Nanashi miró la placa de reojo, la cual apenas había prestado atención de todas las veces que la había examinado con anterioridad. Y, al igual que la aprendiza, había sentido la misma curiosidad que ella, por lo que conocía bien las respuestas.
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Son fechas, Saeko. Probablemente, marcan el periodo en el que se construyó el templo ―respondió―.
“A.G.” y “d.G.”… se refiere a la cronología que usamos los portadores. El antes y el después de la Guerra.»
Respecto a ese pasillo, no está estrictamente prohibido. Sin embargo, ninguno podemos pasar. Se derrumbó hace algún tiempo, a causa de una lucha que hubo dentro del Templo. Todo lo que allí se guardaba ha quedado profundamente enterrado ―explicó con tristeza.
Por otro lado, Ronin soltó una de sus características carcajadas.
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¿Zephyr, mi Maestro? ¡Qué va! ―rio con más fuerza―.
Vivió hace mucho tiempo. Además, ¡seguro que era más aburrido que mi Maestro! Él le hizo un par de arreglillos al Templo por comodidad.Y, tras esto, fue Nadhia quien requirió la atención de Nanashi esta vez, quien recelaba de la comunicación con la aprendiza. Tampoco se había notado muy cómoda con Ronin, pero parecía que la confianza entre ellos forjada durante años le hacía más sencilla la cercanía. Además, la chica sacaba a relucir el tema que diferenciaba y distanciaba los dos grupos allí reunidos.
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Perfectamente ―respondió con sequedad.
Únicamente asintió a las resoluciones de Nadhia. Podían tomarlo como una comprensión de sus sentimientos.
Cuando todos subieron, hallaron una habitación muy similar a la que habían dejado atrás. El techo, en cambio, presentaba una vidriera con un corazón azul flotando sobre un cielo gris.
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Por aquí, chavalas ―indicó Ronin, bajándose del ascensor y moviendo la carretilla consigo.
En un primer momento, podría parecer que la habitación era un callejón sin salida, ya que no había ninguna puerta o pasillo por el que continuar. Sin embargo, Ronin, con decisión, se aproximó hasta una de las paredes, que tenía grabado un pequeño dibujo de un rayo. Lo miró un momento con seriedad y fue a posar la mano en la pared, pasándola limpiamente hacia otro lado.
Giró la cabeza para asegurarse de que Saeko y Nadhia lo habían visto, sonrió y empujó la carretilla para pasar enteramente al otro lado de la pared. Nanadhi también las miró, arqueando las cejas para invitarlas a seguirles, y tomó el mismo camino, desapareciendo ambos.
Al otro lado, les esperaba una visión ciertamente reciente. Parecían haberse sumergido nuevamente en la prueba que acababan de pasar, donde todo lo que les rodeaba era oscuridad y lo único que tenían era una vidriera a sus pies, que las sujetaba y mostraba la verdad que allí habitaba. Sin embargo, presentaba diferencias.
Para empezar, a su alrededor había altas columnas que sobrepasaban a la que estaban, o de tamaño menor que verían desde el borde, conectadas por peldaños suspendidos en el aire. Y, por otro lado, la vidriera no era la misma que la que habían visto ambas, cada una en su corazón. El dibujo era, en una palabra, escalofriante. Mostraba la misma entrada del templo, pero el ambiente era oscuro y tenebroso. Y había un detalle aún peor: frente a la puerta, había por lo menos más de una veintena de Llaves Espada clavadas sobre la tierra. Cada una de ellas era diferente. Algunas despuntaban brillantes colores, otras tomaban diversas formas e incluso las había con accesorios personales de su dueño. Sin embargo, todas parecían ensombrecidas por una inexplicable tristeza.
El autor, aunque las aprendizas no lo supieran, había sabido captar a la perfección el desastre vivido.
