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¡Oh, sí! La súbita emoción de la chica sorprendió brevemente al joven Xefil, cuyos ojos carmesí se abrieron levemente por unos instantes. Qué joven tan curiosa era aquélla, sin duda. Tan inmersa en su lectura, emocionada por su canción, y confiando en un completo desconocido. Tal vez era a causa de su actitud distraída y despreocupada, o tal vez aquella villa era demasiado tranquila como para permitirse ser suspicaz.
La muchacha comenzó a relatar su historia, pero no tardó más que unos instantes en terminar de comprender lo que el joven de ojos rojos le había comentado:
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Trata de unas habichuelas, un ogro y... ¡ah! ¿Una historia? ―Xefil asintió con la cabeza―
¡Me encantaría escucharla! Había pasado un tiempo desde que había visto aquella mirada, pero todavía la recordaba. El entusiasmo y la expectación en un par de ojos brillantes. Siempre era tranquilizador ver aquella emoción en el rostro de las jóvenes que atendían a su historia. Significaba que eran perfectas... Crédulas. Inocentes. Frágiles.
***
Cuando me di cuenta que me hallaba despierto, ya no recordaba nada sobre la aldea ni la misión que debía estar llevando a cabo. Por más que quería trazar de nuevo mis pasos hasta llegar a mi situación, me era imposible. Había un momento, y ni siquiera sabía precisar cuál, en el que todo era envuelto por las penumbras. Era rememorar mi último día en Tierra de Partida y, antes de advertirlo, un gigantesco hueco en mis recuerdos.
Y luego me hallaba yo, de pie en el centro de aquel islote. Me rodeaba una laguna pantanosa de la que, aparentemente, no era tan sencillo salir: por más que miraba a mi alrededor, no había ningún puente o bote para navegar por las turbias y sucias aguas. Sólo cañas de pantano y hierba alta que me impedía ver más allá de mi posición. A lo lejos, sin embargo, distinguía la silueta azul de altas montañas.
Frente a mí, por otro lado, se alzaba una vieja cabaña, bastante descuidada por lo que se podía ver: la madera se veía húmeda y desgastada, y en muchos sitios plantas trepadoras cubrían el edificio. Una de las columnas que sostenían la casa sobre la laguna se había roto tras sostener tanto peso durante quién sabría cuánto tiempo, provocando que la construcción se inclinara completamente hacia un lado.
Parecía que nadie había vivido en aquel sitio en años... y sin embargo, la puerta se hallaba abierta de par en par, invitándome a pasar... mientras del interior salía el llanto de una joven mujer.
Apreté con fuerza la empuñadura de mi Llave-Espada (la cual, para ser sincero, no supe en qué momento hice aparecer) y, armándome de valor, caminé en dirección a la cabaña. Comenzó a llover, pese a que el cielo había estado despejado hacía unos momentos. Antes de que llegase a las escaleras del portal, ya había comenzado a caer un diluvio y mis ropas estaban completamente empapadas.
La madera crujió bajo mis pies. En el tercer escalón, el suelo cedió bajo mi peso y me astillé el pie cuando cayó en el agujero. Al llegar a la cima, me sostuve de una de las delgadas columnas de madera del pórtico y me llené la mano de una clase de hongo verde. Parecía que la suerte no estaba de mi lado.
El interior de la casa era bastante peculiar. Al principio, un pasillo completamente recto, sin nada colgando de sus paredes ni adornando el piso. Nada que no fuese una planta oportunista, quiero decir. No había puertas ni escaleras que llevasen a otra parte: el pasillo llevaba a una única habitación.
La escena que me recibió fue aterradora... y sin embargo, familiar. Una joven chica se hallaba en el centro de la habitación, encadenada al techo y al piso del lugar con cuatro grilletes. Cansada, se había dejado caer, permitiendo que las dos cadenas superiores la sostuviesen de las muñecas. Cabizbaja como se hallaba, su rostro se veía oculto por el gran sombrero puntiagudo, pero su cabello color violeta y sus orejas animales eran visibles. Su joven y pequeño cuerpo era cubierto por una larga capa negra, llena de agujeros y bastante sucia; pero bajo ella podía distinguirse un elegante vestido del mismo color, adornado por cinturones y costuras de tonos purpúreos.
