Maestro no se iba a andar con rodeos tontos. Sin embargo, sí que le interesaba saber el estado (sobre todo anímico) de sus aprendices.
Al contrario que en Tierra de Partida, la situación en Bastión Hueco era mucho más sosegada.
Puesto que eran pocos residentes, gran parte del castillo estaba en desuso. Sin embargo, comenzaba a llenarse de mayor actividad poco a poco: los Maestros habían colocado un Tablón de Misiones para movilizar a los aprendices más perezosos; solían producirse sesiones de entrenamiento mágico que dirigía Nanashi (libre para cualquiera); se necesitaban manos para cierto techo que arreglaba, en solitario, Wix…
Pese a todo, el ambiente estaba muy tranquilo. No había planes de movilización, ni nadie parecía tener intención de atacar Tierra de Partida de un día para otro, como quizá alguno hubiese esperado. Para ser una guarida del mal, dejaba mucho que desear.
La primera vez que Ragun fue convocado ante su Maestra tampoco fue una acogida muy diferente a la de Tierra de Partida. En la sala de los tronos, sentada en el que le correspondía (en una postura para nada formal), Ariasu le esperaba cuando entró. Hasta entonces, había estado hablando con Alexis, situada al pie de las escaleras, pero se interrumpió al verle llegar.
—¡Ah! —exclamó Ariasu, mientras se le iluminaba la cara—. ¡Por fin apareces! ¿Qué tal tus primeros días? —quiso saber.
Alexis, sin decir nada, hizo una pompa con el chicle que masticaba. No trató de reiniciar la conversación que había estado manteniendo hasta entonces con Ariasu, sino que permaneció callada ante el aprendiz.