>>Ganamos, liberamos a Shiki, Beat y Rhyme de los Reapers y todos nos vamos de este mundo. Yo recupero Shibuya, vosotros ganáis una vida ahí fuera. El trato de Avatar es lo justo. Fin.
Tras responderme con aquellas palabras, Neku emprendió su camino hacia la villa, dejándome solo en mi sitio, sin saber cómo reaccionar. Me retrasé durante unos segundos, apretando los puños con fuerza, mientras el resto de mis compañeros echaban a caminar.
¿Simplemente... no le interesaba? La vida de otros, la razón de su existencia, el riesgo que la simple presencia de aquel mundo significaba... ¿todo aquello, no le interesaba en absoluto?
—Hay más vidas en riesgo, Neku. Cientos y cientos. Y todas son más importantes que la tuya —murmuré por lo bajo, observando a la lejanía el hueco donde antes había estado un sector completo. Destruido, ahora.
>>Cretino prepotente.
Cuando finalmente alcancé al resto de los Jugadores, ya caminábamos por el interior de la Villa, en dirección a la mansión. Un sobrecogedor silencio nos envolvía a todos, además de una deprimente aura de melancolía. Y es que caminábamos hacia el final; ya fuese con nuestra victoria o nuestra muerte, aquel día todo se terminaba. Era imposible pronunciar palabra alguna; y aunque sí hubo algunas puntuales excepciones, nada pudo levantar los ánimos.
La gente nos observaba desde las penumbras. Las cortinas se movían a nuestro paso y sombras se acomodaban cuando observábamos de reojo. Pequeños y brillantes ojos, infantiles, nos observaban conforme avanzábamos. Y, poco a poco, las miradas pasaban de ser un par o dos a tres o cuatro docenas.
"Héroes", murnuraban.
—¡Vivan los héroes! —exclamó un pequeño niño, en cuanto llegamos a la Plazoleta del Tranvía. Para mi sorpresa, en cuanto apremió a los otros con un gesto de sus brazos, estos respondieron:
—¡Viva!
Amargamente, tuve que dedicarles una sonrisa llena de confianza. Una falsa sombra de sonrisa, que esperaba fuese suficiente para brindarles esperanza durante aquellas últimas horas de existencia. Para ellos, éramos héroes. Aunque nos habían repudiado y mirado con odio en nuestro primer día, ahora éramos sus héroes.
—Esto, todo esto, es más importante que tú, Neku.
El chico de cabello naranja apartó a los niños, apenas mirándoles. Y aunque la gente intentaba vitorear, Neku avanzaba a su propio ritmo, sin prestarles interés alguno.
—Le estás dando la espalda a decenas de vidas. Haces bien en ignorarlos, entonces... ¿Cómo puedes ser llamado "Héroe", después de todo?
El vestíbulo se hallaba completamente vacío. Todos los muebles habían sido movidos de lugar, dejando nada más que polvo y soledad en su lugar. La luz que entraba por las puertas de cristal y el marco detrás de nosotros era apenas suficiente para iluminar aquella recepción, tan melancólica y alarmante.
Como era de esperar, la puerta se cerró a nuestras espaldas en cuanto entramos a la mansión. Todo fue envuelto por la oscuridad cuando cortinas cubrieron los cristales hacia el jardín. Las penumbras que nos rodeaban eran tan inescrutables que quedé convencido que aquello no eran solamente sombras, sino algún truco mágico de Ariasu.
—Bienvenidos al final.
Ariasu se materializó de pronto en la habitación, brillando como una linterna. O tal vez estuvo allí desde el principio, no había manera de saberlo. Con una tétrica serenidad, nos contempló a todos antes de continuar. Habló de nuestra ceguera ante la verdad. La manera en la que tratábamos de negar nuestro propósito y objetivo como copias. La forma en la que habíamos decidido huir, correr, de la razón de nuestra existencia. De cómo nos habíamos convertido en los villanos por decisión propia.
Pero sus palabras no tendrían ningún efecto en mí; ni en Maya, esperaba. Estábamos haciendo lo correcto, lo sabía. Aunque mis planes diferían un poco de los de los demás, en secreto, seguía buscando la vida y la tranquilidad para los habitantes de aquel mundo. ¿Cómo podía hacerme aquello un villano? Ya no era la marioneta de nadie. Ni de Avatar, ni del corazón del mundo, ni de Ariasu. Ni siquiera del viejo Xefil. Era alguien nuevo, y estaba dispuesto a demostrar mi valor.
Quedé poco impresionado cuando, después de que las luces se encendieran, Ariasu invocó la Llave-Espada de Light y conjuró un hechizo de revitalización sobre sí misma. La lucha había comenzado. Y la GameMaster pretendía que mi compañera fuese la primera víctima.
—¡Oh, no! —me negué, con una sonrisa orgullosa. Pensé lo mismo que Light en aquel instante y, con armas en mano, ambos nos interpusimos entre Ariasu y Maya.
No había manera en que pudiese bloquear la Llave-Espada de Light con mi daga, lo supe desde un principio. Así que rodeé, como pude, mi cuerpo con la energía de la gravedad (Pseudo-Gravedad), esperando que el golpe fuese relativamente mínimo. De cualquier manera, no perdía nada con intentarlo. Confiaría en que, tal vez, Light fuese capaz de detener el arma de la GameMaster y me proporcionara un hueco para atacar con mi daga; pues me lancé con la hoja al frente, apuntando directamente a la muñeca de Ariasu. Me había agachado levemente, por si, con suerte, lograba así evitar el golpe.
Pero sabía que me había metido en un aprieto para proteger a mi compañera. Hubiese bloqueado el ataque de Ariasu, lo hubiese recibido, o hubiese clavado mi daga en su carne, no importaba qué, las mismas palabras saldrían de mi boca, aprovechando la cercanía entre la mujer y yo:
—La chica. El corazón del mundo. ¿Cómo llego hasta ella?