HiroEl muchacho decidió jugárselo todo en un único ataque capaz de alcanzar a Kefka a pesar de las rabiosas ráfagas de aire que desprendía Gárland. Entonces, disparó.
Las dos balas impactaron en el pecho de Kefka que, sorprendido, dejó escapar sus propia magia, que alcanzó a Hiro en el brazo derecho. El dolor, de nuevo, fue indescriptible y le dejó completamente inútil su extremidad.
Pero había cumplido con su propósito: ¡había alcanzado a Kefka, le había hecho perder el tiempo!
El problema era que a pesar de todo, el payaso continuaba avanzando hacia él, con los ojos desorbitados y una sonrisa sádica y cruel.
Ronin y Ryota, entre tanto, habían intentado acercarse a Gárland, sin éxito. La barrera de viento era demasiado fuerte y no hacía más que crecer y crecer, hasta que la comunicación se volvió imposible. Todas las cortinas fueron arrancadas, los cristales de los ventanales estallaron y salieron despedidos hacia el exterior e incluso la pesada mesa de los Villanos se volcó. Lo único que parecía mantenerse en pie eran los dos tronos. Gárland les arrojaba con gestos corrientes que amenazaban con llevárselos por delante y ambos Maestros tuvieron que hacer uso de toda su agilidad para rechazar o esquivar sus ataques.
Hasta que Ryota hizo un brusco gesto en dirección a Ronin. Éste frunció el ceño y trato de entender lo que le gritaba su amigo, pero no había manera. Entonces Ryota colocó su Llave Espada en vertical frente a su rostro y le miró con seriedad. Tras un instante, una sonrisa de comprensión iluminó el rostro del Maestro de Maestros.
Saltando por encima de un torbellino que podría haber arrancado con facilidad una pierna a Ronin, éste acudió hasta el lado de su compañero. Hombro contra hombro, los Maestros encararon a su enemigo y extendieron su Llave Espada.
Ronin disparó un inmenso cañón de fuego y Ryota, con un juego de muñeca, permitió que su Llave Espada exhalara una furiosa ventisca que hizo crecer y crecer las llamaradas. Gárland se cubrió con un brazo y el fragmento de cristal de su mano despidió una luz cegadora que incrementó su barrera.
Sin embargo, para cuando se despejó la cortina de fuego, ni Ronin ni Ryota estaban allí. Gárland no tuvo tiempo para reaccionar cuando el segundo apareció a sus pies y extendió las manos hacia los lados: una ola de viento barrió el suelo y arrancó al Dios Caído de las garras de la gravedad, lanzándolo hacia arriba. Ronin, desde la espalda de Gárland, alzó su Llave Espada, que lanzó un rayo: sobre el dios caído se abrió un círculo de fuego. Con un rugido que hizo retemblar toda la estancia, de su centro surgió una lluvia de fuego que acertó de pleno al objetivo.
Y como toque final, los dos Maestros se arrojaron hacia arriba, para atravesar en una X con sendas estocadas a Gárland.
El viento cesó de inmediato.
Apenas sus pies tocaron el suelo, los dos se precipitaron hacia la salida. Ronin derrapó y atrapó a Hiro por la ropa, colgándoselo al hombro y corriendo detrás de su antiguo compañero.
Atrás quedaba Gárland, que luchaba por incorporarse del suelo… Hiro pudo ver cómo sus ojos resplandecían cruelmente en su dirección.
En absoluto había sido derrotado.
Pero entonces cruzaron las puertas y dejaron atrás la sala del trono. Bajando rápidamente por las escaleras, Ronin soltó un grito de excitación:
—
¡Hacía siglos que no me sentía tan bien! ¡Es como haber rejuvenecido diez años!—
¡Corre y calla! —espetó Ryota.
Sin embargo, el Maestro de Bastión Hueco esbozaba la sonrisa más viva que ningún aprendiz le habría visto jamás.
Ronin rió y soltó a Hiro:
—
¡Ya has oído, chucho! ¡Corre y calla!****Ban—
¡¡POR FAVOR, AYÚDAME!! ¡¡NO QUIERO MORIR!!El Emperador emitió una tétrica risa.
—
Tranquilo. No morirás. Todavía.Se adelantó y en un par de zancadas alcanzó el borde de la oscuridad que lamía la vidriera de Ban. Alzó su vara y la tendió para que el muchacho se aferrara a ella. Después, de un brusco tirón, lo arrancó de las garras de las sombras y lo lanzó sobre lo que restaba del suelo.