Mientras la observaba de arriba a abajo, la joven hechicera se dio cuenta de mi presencia. Alzó la cabeza y me miró con unos ojos, sorprendentemente, llenos de tranquilidad. ¿Pero... no había estado llorando?
—
Es... es una trampa... —murmuró la híbrida, con una voz suave y falta de emoción.
Súbitamente, una fuerte corriente de viento rompió la única ventana que se hallaba en la habitación: detrás de la prisionera. Los cristales salieron disparados, haciéndonos varios cortes superficiales tanto a la chica como a mí. La puerta detrás de mí se cerró con un estruendo; y a juzgar por el sonido, alguien le puso el pestillo.
No volverás a llevarte a otra esta vez...Levantadas por la brisa, el agua del pantano y las gotas de lluvia comenzaron a entrar por la ventana, empapando mi rostro e impidiéndome ver frente a mí. La silueta de la hechicera se veía vidriosa tras el agua, pero aún así podía distinguir que se agitaba. Una de las cadenas, la de su brazo izquierdo, se había soltado por completo, llevándose un trozo de madera consigo.
—
¡Estoy aquí para ayudar! —exclamé desesperado. Intenté avanzar pese al fuerte viento, tan intenso que me desequilibraba. La cabaña comenzó a crujir de una manera amenazante, a la par que trozos de madera y cristal comenzaban a volar alrededor de la habitación.
Bajo la caótica orquesta que me rodeaba, apenas fui capaz de escuchar a la joven:
—
No puedes ayudarnos... —sin embargo, seguía agitándose con fuerza, tal vez llena de esperanza por primera vez en quién sabría cuánto tiempo.
Un chirrido espantoso provino de algún lugar bajo nosotros. Sentí cómo el piso comenzaba a inclinarse...
—
¡Ayudé a Elizabeth una vez! ¿Eres como ella? ¿¡Cuál es tu nombre...?Un chasquido tremendo se escuchó en la cabaña, poniéndome los pelos de punta al prevenir lo que estaba a punto de suceder. Una fuerte sacudida me hizo caer al suelo, donde me hice daño al romper la madera con mi peso. Parcialmente ciego como me hallaba, logré a ver de reojo cómo la hechicera se sujetaba a la cadena de su brazo derecho con su mano libre, intentando mantenerse de pie.
La casa se inclinó por completo sin previo aviso. Con el sitio completamente empapado y sin nada de que sostenerme, la gravedad me hizo deslizarme por la habitación hasta que me estrellé contra la pared. La ventana se hallaba a sólo unos palmos de mí, a mi izquierda, pero parecía el agua del pantano comenzaba a entrar por ella. ¿Nos estábamos hundiendo?
Aún estaba a tiempo de salir; pero si lo hacía, la chica encadenada seguramente se terminaría ahogando, atrapada en el pantano con la cabaña a la que se hallaba encadenada. Y eso no podía permitírmelo, aunque pusiera mi propia vida en peligro.
¡He dicho que no vas a llevártela esta vez!La pared sobre la que me recargaba, tan inclinada que estaba a punto de convertirse en el suelo, cedió bajo mi peso. Noté cómo me precipitaba al vacío; y luego, al agua fría y sucia. Como si algo me estuviese arrastrando, me hundí inmediatamente. Comencé a bracear y a patalear, esperando poder volver a la superficie, pero por más que lo intentaba parecía que no era capaz de moverme. A lo lejos escuchaba los sonidos de la cabaña haciéndose pedazos, enmudecidos por el pantano en el que había caído.
Abrí los ojos desesperado y, para mi sorpresa, la visión que me recibió no era la del agua turbia a mi alrededor, sino un vacío completamente blanco.