Ronin avanzó hasta el extremo de la vidriera, lo que en el dibujo era el centro, y depositó allí la enorme caja. Se retiró lo suficiente, invocó su propia Llave y dio una vuelta a la caja hasta encontrar la cerradura que había preparado con anterioridad. Con un leve movimiento, una luz salió de la Llave y la caja en sí desapareció.
En su lugar, quedó lo que había en su interior.
Una estatua.
Bastaba un simple vistazo para advertir que representaba una escena. Había un hombre en el centro, con porte altivo, cabello negro y ropa oscura; que sujetaba, con completa tranquilidad y una sonrisa en los labios, a otro por el cuello, que intentaba zafarse con ambas manos y los pies a unos centímetros del suelo. De este salían brotes de tierra que trataban de sostener sus pies, al menos.
Al otro lado del hombre principal, había una mujer que extendía los brazos, supuestamente concentrada en la realización de un hechizo, mientras miraba con desesperación a aquel a quien ahogaba, y a quien quería salvar de una magia oscura que reunía en su otra mano el enemigo. Alrededor de toda a estatua se había escenificado el hechizo de la Maestra, un fino viento que amenazaba con atacar en cuanto estuviera preparado.
Y por último, en un rincón detrás de la Maestra, estaba él.
Ronin.
No era, por supuesto, el Ronin que conocían. Era muchísimo más joven, un Ronin veinteañero, tirado en el suelo, con ropas destrozadas y heridas de una batalla muy reciente. Daba la impresión de que apenas podía mantenerse erguido sobre una de sus manos para observar la batalla que estaba teniendo lugar. La otra la usaba para taparse el ojo, que sangraba.
Hubo un momento de silencio y admiración entre los allí reunidos.
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Es preciosa.―
Sólo es una estatua, mujer ―repuso Ronin, encogiéndose de hombros.
Nanashi debía de ser la única que veía algo bello en ella. No representaba nada bonito, sino la lucha desesperada por la supervivencia, y la desesperanza de quienes combatían contra algo superior.
Y en silencio…
«
Yo no seré el noveno».
Ambos Maestros se quedaron de piedra, antes de dirigir su cabeza hacia una de las plataformas superiores, de donde se había escuchado la voz. La del propio Ronin. No obstante, respiraron aliviados enseguida, al comprender que no habían sido imaginaciones suyas, sino de la propia sala.
―
Este lugar siempre me trae malos recuerdos ―comentó Ronin―.
Os esperaré fuera. Pero, ¡eh! Es un conocimiento que debéis aprovechar ―se dirigió a las aprendizas―.
Podéis quedaros el tiempo que queráis e ir adónde os plazca. La estatua es dura, por lo que confío en que no la rompáis. Con que no la lancéis al vacío…Ronin salió por el mismo sitio por el que habían entrado, que se diferenciaba por una rasgadura en mitad del aire, arrastrando la carretilla. Y las tres se quedaron allí solas, en medio de ninguna parte.
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Cada vez que… ―empezó a contar Nanashi, sin mirarlas, sólo pendiente de la estatua―
tiene lugar un acontecimiento que pone en peligro la Orden o los mundos, los portadores tienen la obligación de dejar en este lugar los recuerdos que guardan sobre él. De este modo, perdurará para siempre. Ronin también tuvo que hacerlo en su momento. Yo todavía ni me había unido. Las memorias resuenan de vez en cuando, esperando ser escuchadas.Se acercó a la estatua, tocando el brazo de la mujer y cogiéndole la mano, recordando el tacto de a quien bien había conocido.
―
Dentro de un tiempo, nos llegará el turno a nosotros ―continuó―.
Tendremos que legar esta época a aquellos que vengan después. Pero… sólo lo harán quienes queden.En pocas palabras: los perdedores no tendrían cabida alguna en el Templo.
«
Es la séptima que desaparece»
Y otra voz más, de otra plataforma diferente.
En esta ocasión, Nanashi dio un respingo, se apartó de la estatua y se abrazó a sí misma. Se limitó desde entonces a contemplar únicamente la obra, fingiendo no haberla escuchado.