La sensación de seguridad, de pisar tierra firme, no duró mucho, pues Mateus reemprendió su ataque contra el corazón de Ban. Esta vez sujetando su arma con las dos manos, la elevó con fuerza sobre su cabeza. Cogió impulso y la incrustó en el centro de la vidriera.
Siguió un instante de silencio. Luego, un chasquido, como el toque de una pequeña campana. Las esquirlas comenzaron a saltar por los aires e innumerables grietas se extendieron a toda velocidad por la vidriera, que se apagó bruscamente. Ban, ya al límite de sus exiguas fuerzas, podría intentar gatear para buscar un lugar donde ponerse a salvo.
Pero no lo había.
Una fisura se abrió debajo de su mano derecha y le hizo perder el equilibrio. Un gran fragmento de corazón se desprendió entre toques de cristal bajo su pierna izquierda. Su corazón se desmoronó y Ban se precipitó a la nada.
Pero pudo aferrarse en el último segundo al escaso borde que restaba de su vidriera. A pocos centímetros se encontraban las botas del Emperador, que lo observaba desde lo alto con sus relucientes ojos amarillos. No parecía en absoluto asustado ante la idea de caer.
Entonces Mateus se arrodilló y le cogió una mano; sus guanteletes hirieron la piel del muchacho cuando lo obligó a separarse de la vidriera.
—
Disfruta de esta desesperación —de pronto, su aspecto volvió a ser el mismo que había visto al llegar a la sala de los Villanos. Un rostro humano, hermoso, pero terriblemente frío. Alzó las comisuras de los labios—.
Será la última vez que la experimentes. A partir de ahora no habrá nada.Acto seguido lo arrojó a la oscuridad.
****Light y MayaRubicante se mostró satisfecho cuando Light dejó a Cloud en el suelo. Quizás por ello, permitió hablar al joven, en especial después de escuchar aquel «lo siento». Se veía que realmente no quería pelear contra ellos.
—
Como comprenderás, después de lo que nos hiciste no podemos confiar en ti. Ya nos entregaste la llave equivocada antes. Por eso, he de pedirte que nos abras esa puerta —Rubicante alzó las cejas, acentuando sus monstruosas facciones, en un gesto de incredulidad—.
No nos importa la llave, solo queremos que la abras. Si no la abres, no hay trato. —
Trato —repitió Rubicante, ladeando la cabeza como si no pudiera creer lo que estaba escuchando.
—
Puedo también comprender que no te fíes de nosotros, ya que nosotros también te intentamos engañar —Light se aproximó al gigante, que no se movió ni un centímetro, en absoluto nervioso por la cercanía del muchacho—.
Mira. Soy el único que puede cargar con Cloud, así que me mantendré alejado de él. No voy a intentar escapar con él una vez hayas abierto la puerta, te lo aseguro; y, aunque lo intentara, me imagino que no te costaría interponerte en nuestro camino y detenernos. No podremos avanzar muy lejos si tenemos que cargar con él. ¿Qué puedes perder? Solo te pido que abras la puerta y nos dejes marchar, por favor. Rubicante sonrió de medio lado.
—
¿Por qué no? —extrajo la llave-objeto de su túnica y se dirigió hacia la puerta. Miró a los jóvenes con intensidad y la acercó al pomo.
Con un chasquido, el gran portón se abrió suavemente hacia fuera, dejando entrar un resquicio de luz.
En ese momento, Light intentó materializar una cadena para inmovilizar a Rubicante.
Pobre iluso.
El gigante cerró bruscamente las puertas y, de súbito, las luces se apagaron, quedando todos completamente a oscuras. Light no tuvo tiempo de reaccionar cuando una inmensa bola de fuego se abalanzó sobre él. Lo alcanzó en pleno pecho y lo levantó del suelo, haciéndolo volar un par de metros antes de estamparse contra el suelo y quedarse sin aliento.
—
Acabas de decir que no vais a intentar escapar… ¿Y ahora me pides que os deje marchar? —se escuchó un resoplido—.
Ya se ha visto y se vuelve a ver que muy inteligentes no sois, y que no tenéis ni idea de valorar a vuestros enemigos. Unas cuantas llamas iluminaron de nuevo el vestíbulo pero, entonces, Maya usó su
Mutis sobre Rubicante. La criatura exhaló un gemido ahogado de sorpresa al tiempo que volvían a quedarse a oscuras.
—
¡Qué…! ¡Maldita sea!Maya podía sentirse satisfecha. O quizás no: ella sola no podía mover a Cloud y a Light. En todo caso podía escoger a uno de los dos, porque Light había acabado tan maltrecho que no podía moverse: su camiseta entera había ardido y su tórax estaba repleto de quemaduras que dolían solo con mirar.
