Alec… A lo lejos, Light pudo distinguir a su compañero, quien se alejaba de la estación, haciendo uso de un par de alas para desplazarse por el aire. Sin mostrarse demasiado sorprendido por la posible habilidad alada de su compañero, solamente meditó sobre las palabras de joven mago.
Según él, Ronin era el marionetista que manipulaba a todos los Jugadores. Sin importarle lo que ocurrieran con sus vidas, únicamente le interesaban esas cuatro llaves. Pero… ¿Por qué él no desconfiaba del supuesto Roninl? ¿Por qué no podía ver sus actos como egoístas y malignos? ¿Por qué no podía darse cuenta de que no se trataba realmente de Ronin? Al igual que no admitía eso, tampoco podía asimilar su verdadera identidad, la de una simple copia.
Siendo él Light Hikari, se veía obligado a obedecer a su Maestro, su padre. No había otro camino...
—
¿Eh? De repente, se percató de que un Sincorazón había entrado en el mismo vagón del tren. Similar a una granada o bomba, el gran Sincorazón rojo les había echado la vista encima y parecía decidido a aniquilarles en ese preciso momento. Inmediatamente, Light se levantó del asiento y se colocó en guardia, armado con su red dorada.
—
¿A qué estamos esperando para terminar con él? —se giró hacia Ragun, que por alguna razón, aún no había materializado sus cadenas.
—
Mierda, no nos dará tiempo —señalaba Ragun, refiriéndose claramente al contador del Sincorazón bomba—.
¡Hay que largarse! ¿Tiempo?
—
¿A qué te refieres? Las puertas del tren se acaban de cerrar ahora y no hay escapatoria —dijo Light apresuradamente, claramente nervioso. ¿Un Sincorazón que él y Ragun no pudieran destruir? ¿En qué estaba pensando?
—
Es una bomba, rompe las ventanas. —
¿¡Una bomba!? —exclamó atónito. Aunque jamás se había encontrado con un Sincorazón de aquel tipo, su aspecto lo decía todo. ¿¡Cómo no se le había pasado por la cabeza!? Si una bomba explotaba, habiendo gasolina de por medio...
Sin esperar un segundo más, se lanzó contra la primera ventana a la vista y arremetió contra ella, intentándola romper por todos los medios para que Ragun y él pudiera escapar del tren de la muerte. Maldiciendo al Sincorazón en voz baja, seguía la rápida cuenta atrás mientras golpeaba a la ventana…
0 ¡¡Mierda!! De todos modos, que la rompiera o no al final resultaría indiferente. La cuenta atrás llegó a cero y todo se convirtió en un infierno. Lo último que llegó a ver Light fue la luz intensa de la explosión de fuego, y después, perdió la conciencia por la violenta detonación. La explosión les alcanzó y ambos se sumergieron en una gigantesca deflagración que irremediablemente les mandó volando, arrasando además sus cuerpos, o una enorme parte de estos.
¿Es el fin? No… Qué manera tan estúpida de caer. ¿Un golpe desafortunado? ¿La trampa de algún vil y cobarde Reaper…?
*** —
Eh... ¿Estáis bien? Una voz familiar de hombre consiguió despertarle. En situaciones normales, el muchacho se habría levantado súbitamente de la cama de un salto y habría buscado alarmado la localización de la voz, pero en aquella ocasión fue incapaz. Tenía el cuerpo entumecido, cubierto por vendas que tapaban la mayoría de quemaduras. Totalmente somnoliento, sólo le apetecía dormir y descansar.
Pero no había tiempo para tales privilegios. Tardaría escasos segundos en abrir los ojos, en recordar lo que había pasado. El tren, el Sincorazón, la explosión…
—
Siento como si se me hubiese derretido el cerebro... —comentaba Ragun en voz baja. Estaba muy débil, y claramente fatigado.
—
A mí me duele todo el cuerpo —admitió en bajo al igual que él, sonriendo por su fortuna. Estaban vivos.
—
Toma, pareces bastante magullado y muerto no me sirves de nada —Ragun buscó entre sus bolsillos y le ofreció el frasco de poción curativa, que seguramente consiguió en Tierra de Partida.
Light cogió el frasco y la observó con curiosidad durante unos segundos. Sonriente, sacó el tapón con lentitud, mientras olía el aroma agradable y curativo del líquido que se encontraba en el interior. Después, despegó la mirada del frasco y dirigió ésta hacia el rostro de Ragun.
Su compañero durante todo el Reaper’s Game... No, su mejor amigo, pese a que el Light original le detestaba. Ambos habían compartido muchas cosas durante aquel juego: risas, tristezas, miedo… ¿Y quién lo diría? Ahora incluso compartían el mismo cruel destino, la cama, el sudor de sus cuerpos y el calor de estos. A escasos centímetros, incluso podían escuchar sus propios latidos sincronizados. Lo mismo ocurría con sus respiraciones.
Ambas miradas se cruzaron. Los ojos verdosos de Light y los amarillos del compañero permanecieron conectados durante unos segundos, sin pestañear. ¿Sacrificarse a sí mismo para curar al compañero? No existían palabras para agradecerle sus nobles intenciones.
Light primero había buscado su mirada, y después sus labios. Sin previo aviso…
Había acercado la pequeña botella hasta estos. El agua curativa del recipiente entró en la boca de Ragun y empezó a bajar por la garganta del muchacho, entre tosidos.
—
Esto es lo correcto —dijo con una tierna sonrisa. Así debía ser, sin ninguna duda. Al fin y al cabo era su poción, y merecía salvarse también. Sus bondadosas intenciones le hacían más que digno.
