Los platos habían sido recogidos y el sol de la tarde había adormilado a la mayoría de la tripulación. Algunas jugaban en pequeños grupos a los naipes, otras canturreaban canciones e historias, mientras que la gran mayoría de las piratas había decidido echar una siesta; bien en sus hamacas bien arriesgándose a quemarse la piel. Aunque, como casi todas las mujeres y hombres de abordo tenían la tez oscura por la exposición continua al sol, para ellos no debía ser nada del otro mundo.
El único alivio ante el intenso calor era el aire que hinchaba con firmeza las velas. No había cejado en toda la mañana de soplar y no parecía que fuera a hacerlo en el resto del día; las piratas estaban de muy buen humor porque eso significaba que llegarían antes de lo previsto a su destino.
Rosa y Vanora estaban apoyadas contra la borda y observaban a lo lejos con un catalejo. Si alguno de ellos se acercaba a intentar hablar con ellas, escucharían que comentaban:
—
¿Cuánto crees que tardaremos en llegar? —
¿A este ritmo? Menos de tres días si tenemos en cuenta que íbamos a tardar unos cuatro o cinco. Pero he oído decir a Mary que estamos ya en agua de sirenas —Rosa se volvió hacia su compañera con una sonrisa de todo menos inocente—.
Eso significa que pronto podríamos ver al dragón marino…Vanora sonrió maliciosamente.
En ese momento comenzó a sonar la campana de la vigía de la cofa, que se asomaba gritando:
—
¡Sirenas! ¡Se acerca un banco de sirenas!Casi de inmediato empezó a sonar otra campana, mucho más estridente, y todos vieron que Faris la tocaba en el castillo de proa. Ordenó a toda la tripulación reunirse en la cubierta.
—
¡Atención! —rugió por encima del ruido que provocaban las piratas al reunirse apresuradamente—.
¡Se acerca una embajada de sirenas! ¡Los hombres manteneos alejados de la borda! Aunque, si queréis, podéis acercaros, pero yo no respondo de vuestra seguridad —sonrió socarronamente—.
¡Las demás ya sabéis que no hay que decir ninguna palabra! ¡La capitana tratará con ellas!Si los aprendices querían ser testigos de la aparición de las sirenas, tuvieron que correr a arremolinarse contra una de las bordas, ya atestadas de emocionadas piratas y mercenarios ansiosos. Gracias a las señas de la vigía, sabían que vendrían por babor y las tablas del barco rechinaron ligeramente cuando se acumuló tanto peso en un único lugar.
Agudizando la vista, podrían descubrir cómo en la distancia la superficie del mar, sorprendentemente lisa para hacer tanto viento, se volvía rizaba y la espuma salpicaba el aire. Algo se acercaba. A mucha velocidad.
Pronto pudieron ver cómo largas aletas resplandecían a la luz del sol y se hundían de fuertes coletazos en el agua. Alguna que otra figura saltaba por encima del agua y se sumergía luego tan elegantemente como un delfín.
Solo que no eran delfines.
De súbito el mar se quedó en calma y, durante unos segundos, el barco quedó sumido en completo silencio.
Entonces, lentamente, una tras otra, surgieron cabezas del agua. Los cabellos flotaban a su alrededor con una gracia imposible, dejando a la vista hombros desnudos, cuellos largos como cisnes. En cuestión de unos instantes, más de veinte sirenas observaban a la tripulación con expresiones ausentes o sonrisas hambrientas. Todas eran indudablemente bellas y había para todos los gustos, pasando por toda la gama de tonalidades de pieles y ojos.
Pero había una que destacaba entre todas las demás. Tenía un aspecto juvenil, sin embargo sus ojos, profundos como el mar, desvelaban una edad que había visto transcurrir las eras. Su gesto era serio, casi triste, y todas las sirenas cercanas dejaban un espacio respetuoso a su alrededor.
Excepto una que a Hana le debió resultar muy familiar. La sirena localizó con los ojos a la aprendiza y esbozó una sonrisa maliciosa.
El paso firme de Ana Lucía resonó en medio del barco y las piratas le abrieron sitio para que pudiera asomarse por la borda. Con respeto, se llevó una mano al pecho y se inclinó. La sirena líder agachó la cabeza como reconocimiento y empezó a decir, con una voz profunda y siseante:
—
Mi hija os visitó anoche.—
Eso me han hecho saber —respondió Ana Lucía arrastrando las palabras—.
¿Por qué habéis hecho que nos registre, Galatea? —
Porque olemos magia —Galatea entrecerró los ojos, con un resplandor agresivo y recorrió con la mirada a las figuras que observaban a su vez a las sirenas—.
Demasiada magia. Una magia muy poderosa. ¿Cómo traes tanta magia a nuestras aguas?Ana Lucía dirigió una mirada fulminante en dirección a los aprendices, carraspeó y señaló con todo el tacto que fue capaz:
—
Es lo necesario para cumplir nuestro pacto. Esa mujer trae muchos hombres consigo, yo no puedo ser menos. La hija de Galatea siseó algo en una lengua desconocida, pero la sirena meneó la cabeza y la muchacha dejó de hablar con una expresión enfurruñada.
