Bavol y FátimaTal y como había explicado Bavol, Jack parecía haberles aceptado sin ningún tipo de traba en su tripulación, aunque tras escuchar su historia, Fátima podría deducir el porqué real de ese cambio de impresión inicial. El capitán debía de tener una idea de cuán peligroso podía resultar el viaje para aceptar a dos críos como ellos en su viaje sólo por ser estos capaces de enfrentar perfectamente a los monstruos oscuros, y de hacer magia. ¿O era otra cosa lo que le había hecho cambiar de opinión?
Tulio agradeció en voz muy baja la asistencia de Bavol, y la de Fátima por supuesto, como si todavía se sintiese algo culpable por haber sido tan grosero con gente que les había salvado el pellejo. Tomó el plato y comió un poco, lo suficiente para mantenerse. Después se lo pasó a Miguel, al que ayudó a incorporarse. Miguel lo agradeció con una silenciosa sonrisa.
—
Esto es de locos —dijo Tulio, todavía con la espada en las manos—.
Nos unimos a la tripulación de un pirata y al segundo nos atacan los demonios...—
Tulio...—
No, está bien, no voy a quejarme otra vez.Tulio alzó levemente las manos, estaba bien, no iba a poner pegas de nuevo. Parecía que después de la pelea, había recobrado el semblante serio y la sangre fría. Levantó la mirada hacia Fátima, y antes de que se fuera, si iba a hacerlo, preguntó:
—
Esa arma... la que sacaste de la nada, ¿cómo lo hiciste? —preguntaría entonces—.
Era la primera vez que veía algo así.Los dos la miraron con intriga y curiosidad, esperando una respuesta. Oh, no. La discreción al garete.
* * *Cuando Bavol regresó a la planta baja, se encontró con que el capitán continuaba casi en la misma posición anterior, ensimismado. Ni siquiera pareció prestar demasiada atención al hecho de que el niño se acercara tanto al mapa. Sin aparentemente hacerle caso, Jack gruñó por lo bajo, cogió la brújula con una mano y la sostuvo. La flecha que no señalaba el norte giró varias veces hacia ambos lados en círculos, hasta que se quedó quieta, señalando a un punto más allá de la puerta de la taberna.
—
Esto no tiene sentido... No deberías señalar por ahí —podría oírle murmurar.
Jack echó un trago a la jarra de ron y chasqueó la lengua.
—
Paciencia, muchacho —dijo entonces, como si en ese mismo momento se hubiera dado cuenta de que Bavol estaba ahí con él—.
El tesoro no está tan lejos como parece, si se tienen las guías adecuadas.Un disparo particularmente sonoro reventó en la oscuridad de la noche, y Jack dobló rápidamente el mapa para guardárselo segundos después Dios sabía dónde, tras la pechera de la casaca y la camisa. Cerró la brújula y apagó la llama de la vela con los dedos, que se chupó previamente. Otro disparo restalló. Le hizo una señal a Bavol para que no hiciera ruido y se preparara por si de repente les atacaba alguien. Despacio entonces fue acercándose a la ventana más cercana de la taberna, que aunque tenía los cristales bastante sucios, al menos permitía un punto de vigilancia hacia el exterior.
Lentamente, Jack posó los dedos en el pomo de su espada, mientras miraba hacia la calle. Sin embargo, aunque resonaron más disparos, nadie andaba cerca del edificio y nadie parecía estar a punto de entrar, o asaltar. El pirata se relajó un poco y regresó a la mesa, cogió la jarra y le echó otro trago.
—
Parece que los soldados de su Majestad se están divirtiendo con esos demonios —comentó con cierta gracia, tras oír otra salva de tiros, más lejanos—.
