La ciudad estaba igual de animada que siempre, ajena a lo que acababa de ocurrir en el Retumbódromo. Por mi parte, todavía estaba confuso por lo que había sentido mientras conducía ese cacharro, ¿qué había sido esa sensación de poder que sentí mientras conducía?
Tras asegurarme de que no ocurría nada raro en la calle que llevaba al Retumbódromo, y ya con las ideas más claras, me dirigí a la Plaza Mayor. Aún quedaban unas horas para que anocheciera y tuviera que volver al orfanato (por última vez), y aunque la primera idea que me vino a la cabeza fue la de ponerme a jugar al frutibol, al final me decanté por una idea más clásica: dar un paseo por la ciudad para disfrutar de su ambiente por última vez antes de irme. Y todavía tenía que decidir cómo contarles a los del orfanato lo de mi nuevo "trabajo", pero ya lo pensaría más tarde.
Sin perder más tiempo, empecé con el tour por la ciudad. Desde la plaza fui a la pista de frutibol, donde no pude evitar pararme un rato a ver cómo jugaban, e incluso pude pillar una pelota-uva que se salió del campo (y que devoré en segundos). De allí pasé a deambular entre calles, recordando viejos tiempos cuando me escapaba de la víctima de cualquiera de mis bromas. Fui al mirador del circuito, al parque, a la calle del comercio, a los alrededores del castillo, e incluso me asomé a las alcantarillas. Cuando la noche empezó a caer me encontraba de nuevo en la Plaza Mayor, cansado después de estar pateando toda la ciudad, pero satisfecho de haberlo hecho.
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Voy a echar de menos esta ciudad —comenté para mí mismo mientras echaba a andar hacia el orfanato—.
Espero que donde sea que vaya tengan atún de la marca Disney...No tardé mucho en llegar al orfanato. Aún estando en la puerta, no me atreví a entrar. Aunque estaba acostumbrado a despedirme de compañeros cuando eran adoptados, tener que despedirme definitivamente de todos, incluso de los encargados, iba a ser muy difícil. Suspiré, hice de tripas corazón, puse mi mejor sonrisa, y entré.
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¡Ya estoy en casaaaa! —grité a los cuatro vientos
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¡¡FIIIINN!!Todos los niños del orfanato vinieron corriendo a saludarme nada más entré, y más de uno se me lanzó encima para abrazarme. Como no eramos muchos en el orfanato (nunca habíamos llegado a ser más de quince) y yo era el mayor de todos, para ellos era una especie de hermano mayor. Para evitar que se pusieran tristes, ni los encargados ni yo les habíamos dicho nada de mi inminente marcha, y todavía tenía que decidir cómo iba a hacerlo.
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¡Niños, la cena! —el grito de la señora Ping interrumpió mi bienvenida, y todos en tropel acudimos al comedor
La señora Ping (una cariñosa vaca), y su marido el señor Ping (un autoritario pero amable toro), eran los dueños y a la vez encargados del orfanato, y lo más parecido a unos padres que había tenido en mi vida. Ambos estaban muy preocupados por lo que iba a hacer a partir de mañana, y no eran pocos los intentos que habían hecho por encontrarme algún trabajo (sin ninguna suerte). También tenía que pensar cómo iba a contarles todo lo ocurrido...se me acumulaba el trabajo.
La cena transcurrió con normalidad, y aunque tenía un nudo en el estómago por los nervios de mañana, intenté comer todo lo que pude para que no se me notara. Me ofrecí voluntario para fregar los platos tras la comida (después de todo, iba a ser mi última oportunidad de hacerlo), y cuando hube terminado me senté con los demás en el salón, donde la señora Ping estaba contándoles un cuento a los demás. Era un cuento que había escuchado millones de veces, pero lo disfruté como si fuera la primera. Este salón, esta sensación de estar "en familia", el cariño de la señora Ping, la chimenea del salón encendida...mañana ya no estaría. Hundí la cabeza entre las piernas e intentando que no se me notara demasiado el bajón que tenía, puse mi sonrisa y escuché el cuento como uno más, como si nada pasara mañana.
Y llegó la hora de irse a la cama. Los niños tenían una hora fija para irse a la cama, aunque desde hacía unos años a mí me permitían quedarme despierto siempre que no saliera del orfanato. Todos se levantaron y empezaron a irse, pero yo permanecí quieto en mi sillón, mirando fijamente el fuego de la chimenea. Cuando creía que me había quedado solo, noté una mano en el hombro.