—
Sea, pues. Es hora de cumplir vuestro pacto —se levantó un murmullo de excitación entre la tripulación—.
Hay tres barcos que también han entrado en nuestro territorio. Hace un día estaban llenos de hombres. Ahora sólo hay criaturas que hieren a mis sirenas cuando intentan acercarse. Hemos destruido uno, pero han muerto muchas sirenas. Queremos que luchéis ahora. Nosotras os ayudaremos. Ana Lucía guardó un silencio y asintió, calándose el sombrero con una sonrisa fiera:
—
¡Mostradnos el camino!****Las sirenas los habían guiado durante el viaje sin responder a las bromas de los mercenarios, aunque alguna había sonreído, mostrando los peligrosos colmillos. Al frente, bajo el bauprés, guiaba Galata la comitiva y no muy lejos de ella nadaba su hija. Se desplazaban en una formación protectora, casi hostil.
Dos horas después, cuando divisaron sus objetivos en la distancia —dos galeones— toda la tripulación se apresuró a adoptar sus posiciones, preparada para abrir fuego y armada hasta los dientes, pero un rumor de emoción y sed de sangre llenaba la cubierta. Las fanfarronadas brotaban de labios de mujeres y hombres, que no podían esperar a hacerse valer frente a los demás.
Ana Lucía, Faris y Mary hablaban en el castillo de proa hasta que, con un gesto, la capitana las despidió. Mary se dirigió hacia los artilleros para darles las órdenes de disparar con los cañones mientras que Faris caminó apresuradamente hacia el grupo de aprendices.
—
No tenéis ni idea de luchar en un barco, ¿verdad? —los miró uno a uno y luego dijo apresuradamente—.
Obedeced mis órdenes. Primero intentaremos hundirlos y luego atacaremos al abordaje. Utilizad vuestra magia con cuidado y no hagáis daño a los nuestros, ni os separéis un pelo de mí.
»Y, ante todo, no caigáis al agua. No habrá tiempo para recogeros y a saber si habrá monstruos en ella. Galatea lo ha dado a entender, pero no ha sido muy clara. Nunca lo es. Faris dirigió una sonrisa salvaje a los aprendices.
—
¿Y bien? ¿Preparados para matar?—
¡Capitana!—exclamó entonces Mary, con una voz sorprendentemente fuerte para alguien tan mayor—.
¡Sus órdenes!Ana Lucía entrecerraba los ojos, calculando las distancias. Alzó lentamente una mano y luego ladró una serie de órdenes. Los pirata se pusieron en movimiento de inmediato y la Sombra de Luna crujió y gimió mientras se recogían las velas y el giro del timón hacía doblar a estribor, mostrando toda la cara izquierda a los enemigos.
—
¡Abrid fuego!Mary ladró una orden y los cañones explotaron, ensordeciendo a los aprendices. Entonces estalló una tormenta de cañonazos, silbidos y explosiones. Los barcos se aproximaban rápidamente y las olas sacudían la cubierta de arriba abajo. De pronto les alcanzó una bala que hizo saltar madera y astillas por los aires. Comenzaron los gritos de excitación y miedo. Un cuerpo saltó despedido por la borda, hecho pedazos. Una mujer que había frente a Jess se desplomó con la cara destrozada entre alaridos de dolor.
—
¡Galatea! —gritó Ana Lucía.
Y, aunque era imposible escucharlo en medio de aquel estruendo, de pronto todas las sirenas se arrojaron al frente entre violentos chapoteos. Surcaron la distancia que los separaba del barco enemigo a tal velocidad que más que nadar, parecía que volaran.
Y entre confusas órdenes, de pronto el barco comenzó a moverse en dirección hacia el otro adversario.
—
¡Fuego! —oían clamar a Ana Lucía.
Y el infierno empezaba de nuevo, pero cada vez estaban más y más cerca del segundo barco enemigo… Tanto que los aprendices pudieron ver que su cubierta estaba llena de Sincorazón; la mayoría parecían ser Soldados, aunque había unos cuantos voladores que extendieron sus alas y se dirigieron hacia ellos.
—
¡Disparad, acabad con ellos, vamos!Los Sincorazón volaron sobre ellos y los expertos mercenarios y las piratas abrieron huecos entre sí para poder luchar sin problemas. Los aprendices podían moverse con libertad. Un Sincorazón cayó sobre Hana, intentando derribarla, mientras que otro giró alrededor de Malik.
Entonces, con un violento choque, impactaron contra el barco enemigo.
—
¡Al abordaje! Las piratas comenzaron a saltar a la cubierta del rival. Faris se lanzó de entre las primeras y empezó a arrasar con mandobles y algún que otro disparo a los Sincorazón que la rodeaban.
Había muchos que matar. No iban a ser ellos menos, ¿no?