No tengo todavía decidido quién quiero que desaparezca más, la verdad.Por su palabras, Bavol podía deducir que obviamente como pirata que era, no le tenía mucho aprecio a la guardia y justicia natural de ese Mundo. Al ver su jarra vacía, alzó las cejas, compuso un mohín disgustado y volvió a servirse de las reservas del dueño, que desgraciadamente estaba seguro no iba a regresar más, al menos no con forma humana. Luego se volvió hacia la estancia, abriendo la brújula de nuevo.
Casi de forma distraída, empezó a caminar por la estancia, jarra de ron en mano, siguiendo los vaivenes de la extraña brújula. Rodeó a Bavol, pasó por su lado varias veces, pero todos y cada uno de los pasos terminaban guiándole hacia la puerta. Aparentemente frustrado, el pirata regresó al sitio en dónde había estado con el mapa y se sentó, pensativo. Después, tras unos minutos de silencio observando la brújula, la cerró y miró al jovencito.
—
Dime, hijo... —dijo, invitándole a sentarse a la mesa con él—.
¿Qué sabes de Hernán Cortés, o de su espada, para haberte querido unir a un viaje tan peligroso? Incluso si sois... magos —A Jack le costó pronunciar esa palabra—,
no os aseguro que salgáis con vida de él.Respuesta satisfactoria o no, afirmativa, elocuente o no, añadió al poco, con un murmullo casi más para sí que para Bavol mientras dejaba quietos los dedos sobre la pistola que llevaba al cinto:
—
Cortés dejó demasiadas huellas en el Caribe... De pronto tronó una gran explosión, mucho más grande que las anteriores, mucho más intensa, y mucho más cercana. El suelo del edificio tembló y polvo cayó del techo. Jack se mantuvo quieto hasta que el temblor cesó. Sin mediar palabra Jack corrió hacia las escaleras, que subió de tres en tres, hasta la planta superior. Más explosiones estallaron aunque más lejos.
Fátima, que también habría sentido y escuchado perfectamente las explosiones, podría ver al excéntrico hombre pasar por delante de la puerta de la habitación a la carrera, siguiendo el pasillo hasta la ventana superior de la posada, que daba al puerto. Miguel hizo ademán de levantarse, pero Tulio se lo impidió y fue él el que se acercó a la puerta para ver qué demonios pasaba.
Por supuesto, si los aprendices seguían a Jack y miraban también por la ventana verían, a la pobre luz de la luna y las antorchas encendidas por toda la ciudad, que en la bahía del puerto se encontraba un navío cañoneando Port Royal, y en concreto el fuerte del gobernador. Los cañones del propio fuerte respondían a los disparos, convirtiendo el extremo del puerto en una nube de humo infernal. Haciéndoles un poco a un lado, Jack sacó un catalejo y lo extendió. La visibilidad no era muy buena, pero le sirvió para identificar la bandera del barco que estaba atacando.
Una expresión de contrariedad se dibujó en los labios del pirata.
—
Rogers... Comadreja carroñera —Jack gruñó, y guardó el catalejo de nuevo en el bolsillo.
¿Jack conocía a esa gente? Bueno... su tono de voz no había resultado ser demasiado cariñoso. Sin mediar más palabra Jack se dio la vuelta y avanzó a zancadas por el pasillo. Se encontró con Tulio, que también se había acercado y le apartó casi de un empujón.
—
¡Eh! ¿pero qué está pasando? —preguntó este a su vez, molesto.
Jack pasó de largo y continuó hasta las escaleras que bajaban. Contestó al aire.
—
¡Piratas, señor Hernández! ¡Hay que... ponerse a cubierto!Tulio hizo una mueca de disgusto, miró a Fátima y a Bavol con un encogimiento de hombros y fue por Miguel. Este, que se había incorporado y levantado, tampoco estaba demasiado mal a esas alturas como para caminar y con la ayuda de su amigo pudo bajar rápidamente las escaleras, siguiendo al capitán. Si un pirata quería huir de otros piratas seguramente sería por una buena razón.