—
¿Eres idiota? —cuestionó tras ingerir el brebaje curativo. Orgulloso para variar, indicó—:
Yo no necesitaba tomar la poción. Tú estabas peor. —
No te preocupes —musitaba, sin temor y sin borrar la sonrisa sincera de su rostro—.
Me las apañaré, confía en mí. >>Ah, y por cierto, ¿dónde estamos? No se encontraban en nada parecido a la estación, sino en una habitación carente de ventilación y de luminosidad, dentro de un edificio cercano a la colina. El fuerte olor a tabaco no era demasiado agradable, y sumado a la fetidez del sudor de sus cuerpos, lo hacía mucho menos soportable.
Light despegó la cabeza de la almohada e hizo ademán de levantarse, para dar así con el origen de la voz que le había despertado. No le costó ni dos segundos reconocerle. Fumador, y con prendas totalmente distintas, su identidad no podría pasar desapercibida.
—
Eh, creo que no deberíais levantaros... —
¿¡Maestro Kazuki!? —exclamaron Light y Ragun al unísono, igual de sorprendidos. Habían conseguido encontrar a otro de los Maestros de Tierra de Partida, bastante cambiado, al igual que Yami.
Todo empezaba a cobrar sentido. La habitación, las vendas… Sí, seguramente él era el responsable. Él había sido quien les había salvado la vida, no tenía la menor duda al respecto. Los Maestros, paternales en algunas ocasiones, cuidaban y protegían a sus aprendices como si se trataran de sus propios hijos, ¿no? Una pena que jamás conociera a su verdadero padre.
—
Os encontré tirados al pie de la colina. Vi que necesitabais ayuda y, eh... Había dado clase de primeros auxilios. Pese a que nos prohiben ayudar a los Jugadores noté que debía hacer algo... Cierto. Ellos eran los Jugadores, los odiados por Villa Crepúsculo y los antagonistas de la cruel función.
Las marionetas de Ronin.
Maestro Kazuki… El mismo caso que Yami: sus anteriores recuerdos habían sido removidos y ahora eran simples ciudadanos de aquel mundo virtual.
—
Gracias, Maestro Kazuki —no pudo evitar nombrarle como su Maestro, a pesar de que él se trataba de una mera copia de Light Hikari. Pese a que él no era un portador de la Llave Espada, ni tampoco un aprendiz de Tierra Partida. Ni siquiera era realmente un habitante de Villa Crepúsculo. Simplemente era una copia, un Jugador del Reaper’s Game.
Era tan difícil hacerse a la idea…
—
Pero no puedo ocultaros aquí. Lo siento, pero, eh... No quiero que un Reaper venga a por mí. Por favor, salid de aquí. —
Faltaría más. Vámonos, Ragun —expresó sin pensárselo dos veces. Un comentario doloroso por parte de Kazuki, pero tenía toda la razón.
Ellos sólo eran intrusos, ¿no? La ciudad entera maldecía su existencia.
Giró sobre su eje para abandonar el dormitorio. Podía mantenerse de pie y andar perfectamente, pese al leve escozor que le producían las quemaduras alojadas en su cuerpo y que sin duda le molestaban.
Rápidamente cogió su ropa, la cual se hallaba depositada en la silla más cercana. Sin más dilación se la puso, con especial cuidado, evitando rozar las profundas heridas de su tronco: demasiado profundas. Si recibía el ataque de un enemigo… sería fatal para su existencia. Aquella sería la prueba que tendría que afrontar.
Anduvo escasos pasos en dirección a la salida de la habitación, pero antes de salir, se volteó una última vez hacia Kazuki.
—
Yo sé por qué hizo esto, Maestro Kazuki. Al fin y al cabo, usted es nuestro Maestro. A pesar de su pereza, sé que usted aprecia y adora a sus aprendices. Yo mismo puedo corroborarlo.
>>Fue en aquel día, cuando me nombraron aprendiz en Villa Crepúsculo. Yo os encontré a usted y al Maestro Ronin en los túneles, y decidí espiaros para enterarme de vuestros cuchicheos. Torpe de mí, me tropecé y caí rodando por las escaleras de los túneles.
>>Al principio tuve miedo de vosotros, pero no había motivos. Os portasteis bien conmigo, e incluso me revelasteis el secreto de las Llaves Espadas y los mundos. Fuimos a la casa de mi abuela para hacer el ritual de nombramiento de aprendiz, y después me llevasteis a Tierra de Partida.
>>¿Lo recuerda? El día del meteorito. Usted me curó en aquella ocasión también, cuando me caí por las escaleras de los túneles. Usted y todos los de Tierra de Partida se convirtieron en una nueva familia para mí. Nunca encontraré palabras para agradecéroslo. Jamás. Una lágrima se deslizó por su rostro, y poco después, muchas más. Resultaba muy doloroso citar recuerdos felices que realmente no eran suyos, sino de su ser original. Seguía sin admitir que se trataba de una falsa copia, seguía pensando que se trataba del original Light Hikari. Todos sus recuerdos, experiencias y emociones ahora eran suyos, pero jamás conseguiría su identidad.
No se limpió las lágrimas de su rostro. Esperaba que la penumbra del cuarto fuera suficiente para ocultarlas. Esperaba que un rostro sonriente fuera suficiente para conseguir que las lágrimas pasaran desapercibidas ante ojos de terceros.
Seguramente Ragun también querría compartir unas palabras con él. Antes de salir de allí, escucharía lo que Kazuki y Ragun tuvieran que decir.
Puede que, a partir de ese punto, únicamente se encontraran con enemigos, combates, dolor, sufrimiento, agonía… y muerte. Tenían que aprovechar ese momento.