Y una figura a lo lejos... una dama ataviada en un vestido blanco, aunque manchado de lo que parecía ser sangre. Lloraba con el rostro hundido entre sus manos. A su espalda se unían lo que parecían ser un par de alas artificiales, con joyas colgando de ellas.
Abrí la boca para gritarle algo, pero inmediatamente me di cuenta de mi error: pese a que lo que veía frente a mí no coincidía, todavía me hallaba hundido en el pantano. Y, sumergido como me hallaba, el agua inmediatamente se abrió paso por entre mis labios, mi boca y mi garganta... hasta mis pulmones.
La visión de la dama de blanco comenzó a ser engullida por la oscuridad, mientras un fuego ardía con fuerza en mi pecho...
***
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Entonces ponte cómoda y presta atención, pequeña...Había una vez un joven príncipe, heredero de un reino lejano. Era noble en todos los aspectos: buen cazador, magnífico estudiante, excelente guerrero, trabajador perseverante. Y ante todo, honesto y amable con sus súbditos. Iba a convertirse, sin duda, en un gran rey. Había, también, una joven muchacha de campo que vivía sola en una cabaña de madera, alejada del castillo. A solas como siempre se hallaba, pasaba sus ratos libres caminando por el bosque y estudiando sus plantas. Miraba con admiración al príncipe desde la lejanía, sin embargo, embelesada por tan perfecto joven.
Así que un día la joven pidió a las estrellas un deseo. La oportunidad de conocer a tan perfecta persona, y estar con él aunque fuese por un día. Un solo día.
Como las estrellas vieron que sus sentimientos eran puros, dijeron que así sería.
De tal manera que una despejada tarde, mientras el príncipe cazaba en el bosque, un infortunio provocó que resbalase sobre una roca y se torciera el pie. Como era de esperar, la joven que había pedido su deseo estaba allí para encontrarle. Ayudó al príncipe a levantarse y le ofreció sus conocimientos para sanarlo. Usó hierbas de río y cortezas de árbol para hacer un ungüento que mejoró al noble muchacho.
Pero éste no quiso irse, aún sanado, pues creía haberse enamorado.
Con el tiempo, tras horas y horas de conversar y divertirse, ambos compartieron un beso y prometieron verse pronto. Y así fue: el príncipe y la joven se encontraban en el bosque cuando les era posible, y pasaban el día juntos.
Pero a la realeza no se le permite convivir con los de sangre impura. Así que, sospechoso de su hijo, el rey concretó un matrimonio arreglado con la hija de un conde. Y el príncipe, que velaba siempre por su gente, no pudo hacer más que aceptar el compromiso por el bien de su reino.
No hay final feliz aquí, me temo. No hubo hechizo que romper o dragón que vencer.
...aunque sí hubo una bruja.....
La joven dama pidió un nuevo deseo a las estrellas. Uno nacido de un pobre corazón roto: pidió los medios para traer a su príncipe de vuelta.
Y como las estrellas vieron que sus sentimientos eran puros, dijeron que así sería.
Lo que antes fue simple experiencia con hierbas y ungüentos se convirtió en el amor por el ocultismo y la nigromancia. La joven plebeya se convirtió en una hechicera, en una oscura bruja, con el simple propósito de encontrar la manera de desafiar al reino y traer a su príncipe de vuelta.
Así que, cuando encontró la oportunidad, la bruja se presentó en el castillo. Orgullosa como era y exhibiendo sus habilidades con presunción, usó su magia para torturar a todo el reino. Y cuando finalmente los gritos la satisficieron, los envenenó a todos.
El joven príncipe fue el único que quedó. Mas en sus ojos ya no se asomaba el amor, sino el miedo más puro y animal. En la joven de la que una vez se había enamorado no vio más que infiernos y tinieblas. Así que escapó: huyó lejos, muy lejos, a donde la magia de su vieja amada no podía encontrarlo. Murió de viejo, rey de una nueva tierra, con una familia y un legado, en la lejana nación donde una joven quedaría dormida por cien años.
