Exuy estaba viviendo una pesadilla en su mente. Cientos de imágenes le atacaban el cerebro, sin orden ni comprensión para él, mientras la figura de la bruja del hielo le esperaba de pie por delante. Podía ver a Hikaru y sus compañeros congelados; a un Ronin furioso clavando su Llave Espada en el pecho de alguien; lugares que jamás había visitado, como un desierto arenoso con un castillo móvil o una ciudad completamente hecha de metal gobernada por un gigantesco y altísimo edificio.
Y por mucho que se retorciese no podía liberarse. Estaba atrapado en aquel lugar en mitad de la nada y el todo, tan lejos y tan cerca de la bruja a la que había prometido liberar. Y, en su lugar, el que estaba siendo prisionero era él.
Y finalmente, tras unos minutos, el mundo se calmó. Las imágenes dejaron de suceder tan rápido y se vio rodeado de oscuridad en un ambiente helado, muy frío. La figura de Shiva había desaparecido de vista, pero podía notarla muy cerca, acechante.
Algo surgió a sus pies. A unos metros de distancia una pequeña plataforma le esperaba; un montículo de tierra, con un pino en su centro y una curva montañosa. La nieve cubría toda la misteriosa plataforma, y cuando finalmente fue capaz de pisarla, notó su agradable tacto bajo él.
Tres puentes de hielo surgieron ante él, cada uno con un objetivo distinto. Todos llevaban a imágenes en movimiento de cosas que había visto, pero que no comprendía su utilidad. El de la izquierda llevaba hasta Eileen y el Ronin joven en una montaña, avanzando con dificultad por lo que parecía ser una ventisca; el del centro mostraba un grupo de hombres con pieles grisáceas, luchando contra lo que parecía un ejército mientras sus enemigos arrasaban un poblado; y por último, el camino restante llevaba hasta una mujer con rasgos de aquellos hombres grisáceos y algunos chinos, la cual portaba una Llave Espada bastante característica.
Sólo podía dirigirse hacia uno. Cuál, dependía exclusivamente de él.
El descenso de la montaña no es que fuera coser y cantar para los jóvenes que acababan de vivir su gran aventura con Daisuke. Para empezar, el Sincorazón perruno les había acompañado, y aparentemente había cogido manía a Kousen; había que recordar, al fin y al cabo, que el chico había preferido quedarse con el tesoro de la sala antes que ayudarle cuando él había acudido en su rescate. Sin embargo, el chico había recibido un anillo congelado cuya utilidad no había descubierto por ahora. Quizás poniéndoselo en el dedo pudiese averiguarlo, aunque aquel no era el momento.
Así que Enkidu había pasado a detestar al híbrido y había intentado morderle alguna que otra vez, seguramente todas ellas sin éxito. Y para peor, Daisuke estaba de lo más contento con su nueva espada: tan feliz que, para desgracia de los muchachos, no paraba de reír, golpear y espachurrarles a todos ellos. Y por supuesto, de proponerles algún duelo allí mismo para comprobar el terrible poder de la Espada de Loto.
—¡Ha matado cientos de dragones! Tanto, que ninguno de esos monstruos sobreviviría con sólo verla —exageró el guerrero mientras entraban al pueblo, blandiendo el arma y extendiéndola hacia el sol que comenzaba a ocultarse en la lejanía—. Me muero de ganas por probarla. ¡Vamos, traedme un dragón, ya veréis!
—N-no tenemos ningún dragón, señor…
—¡Si ya lo sé! —contestó él, pateando la nieve y volviendo a guardar en su funda la espada mientras hinchaba los mofletes—. Bah… ¡Eh, pero ha sido divertido! Tanto que quiero mandaros otro encargo. ¡Una misión más especial! ¡Esta vez os pagaré 50.000 platines!
Se detuvo entre los edificios y se frotó las dos manos que mostraba. Sonrió amablemente bajo su ropa y se agachó para acariciar a Enkidu, contento como una perdiz.
—¡Enkidu y yo os esperamos en la entrada del campamento militar en media hora! Ya veréis cómo nos lo pasamos de bien. ¡Y lo mejor es que el jefazo me va a aumentar el sueldo!
Y así como vino Daisuke, se fue. Se trató de una experiencia cuanto menos interesante, y sólo dependía de ellos querer repetirla o no. Aunque lo que tendrían que hacer sería volver con Ronin y dejarse de tantas aventuras con desconocidos que iban acompañados por Sincorazón con ganas de mordisquear traseros.
Y podían verle no muy lejos de allí. A través de la ventana del Buda Feliz localizaron al Maestro, reunido con Hiro y Fátima en la misma mesa en la que se habían sentado antes de que el pirata les dejara tirados con un monedero lleno de piedrecitas.
Hiro y Fátima se quedaron a solas un rato mientras Ronin salía por la puerta trasera del Buda Feliz para atender a unos asuntos. No debían temer porque huyera sin pagar, ya que, después de todo, no había pedido nada; las ganas le habían abandonado cuando se enteró de que Saavedra estaba en aquel mundo, y además había alcanzado el rango de Maestro.
El invierno, aquello era lo que Ronin había dicho que casi destruía el mundo. Una hechicera de gran poder que se había ocultado en el bosque cercano al campamento Buzho en un principio para después dirigirse a la misma montaña donde estaban ahora, provocando un invierno eterno en lo más alto de esto. Si Fátima hacía memoria podría recordar una leyenda similar por parte de un trío de soldados un año atrás; las piezas comenzaban a encajar.
Sin embargo, no sabían nada más de ella. ¿Seguiría viva? ¿Cómo podía usar Andrei su poder en beneficio de los hunos? Todo aquello era difícil de decir, y más con las prisas que se había dado Ronin en salir a la parte trasera del restaurante. Tenían unos minutos para discutir entre ellos sus teorías, o pensar cómo debían obrar a continuación.
Finalmente, regresó. Pudieron ver cómo el Maestro se guardaba su intercomunicador en sus ropas mientras se dirigía hacia su mesa para sentarse frente a ellos. Intentaba fingir su habitual sonrisa, pero los dos jóvenes podían notar perfectamente que no estaba para nada feliz.
—He llamado a Simon. Parece que las acciones de Andrei van más lejos de lo que creíamos —explicó Ronin, suspirando largo y tendido mientras bajaba ligeramente la mirada—. Hace dos años, pocos días antes de que vosotros llegarais al campamento Buzho, un asesino intentó acabar con la vida del General Li en el palacio imperial. Asegura que un joven extranjero de piel morena obsesionado con el tarot le engañó para el trabajo… Porque fue el mismo que le capturó y entregó a las autoridades. Así se ganó Saavedra la confianza de Li, hace ya dos años.
Con aquello quedaba confirmado que las acciones de Andrei no eran aleatorias. El muchacho llevaba mucho tiempo planeando algo en aquel mundo, desde antes incluso de que llegaran ellos a Tierra de Dragones. Sus motivos, sin embargo, seguían siendo un misterio.
Pero, ¿por qué?