Jack no se quedó en la planta baja, si no que saltó por encima de la barra del tabernero y se metió a la despensa. Si le seguían, que era lo más recomendable, verían al capitán buscando algo a saltitos en secciones al azar del suelo de madera.
—
¿Qué está haciendo? —preguntó Miguel, no muy seguro de que si el capitán estaba borracho o no.
Tulio meneó la cabeza, sin tener idea. Jack no les hizo demasiado caso, saltando como estaba, buscando lo que estaba buscando. Las explosiones de vez en cuando sonaban más cerca, o más lejos. ¿Por qué precisamente esa noche tenían que atacar piratas? ¿No era suficiente el ataque de los sincorazón? ¡Era demasiado!
—
Ahá ~Jack finalmente dejó de saltar sobre el suelo y se agachó. Descubrió una muy sutil argolla camuflada con la madera, que levantó y de la cual tiró con fuerza. Con un crujido roñoso, se abrió una trampilla que hasta entonces jamás habrían adivinado que estaba ahí.
—
Todas las tabernas tienen una de estas, no lo olvidéis —Jack sujetó la portezuela del agujero y señaló el hueco—.
Ahora adentro, antes de que a esos perros sarnosos se les ocurra desembarcar.Parecía algo razonable, el meterse bajo tierra para que no les alcanzara el fuego de artillería. Una vez dentro, los aprendices comprobarían que esa especie de sótano no muy amplio, y que podían moverse con bastante libertad para lo que parecía. A la poca luz de luna que entraba desde la despensa, podrían ver que probablemente la estancia se abría por casi todo lo que era el suelo de la planta baja que era ahí dónde el tabernero había guardado sus reservas de ron de emergencia, whisky y cerveza en barriles apilados contra las paredes revestidas de tablones ya carcomidos por las termitas. No parecía haber más salidas que la trampilla por la que habían entrado.
En cuanto los cuatro tripulantes se hubieran puesto a cubierto, Jack hizo lo propio, cerrando la abertura tras él. Quedaron a oscuras entonces, con el sonido de los cañonazos amortiguados como única compañía, además de los barriles de alcohol. Miguel se sentó en uno a tientas, respirando entrecortado, y cansado. La herida no se había abierto, pero continuaba doliendo.
—
¿Y ahora qué? —preguntó Tulio, en la oscuridad.
—
Ahora, amigo, reza para que al amanecer esos piratas se hayan ido. Y descansad, os hará falta.Casi pudieron sentir la sonrisa ladina de Jack sin verlas. Sus pasos les indicaron que el pirata debía de andar acomodándose contra una pila de barriles, para cumplir con su última directriz. Debía de tener mucha fe para pensar que ahí estarían a salvo, aunque... si esos piratas asaltaban Port Royal, lo último que harían sería ir buscando trampillas ocultas para perder el tiempo, ¿verdad?
Tulio, no muy satisfecho con su respuesta, imitó al capitán y se sentó en el suelo, apoyando la espalda en el barril sobre el que se encontraba su amigo. Miguel se recostó contra el barril de atrás, y cerró los ojos, aunque nadie pudo verlo. Quizá hacer lo que decía Jack era una buena idea. Después de todo lo que habían hecho y pasado, necesitarían dormir un poco.
* * *Xefil, Albert y SteliosStelios había encontrado un escondite móvil perfecto con esa caja aunque eso supusiese moverse más despacio por el barco. Aún así el vaivén era cada vez menor, y menor era el ruido ensordecedor de las olas chocando contra el casco. Menos jaleo, junto con la información obtenida en la bodega de carga, podía significar que de verdad habían salido de la tormenta que los había separado. Fuese como fuese, Stelios estaba decidido a seguir deambulando con su escondite a cuestas, como las tortugas, para averiguar algo más, lo que fuese.
Después de todo no estaba tan mal desencaminado.