Pero la bruja no se rindió. Viajó y buscó por años, décadas enteras, su amado. Encontró la manera de vivir por siempre a costa de otros, sacrificando a jóvenes almas inocentes cuando sus días llegaban a su fin. Se convirtió en la Bruja Eterna, que había conquistado al mundo de la magia y había evadido a la mismísima Muerte.
Pero la Dama de Negro nunca dio su brazo a torcer, y hubo una cosa que la Bruja Eterna nunca logró hacer.
Y eso fue... traer de vuelta a su príncipe.
Se dice que la Bruja Eterna aún vive, pues fue ese logro el que le dio el nombre. Y cuando sus días están a punto de llegar a su fin, secuestra a una joven muchacha de campo.
Y llena con una vitalidad nueva, sigue viajando y buscando... a su príncipe amado.
***En un mundo lejano, más allá de los límites del tiempo y el espacio, una destrozada cabaña de madera se hundía lentamente en un pantano. En su interior, una joven se hallaba encadenada, prisionera de una malvada bruja. La muchacha, completamente atrapada, no pudo hacer más que parar sus desesperados intentos de escapar y resignarse. La muerte se hallaba cerca. Pronto ella se hundiría también, como el príncipe que, creía, había llegado a rescatarla finalmente.
Por primera vez en siglos, la joven comenzó a llorar.
Sin embargo, una brillante luz salió de las aguas que iban a convertirse en su tumba, y ascendió veloz hasta donde se hallaba la chica. Justo frente a su rostro, aquella estrella explotó en otras tres más pequeñas, que volaron a diferentes posiciones, pero al mismo sitio: las cerraduras que mantenían a la joven prisionera.
Con un chasquido, los grilletes cayeron al suelo, al igual que la chica, que comenzó a resbalar por el suelo mojado. Para su suerte, logró recuperar el equilibrio al sostenerse de sus viejas cadenas y luego, ágilmente comenzó a utilizarlas para subir. Se las arregló para llegar hasta la puerta; y a partir de allí, por el largo pasillo, hasta la salida.
¿Cómo había sucedido aquello? Después de años y años de esperar, finalmente había llegado el milagro que habría de rescatarla. ¿Pero dónde se hallaba el valiente caballero que se había aventurado al Reino de las Brujas para buscarla?
No se encontraba en ningún lado. O al menos, eso pensó la joven:
No alcanzó a ver el brazo sosteniendo una curiosa espada en forma de llave, que pronto se hundió de nuevo en el pantano, donde se perdería para siempre bajo las turbias y sucias aguas...
***
—
Y esa es la historia... de la Bruja Eterna... Espero que la hayas disfrutado; lo he hecho lo mejor que pude.Tuve que parpadear varias veces para traerme a mí mismo de vuelta a la realidad. Inmediatamente tuve que llevarme la mano a la frente, pues una punzada de dolor atacó mi cabeza. Aquellas migrañas se estaban haciendo cada vez más frecuentes. Gruñendo por lo bajo, me vi obligado a girarme allí donde me hallaba sentado, para tomar un poco de agua de la fuente y mojar mi rostro.
Por un minuto, el agua me supo a lodo y se me erizó el vello de la nuca. Tenía la sensación de haberme quedado dormido y haber tenido un mal sueño... Pero eso era imposible, pues acababa de contarle una historia a la chica que se había sentado a mi lado.
¿Lo había hecho...? ¿Qué historia le había contado...?
No podía recordarlo.
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Oh, perdona mis modales... —murmuré tras volver a erguirme, apretando mis ojos para intentar amainar el dolor. Luego de ello, me puse de pie y le dediqué una leve reverencia a la chica desconocida. Una pequeña, adecuada para una dama como ella, pero no tan exagerado como el saludo que le haría a un noble—.
Es sólo que no sé dónde he tenido la cabeza estos últimos días... Mi nombre es Xefil, mademoiselle, y soy un humilde viajero interesado en las historias que se cuentan en esta villa. ¿Se me permitiría saber el nombre de tan interesante joven? Después de todo, uno no se topa a una lectora tan ávida cada día.