―¡Oh, sí! ¡En muchos sitios! ―secundó de pronto la liebre parlante―. ¡No hemos parado de trotar por el mundo! En esa silla, y en esa otra…
―Incluso un día fuimos a merendar al río ―dijo el hombrecillo de enorme sombrero entre risas―. ¿Habéis probado el té aguado? ¿Uhm? ¿Queréis?
―Gracias, pero no me apetece ―sentencié con educación, más pendiente por clavarle la mirada a Hime para que me respondiera.
―¡Estaba asqueroso! ―notando que la observaba, Hime enmudeció―. Vale, sí, sí… Es una historia larga y… Ah, bueno, ya suponía que estarían preocupados. ¡Pero no he podido regresar!
Escuché la historia de Hime con atención, intercambiando una mirada de vez en cuando con Mei. Por lo que nos estaba contando, alguien había intentado robar la Navidad. Una "niña lolita". Pensé de inmediato en quien podría haber sido la culpable de aquellas alucinaciones en las que cargué con el falso cadáver de Akio en una tempestad de nieve ficticia, sólo existente en mi subconsciente y gracias a los poderes de esa aprendiz de Bastión Hueco.
Y lo que no me podía creer era que se pusiera de lado de un sincorazón. Aprendices que, en vez de dar fin a la amenaza de los mundos, los usaban en su propio beneficio. ¡Despreciable, esa era la palabra! Había muchos inocentes que podrían haber perecido aquella noche en la fábrica de Santa.
Hime llamó completamente la atención a ambas cuando sacó una reliquia extraña de su falda, y lo reconocería de inmediato.
Era aquella estrella que, una vez, cayó del cielo y aterrizó en Tierra de Partida, el mismo día que se abrieron los portales de oscuridad para invitarnos a Bastión Hueco.
―¿Cómo la has consegui...? ―pregunté, pero Hime se adelantó.
―A la niña se le cayó esto. Lo recogí, pensando que podía ser algo importante. Se puso furiosa, pero justo en ese momento la estrella brilló y… volé. ¡Que sí, que es verdad!
―Te creo, te creo ―dije, entre risas, ante la adorable actitud de Hime porque la creyéramos.
― Ya sé que suena ridículo. La estrella me hizo volar hacia el cielo, dando botes de aquí para allá. Me mareé un montón y cuando toqué tierra firme, poté. ¡Y estaba en otro mundo!
―Espera, ¿qué? ―la interrumpí, sorprendida― ¿Me estás diciendo que con esta estrella ―la señalé con el dedo índice― viajaste a través del intersticio?
―Nunca he salido de Ciudad de la Navidad, ¿sabéis? Sé que hay otros lugares, pero jamás he tenido la oportunidad de visitarlos. Siempre he ayudado a Santa, todos los días del año, para hacer posible la Navidad. Nunca me he atrevido a pedirle algo tan egoísta.
»Pero ¡era increíble! Aterricé en un parque de atracciones, lleno de niños graciosísimos. ¡Podíamos divertirnos todo el día! Así que me dije: “¡Hime! ¡Ya sabes cuál es la primera advertencia del manual del aventurero: Si te pierdes, no te muevas del sitio!”. Y así lo hice. ¡Lo disfruté un montón!
―¡Qué divertido, kupó! ―señaló Tandy, asomándose por encima de mi cabeza― ¡Yo también quiero, tan, tan!
―¿Parque de atracciones? ―musité, cruzándome de brazos, hasta que por fin caí en la cuenta de a qué mundo se refería― ¡Oh!
Aunque no me trajo buenos recuerdos. Sobretodo porque había conseguido que el padre de Kit me tuviera en el punto de mira como una posible amenaza para su hijo.
―Sin embargo, al cabo de un tiempo, me di cuenta de que algo raro ocurría. Algunos niños desaparecían y a mí me había salido una cola de burro. Estaba pensando en abandonar el parque cuando la estrella volvió a brillar y volé de nuevo.
»¡Y aterricé aquí! La cola de burro me había desaparecido, menos mal, porque no terminaba de decidir si debía sobresalir por encima o por debajo de la falda. Como la última vez me había ido tan mal con el consejo de no moverme del sitio, ésta vez me dije: “¡Hime! ¡Muévete, lo estás deseando!”. Y así lo hice. ¡Me he encontrado con un montón de gente muy divertida!
»Ayudé a unos naipes a pintar carteles, por eso me dejé los dedos así ―sonreí al ver que Hime seguía hablando sin parar y enseñando sus manos pintadas de color morado―. Decían que si la Reina los veía, ¡comenzaría a cortar cabezas! Además, no sé quién sería el autor, pero parecía un poquito chiflado. Después, me encontré con una oruga que estaba siempre, siempre enfurruñada. Y no paraba de preguntar “¿Quién eres tú, quién eres tú?”. ¡Acabé por ni yo tener idea! Y entonces…
―¡Toc, toc! ¿Interrumpimos?
Giré la cabeza a ver que dos personas se unían a la fiesta del té desde el sitio donde nosotros habíamos entrado. Dos muchachos que, al menos, uno me era verdaderamente familiar.
―Sobrevivimos al humo para ahogarnos en vapor. Y eso huele a... ¡Té! ¡Puajj! ―dijo al que nunca había visto, poniendo una mueca de desagrado―. ¿Holaaaaa?
―¡Aquí, aquí! ¡Más invitados!
―Esto es un no parar. Cualquiera diría que estamos en una fiesta.
―¿Ves? Si uno se esfuerza, se puede encontrar gente normal. Qué amables. Normalmente primero empiezan tirándome piedras ―comentó a su acompañante, bastante satisfecho de sus palabras―. ¿No lo es? Vaya. Porque tengo hambre. ¿Y tú, tío? Oye, ¿no habréis visto por casualidad…?
Se interrumpió cuando, de pronto, se fijó en nuestra dirección. Se adelantó hacia nosotras y, bastante emocionado, hincó una de sus rodillas y se puso una de las manos al pecho.
―Señoritas… ¿Dónde habéis estado toda mi existencia?
―En muchos sitios, s-supongo ―sonreí de medio lado y evitando el contacto visual durante un momento, algo sorprendida―. Y vosotros, ¿quiénes sois?
Esperando una respuesta por su parte, me giré a Mei y Fyk y, seguidamente, a Hime, a quien la cogí por ambas manos.
―Hime, tienes que volver con nosotros. Porque si lo que me dices es verdad, y sé que lo es, creo que es muy peligroso que sigas viajando así.
» Y sé que te voy a pedir algo muy egoísta, pero... ¿podrías darme esa estrella?
Alargué la mano para que me la entregara, no sin antes añadir:
―Si quieres conservarla, no voy a forzarte. Pero déjanos al menos que te llevemos a casa sana y salva.