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Finn, cariño, ¿has...? —era la señora Ping
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No se preocupe señora Ping, estoy bien —dije antes de que me preguntara nada—. -
Yo...he encontrado algo...mañana...mañana se lo contaré, cuando esté el señor Ping—
Vale...buenas noches, cariño. No te vayas muy tarde a la cama —antes de irse, se agachó y me dio un beso en la mejilla
Tras marcharse la señora Ping, me quede solo en el salón, esta vez de verdad. No podía evitar sentirme mal por no contarle la verdad, pero no quería que se preocupara de más y no estaba seguro de que me creyera si le decía que el Rey me había conseguido un trabajo en otro mundo. Tampoco estaba el señor Ping, que por la noche trabajaba en la herrería para ganar algo más de dinero para el orfanato. Y, sinceramente, no me sentía con fuerzas para despedirme en persona de ellos, ni tampoco de los niños. No quería ver sus caras tristes ni los lloros, no quería verles mal.
Pasé varias horas ahí sentado, observando el fuego y pensando (he incluso solté alguna lagrimita...¡maldita alergia!). Finalmente, tomé una decisión. Subí corriendo a mi habitación (compartida con otros cuatro niños, que por suerte dormían plácidamente) y procurando no hacer ruido cogí mi mochila de debajo de la cama. Ya tenía casi todo el equipaje preparado, y solo me faltó meter la almohada y la manta de mi cama (que llevaba usando desde que llegué al orfanato), un viejo despertador con forma de pollo, y un par de pantalones que me acababan de lavar. Con el equipaje listo, y caminando de puntillas para no hacer ruido, salí de la habitación. Antes de volver al salón pasé por la cocina y asalté el almacén, cogiendo un par de latas de atún y una de espinacas (hay que tener una dieta variada). De vuelta en el salón, solo me quedaba la despedida. Cogí un lápiz, un folio, y empecé a escribir.
PARA EL SEÑOR Y LA SEÑORA PING
Lo siento por no despedirme en persona, pero no qeria qe os pusierais tristes. El rei me a encontrado un trabajo en un lugar lejos de aqi, pero tranquilos porqe estare bien. Muchas gracias por todo lo qe aveis echo por mi durante todos estos años, os prometo que bolbere volvere a visitaros en cuanto pueda. Despediros de los niños de mi parte, y cuidadles mucho porfabor.
Os qiero, Finn
Hice bastantes esfuerzos por no llorar una vez terminé de escribir. Iba a dejar atrás toda mi vida tal y como la conocía, pero la decisión ya estaba tomada. Y ahora tenía que darme prisa, pues tenía que marcharme antes de que alguien se despertara y me pudiera pillar in fraganti. Doble la carta, la dejé en la mesa del salón y me cargué la mochila a los hombros.
Cuando estaba a punto de salir del orfanato, algo llamó mi atención en la entrada: una foto en un marco de la pared. Era la última foto de grupo que se había hecho a todos los niños del orfanato, señor y señora Ping incluidos. Ahora que lo pensaba, no tenía ningún recuerdo de este sitio y no me lo pensé dos veces: cogí el marco, saqué la foto, me la guardé en la mochila, y volví a dejar el marco en su sitio. Y esta vez sí, abrí la puerta y salí del orfanato. Dejaba atrás diecisiete años de mi vida...dieciocho si lo pensaba bien, ya había pasado de medianoche y oficialmente mi cumpleaños. Pero era hora de avanzar, y ahora mismo solo tenía que hacer una cosa: esperar a que se hiciera de día.
Eché a andar por la calle, sin ningún rumbo en concreto. Tenía bastante sueño y estaba cansado, pero una noche despierto no me iba a matar (creo). Sin darme cuenta mis pisadas me habían llevado hasta la herrería del señor Ping, y a través de una ventana podía ver como el toro trabajaba a martillazo limpio. Me quedé unos minutos ahí quieto, observando como trabajaba, y aunque una parte de mí quería entrar y decirle adiós, preferí aguantar...la decisión estaba tomada. Giré sobre mis tobillos y eché a andar, esta vez hacia la Plaza Mayor. Allí, me senté en las escaleras de la caseta del centro de la plaza, me puse la almohada entre mi cabeza y el poste de madera y me acomodé. No podía ir a mi "primer día de trabajo" sin dormir nada, aún quedaban unas horas para que el sol apareciera y era improbable que me encontraran aquí. Puse el despertador a la hora del amanecer, cerré los ojos y me dejé llevar. No tardé ni dos segundos en dormirme.
* * *—
PÍO PÍO PÍO PÍO PÍO—
¡¡Ahh!!El ruido del despertador hizo que me cayera de las escaleras. Estaba bastante desorientado, y de hecho tardé unos minutos en darme cuenta de dónde estaba y qué hacía aquí. El sol empezaba a asomarse por la ciudad, y tenía que darme prisa o la plaza se llenaría de gente madrugadora. Guardé las cosas en la mochila, me estiré cual gato y eché a correr hacia el castillo. Mi nueva vida estaba a punto de empezar, ¡y me moría de ganas de que empezara!
Oh dios, me ha salido más largo de lo que creía n_n
Gracias por seguir con el prólogo a pesar de dejarte tirada sin avisar, espero que me salga bien
PD: la carta de Finn está escrita tal y como la ha escrito él, de ahí las faltas xDD