Antes de que pudiera alejarse demasiado, en cualquier caso, unas luces artificiales se encendieron y deslumbraron a la muchacha. Rubicante salió de un recodo de la gran escalera con un gesto de irritación que no sentaba muy bien a sus rasgos demoníacos.
—
Dije que no os haría daño, pero si no tengo más remedio, os dejaré inconscientes para cumplir con mi deber —se echó la capa hacia atrás para poder desenvolverse bien con los musculosos brazos y Maya y Light pudieron comprobar que, aunque habían dejado temporalmente a Rubicante sin magia, podía apañárselas sin problemas.
Maya recibió un golpe en el estómago que le provocó una arcada y se desplomó sin fuerzas de lado. De mal humor, Rubicante se encaminó hacia Cloud y se agachó para comprobar su estado.
El joven lanzó una exclamación de horror al ver el rostro de su captor. ¿Es que estaba despierto? ¿Todo aquel tiempo había…?
Rubicante retrocedió de pronto con brusquedad, al tiempo que Cloud, con una mirada velada por la oscuridad, se incorporaba trabajosamente. Extendió su ala con lentitud y, con un desagradable chapoteo, pudieron escuchar cómo el pus y la sangre regaban el suelo.
Cloud emitió un gemido gutural y extendió una mano hacia el enemigo. Sus dedos trazaron un óvalo, dejando a su paso una estela de luz carmesí.
—
¡Pero qué ha hecho Hojo con…!De pronto, un halo del mismo color se materializó sobre Rubicante y una luz rojiza lo envolvió como un capullo de mariposa. La luz se contrajo bruscamente, aplastando al demonio, y después estalló en una fugaz onda expansiva.
Rubicante aguantó unos segundos de pie. Después, se desplomó cuan largo era como un pesado saco de patatas.
Cloud alzó la cabeza y trató de decir algo. Pero rompió a toser; cayó de rodillas, llevándose las manos al pecho, boqueando desesperado por aire, hasta que vomitó cuajarones de sangre. Sin fuerzas, se desplomó.
Si Maya se acercaba y trataba de buscarle el pulso, comprobaría que era débil. Tanto que le costó una barbaridad encontrarlo.
Se les acababa el tiempo.
****Ragun y XefilRagun se fundió con el suelo y se precipitó al frente, adelantando a su Maestra. Al verse atacado por dos frentes, Mateus escogió el peligro más inmediato y trató de hacer frente a Nanashi. En ese momento sintió un tirón y Ragun emergió, intentando arrebatarle a Ban de las manos:
—
¡Xefil!En medio de un resplandor violeta, el joven apareció al lado de Mateus y aferró a sus compañeros. Después, desapareció de allí. En ese mismo momento, la Llave Espada de Nanashi se hundió en un hombro del Emperador, quebrando su armadura y arrancándole un grito de dolor.
—
¡Garuda, por favor! El fénix respondió con un suave canto, pero no hizo falta protegerles de nada: Nanashi mantenía suficientemente ocupado a su enemigo como para que éste intentara salir corriendo detrás de ellos.
Cuando estuvieron al otro lado del pasillo y se alejaron cargando con Ban, Mateus soltó una pequeña risa.
—
Llévatelo si quieres, pero sigue siendo mío. Yo tengo su corazón.Nanashi respondió con un grito de rabia y golpeó furiosamente a Mateus en el costado con su arma, estampándolo contra una pared: se veía que no era demasiado fuerte físicamente. La Maestra se arrojó contra él, Llave Espada en ristre, para atravesarlo por la mitad. El Emperador entrecerró los ojos y se desvaneció, fundiéndose con el suelo y esquivando, en el último instante, el ataque. Ella trató de detenerle pero, una vez usada la evasión oscura, era imposible alcanzarlo. Así que Nanashi y Garuda contemplaron, impotentes, cómo se escurría por debajo de la gran puerta y quedaba lejos de su alcance. La mujer forcejeó con la puerta y la golpeó con un puño, pero no consiguió abrirla.
Apoyó ambas manos en el portón, inclinó la cabeza y le temblaron los hombros. Garuda se apoyó en su hombro y le dio un suave tirón en el pelo con su pico.
Tras un momento, Nanashi se irguió y acarició a su ave. Cuando se giró para corrrer detrás de sus aprendices, su expresión era tan firme y severa como de costumbre. No tardó en alcanzarles y exclamar:
—
¡Rápido, marchémonos de aquí de una vez!