Otra sacudida ocurrió sin previo aviso y Jess no pudo evitar perder el equilibrio. Un ruido a la espalda de la joven le indicó que la puerta había sido abierta, pero cuando quiso reaccionar y agarrarse a algo fue demasiado tarde: ya había salido despedida a través de la puerta.
Al salir chocó contra la pared del pasillo y la puerta de la Sala de Ordenadores se cerró ante sus narices. Lo primero que hizo fue comprobar que Ryu seguía dormido entre sus brazos y sin heridas aparentes. Acto seguido se dirigió a la puerta, pero su camino fue obstruido por una placa gigantesca caída del cielo.
Frenó en seco, miró hacia arriba y pudo ver más placas como esa cayendo sobre ella. Tragó saliva y empezó a correr a través del pasillo que parecía no tener fin.
Mientras corría y oía el estruendo creado por las placas que caían detrás suyo, observó que, al igual que la Sala de Ordenadores, el pasillo también tenía el mismo color que hacía que pareciera frío y oscuro.
Y entonces todo volvió a girar de forma extraña. La chica sufrió un momento de ingravidez y luego cayó rodando por el pasillo que había pasado a convertirse en una rampa. No pudo hacer ningún esfuerzo para resistirse y se limitó a abrazar más fuertemente a su mascota, él necesitaba su protección más que nunca.
Después de un tiempo que pareció una eternidad y a la vez un instante, el movimiento de Jess fue detenido de golpe por una superficie lisa, al parecer una pared. El golpe provocó que la chica abriera las brazos y el gato que descansaba entre ellos cayera también al suelo.
La joven aprendiz quedó tumbada en el suelo, herida. Podría levantarse pero la verdad era que no quería hacerlo, estaba muy cansada.
La suma de las heridas de la Sala de Ordenadores y las que acababa de sufrir hicieron que quisiera quedarse donde estaba, esperando que alguien la salvase… Estaba en Tierra de Partida, allí no podía pasar nadie realmente malo: alguien le salvaría, estaba segura. En cuanto el Maestro Kazuki volviera a la Sala de Ordenadores y viese que no estaba, tendría que ir a por ella. Sonrió, confiando en que aquel hombre, al cual prácticamente ni conocía, la salvaría; pero una duda asaltó su mente: ¿y si Kazuki hubiera provocado aquella situación? Le pareció demasiado descabellado, ya que al fin y al cabo era un Maestro: no querría hacer nada malo a sus aprendices.
A pesar de sus intentos de desterrar la duda de su mente, no pudo evitar pensar en un escenario en que Kazuki fuera el culpable de todo aquello. ¿Qué haría entonces? Puede que Yami, su maestra, reparara en su ausencia. O quizá Malik la estuviera buscando en estos momentos. O el Maestro Ronin. En cualquier caso, no tenía nada de qué preocuparse: estaba a salvo.
Sus párpados se hacían cada vez más pesados y acabó cerrando los ojos. La chica comenzó a dormir plácidamente.
* * *Sus ojos se abrieron y ella deseó estar en su cama de Tierra de Partida, reírse de su absurdo sueño con Ryu. Pero la verdad era mucha más cruel, seguía tirada en el suelo de aquel pasillo azul.
Nadie había venido a buscarla, no se preocupaban por ella, ni siquiera les importaba. Probablemente ni se hubieran dado cuenta de su desaparición. El mundo no iba a pararse por ella; y era consciente de ello, en realidad siempre lo había sabido. A nadie pareció preocuparle que viviese la mayoría de su vida escondida, saliendo únicamente por las noches para robar. Y nadie iba a preocuparse ahora. Si quería vivir, iba a tener que hacerlo por ella misma.
Se puso en pie lentamente, aguantando el dolor que le provocaban sus heridas. Cuando estuvo de pie, buscó a su gato en primer lugar y lo halló, todavía inconsciente, en el suelo. Después de recogerlo y volverlo a poner entre sus brazos, reparó en la existencia de una sala algo más iluminada que el lugar donde se encontraba. No parecía haber otra salida así que se dirigió hacia allí.
Su paso era lento por culpa de las magulladuras y no podía evitar cojear, pero estaba decidida a avanzar costase lo que costase. Mientras avanzaba hacia la sala misteriosa, empezó a oír gritos de socorro, de dolor, de desesperación, aullidos, sollozos, toda clase de sonidos que podrían perturbar la mente de una persona. Pero Jess siguió adelante sin prestarles atención, si querían la salvación debían ganársela ellos mismos, como ella estaba haciendo en aquellos instantes. No iba a sentir lástima por aquella gente, lo tenía claro.
Cuando finalmente logró llegar a su destino, la vía de entrada fue bloqueada por una de esas placas metálicas que caían del cielo. La caída de aquella placa fue, en parte, una liberación: ya no tendría que escuchar los lamentos de aquellos débiles que no podían seguir por sí mismos.
Su vía de escape acababa de ser bloqueada, pero ella seguía sin inmutarse: no tenía intención de volver atrás; así que examinó el lugar en que se encontraba, dispuesta a seguir adelante cuanto antes.
La sala estaba prácticamente vacía y poco podía verse en ella: dos estatuas, una de un niño y otra una niña, que sostenían un objeto circular bastante peculiar. No pudo ver ninguna salida, pero encontró un hueco redondo en la pared. No le sorprendería que aquel objeto redondo encajara perfectamente en el hueco de la pared y le abriera una salida.
Era la única posibilidad de salida, así que intentó coger el objeto que sostenían los niños para después colocarlo en el hueco si tenía éxito. Si sus esfuerzos resultaban inútiles, dejaría el objeto circular y examinaría más de cerca la estatuas de los niños, en busca de pistas que le permitieran salir de aquel lugar de una vez.