Tras un rato de vagabundeo, buscando el lugar dónde supuestamente se debían reunir esos marineros holgazanes que burlaban sus quehaceres, por fin encontró una pista. Al doblar el recodo de uno de los pasillos que llevaban hacia la bodega anterior y partes adyacentes del navío, Stelios vio a un grupo de hombres, que no chorreaban agua pero casi, dirigiéndose hacia su posición. A tiempo o no de cubrirse con su disfraz, el primero de los marineros chocó de lleno contra él y la caja y trastabilló.
—
¿Qué te pasa, Weller, ya estás borracho?—
Sí, ¡de agua de mar!Los demás rieron, pasando por los huecos libres que dejaban el hombre y la caja de Stelios. El hombre llamado Weller gruñó y se levantó apoyándose en la pared. Entonces se fijó en lo que le había hecho caer. Clavó la mirada en Stelios y le sujetó fuertemente del brazo, como un cepo, antes de que se le ocurriera echar a correr.
—
¿Pero qué mierda? ¡Un polizón!Sus amigos, al oír la palabra mágica, se volvieron y notaron por fin al muchacho, que por culpa de su caja y la poca luz del barco había pasado desapercibido. Y habría pasado totalmente desapercibido de no ser por la caída de Weller.
—
¿Qué hacemos con él?—
Llevárselo al capitán.—¡Que lo fría el mago con sus rayos!
—
¡Qué dices! ¡Echémosle por la borda!—
¡Sí, eso!—
¡Eso, sí!En su algarabía por haber encontrado un supuesto polizón, los marineros rodearon a Stelios. Esos hombres no parecían estar dispuestos a escuchar a Stelios, si es que se le ocurría intentar decirles algo. Escapar era también un poco difícil...
—
Eh, un momento...Uno de los hombres, que chorreaba más agua que los otros, se acercó más a través de sus compañeros y miró a Stelios de cerca. Stelios no lo recordaría o sabría, pero ese era uno de los que se había lanzado al mar para rescatarlos.
—
¡Este es el chico que sacó Jules antes!—
¿Pero qué dices?—
¡Que sí, que estoy seguro! El capitán se los llevó antes.Weller soltó de golpe a Stelios y se frotó las manos por la ropa varias veces, luego dio una vuelta sobre sí mismo. Varios del grupo hicieron lo mismo. Stelios no podía saber por qué hacían eso, pero al menos le habían liberado.
—
Santo Dios, y yo casi lo tiro de nuevo al mar... Necesito un trago —Weller se apartó y se dio la vuelta, para retomar el camino que seguían antes de toparse con el aprendiz.
Sus compañeros, excepto el que había identificado correctamente a Stelios, le siguieron entre murmullos y gruñidos algo molestos. Eso era raro... ¿Por qué?
—
Has tenido suerte, muchacho —el hombre, que al parece le había «salvado», le palmeó la espalda fuertemente. Incluso para Stelios resultaría ser fuerte—.
No todos saben cómo son los chicos a los que sacamos hace un par de horas. Ven, te sentará bien un trago.Quisiera o no, el marinero conduciría a Stelios junto con los demás, hasta llegar a una sala alargada, cercana a las otras bodegas, en dónde se habían atornillado algunas mesas y bancos, ue funcionaba como estancia secundaria para comer o echarse un rato. Algunos marineros, además de los que acababan de llegar, estaban ya bebiendo allí, entre gritos de juerga y algunas lamentaciones. Stelios podía pensar que tenía suerte, le habían llevado directamente al lugar que buscaba, el nido de los cotilleos de un navío.
El aprendiz, guiado por su salvador, terminó sentado al extremo de una de las mesas, con una jarra de algo que no parecía tener buen color. Enfrente, y a su lado, dos hombres de un aspecto similar a su bebida, le miraron con curiosidad, pero siguieron bebiendo. Por allí y allá se escuchaban risas, anécdotas sobre la tormenta reciente y chistes picantes sobre mujeres sin piernas. Si así era la tripulación de un mercante, ¿cómo sería la de un barco pirata?
