Porque el número de sincorazón acrecentó en tan sólo unos instantes. Aquellos monstruos sedientos de sus latidos estaban dispuestos a no dejarle las cosas tan sencillas al aprendiz y a su Maestra. Sin embargo, Yami no mostraba ningún ápice de miedo en su rostro. Es más, parecía entretenida con la situación, o quizás ajena a lo que en realidad estaba sucediendo. Sin embargo, una invocación mágica de despampanante fuego rodeó a ambos, acabando con varios a la vez.
—¡Sois malos, muy malos!
Shintaro aprovechó aquel momento para atacar con espada y magia a unos sincorazón que habían aparecido al momento de acabar con sus hermanos mayores, más parecidos a unas hormigas. Yami alzó de nuevo su Llave-Espada, acabando con los que quedaban.
Tras una ardua batalla, Shintaro pudo sentir por primera vez el sabor de la victoria, pues tan amarga fue la última vez que se encontró con los sincorazón, que no había sabido nunca cómo se sentiría al emerger en su interior una pizca de venganza.
Pero entonces la Maestra se asomó a sus ojos, preocupada:
—ShinChan, ¿estás bien? —preguntó, como una madre a su hijo— No debes... no debes, como nosotras. No puedes ni debes dejarte vencer por la oscuridad, chocobito nuestro. Eso es malo para tu pobre corazón.
>> No te dejes llevar por la sed de venganza.
Tal y como había deducido Mickael, ahora reducido a tamaño de ratón, aquel hueco en la pared le conduciría sin lugar a dudas a los pequeños habitantes de la casa.
O eso pensaba, pues lo primero que divisó al salir por fin de aquel pequeño lugar con una sola dirección por la que ir fue algo que no se esperaba encontrar. La luz de la habitación iluminaba su gran panza, disfrutando de una agradable siesta.
Un frondoso gato descansaba en una alfombra en el centro de la sala por donde se salía del escondrijo. Si Mickael observaba a su alrededor, vería un hueco como aquel para salir de allí. Si iba sigiloso quizás no tuviera que convertirse en su cena.
Sin embargo, un golpe seco resonó en el suelo. Y aunque no despertó al felino, estuvo a punto de hacerlo, pero éste hizo caso omiso y rodó sobre sí mismo para seguir durmiendo.
Una especie de perla rebotó y rodó, pero un pequeño ser consiguió pararla a tiempo antes de que diese contra el gato o la pared.
—Gus, ten cuidado...
—L-Lo siento, Jack.
—No importa, ven a ayudarme. Vamos, tenemos que darnos prisa.
>> Cenicienta estará a punto de terminar sus tareas.