Antes de que Stelios pudiera echar un trago, si se atrevía, el marinero que estaba enfrente le arrebató la jarra y le echó un vistazo.
—
¡¿Pero qué demonios le has servido al crío, Tom?!Una voz entre la multitud sonó bien alto, aunque Stelios no pudo saber de quién era.
—
¡Lo mismo que a ti, meado del Infierno!A su alrededor, algunos hombres rieron. El hombre que le había quitado su bebida echó un trago sin permiso y bufó. Con aparente morriña, tiró la jarra, con su contenido y todo, contra una de las paredes. La jarra no estalló, pero una mancha parduzca quedó marcada en la madera.
—
¡Meado español! Dale algo con lo que pueda hacerse hombre, joder! Las risas se hicieron más altas. El hombre al que llamaban Tom, alto y musculoso, como casi todos los presentes, se abrió paso con una jarra más grande, llena hasta arriba de un licor que tenía peor aspecto que el interior. Si se atrevía a preguntar, Tom sonreiría y diría, alzando la voz:
—
¡¿Qué bebemos, muchachos?!Y contestando, todos a una levantando sus jarras, los marineros gritarían:
—
¡GROG! ¡GROG! ¡GROG! ¡GROG!Podía intentar bebérselo o no. Si lo hacía podría eso abrirle vías para hacerse amigo de esos tripulantes y conseguir la información que quería. Todo era arriesgarse, aunque dudaba de que algo con pintillas negras en la superficie pudiera ser bueno para la salud.
* * *La idea de Xefil era bastante más interesante que el quedarse todo el rato en ese camarote allí aplastados hasta que alguien decidiera ir a buscarles para que empezaran a fregar. A pesar del enfado, la oferta resultaba bastante atractiva y ambos aprendices se encontraron pronto, al igual que Stelios poco tiempo antes, caminando un poco a ciegas por los entresijos del barco.
No obstante, al contrario que su compañero, ellos no tardaron tanto en localizar su espontáneo reunión de marineros hartos de ron y monedas pasadas de mano en mano, porque a pesar de los crujidos renqueantes del armazón del barco, los gritos de los hombres resonaron más fuerte. Siguiendo las voces llegarían hasta la pequeña bodega a la que habían llevado a Stelios, y se encontrarían con un grupo de rudos marinos alzando y entrechocando las jarras al son de un clamor medio febril para animar a Stelios, al que podrían localizar en el extremo de una de las mesas.
—
¡GROG! ¡GROG! ¡GROG! ¡GROG!El espectáculo podía parecer gracioso o preocupante, según se mirase. Antes de que pudieran decir nada, el cántico se cortó de golpe.
—
¡Eh, mirad quién ha venido!—
¡Son las otras dos ratitas que rescaté antes!—
¡Cierra el pico, Jules, a nadie le importa!¿Cómo era posible que pudieran reír tan alto todo el tiempo?
—
¡Que se unan!—
¡Sí, que se unan!—
¡Dales un poco de grog, Tom!—
¡Eso, Tom!A petición de la concurrencia, sin casi darles oportunidad a negarse, de tan eufóricos y algunos borrachos como estaban, Xefil y Albert se vieron incluidos en el grupo, con sendas jarras de metal llenas a rebosar de esa bebida a la que llamaba grog y que no parecía ser sana para nada. Sentaron a ambos aprendices enfrente de Stelios, al que tendrían oportunidad de hablar.
¿Qué iban a hacer? Todos los rudos hombres de mar parecían estar esperando a que completaran ese extraño ritual de bienvenida. Como antes había podido pensar Stelios, si lo hacían, quizá se animara la cosa para obtener información.
Fátima:
PV: 32/32
PH: 4/38
Bavol:
PV: 22/24
PH: 11/18
Albert:
PV: 10/12
PH: 10/10
Xefil:
PV: 18/20
PH: 32/32
Stelios:
PV: 16/18
PH: 12/12
Fecha límite: 27 de junio