—¡Tú, corre!
Le grité al soldado con todas mis fuerzas para que siguiera e ignorara a los Sincorazón, que comenzaban a rodearnos con rapidez. Me empezaba a desesperar con la situación, y más cuando éste me ignoró y fue devorado sin piedad. Me sentí algo revuelta por dentro, pero ya nada podía hacer por él. Chasqueé con la lengua, frustrada y corrí a toda prisa hacia adelante, propinando estocadas de vez en cuando, más para quitármelos de encima que para derrotarlos. Y entonces, perdimos otro soldado.
—¡Son unos inútiles! —protesté, indignada por sus pésimas habilidades para el combate
Pero Diana ordenó huir, cosa con la que estaba de acuerdo. Permanecí en todo momento al final del grupo, mientras que Gengar se encargaba de cubrir los laterales y proteger a los electricistas. Tenía miedo, pero no podía volver atrás, no llegados a ese punto. O cumplíamos la misión o moriríamos, y no estaba dispuesta a morir aquel día; ¡qué mal le vendría a mi cutis el ser devorada por un Sincorazón! No iba a tolerarlo, por supuesto que no. Tenía que hacer lo imposible para restablecer la energía.
Alcanzamos una sala metálica tras atravesar un estrecho pasillo, y yo, al ir al final de la cola, cerré la puerta con todas mis fuerzas. Retrocedí varios pasos, observando nerviosa su superficie, que no tardó en recibir abolladuras y golpes, incluso varias garras la atravesaron, propinando zarpazos al aire. ¡Todo era inútil!
Salí de allí por patas, cerrando todas las puertas que me permitiese mi velocidad, o tirando tras de mí todos los obstáculos que pudiese para dificultarles el paso. Tonta de mí cuando vi varios Sincorazón apareciendo entre portales oscuros.
―Saeko, aquí… ―escuché decir a mi fantasmita
Lo seguí apurada hasta unos escalones que descendían. Parecía haber pasado el peligro de los seres de oscuridad, de momento…
Todavía a la cola del grupo, bajé varios escalones en alerta, sujetando mi Tesoro Oculto con ambas manos. Al fondo observé lo que parecía un cadáver y una enorme puerta abierta de par en par. El ambiente parecía cada vez más cargado, y no me gustaba nada; me ponía los pelos de punta. Los soldados se acercaron más, y yo necesité estar justo delante del cuerpo para darme cuenta de que era un humano, y no estaba muerto.
Lo que sí pude escuchar fue unos sonidos de agonía y una risa siniestra al otro lado. No tenía ni idea de quién era el culpable de la situación, pero estaba harta. ¡Harta de correr por pasillos y túneles llenos de ratas y polvo! ¡Harta de quemarme las manos y darle espadazos a todo lo que se movía! Estaba cansada. No lo dudé un instante más y me adentré en la sala, gritando a toda voz:
—¡¡ESTOY HARTA!!
O eso me hubiese gustado hacer, cuando quise darme cuenta me encontraba allí de pie, junto a los soldados y con Llavero en mano, observando la puerta abierta de par en par. No sabía si los Sincorazón nos había seguido la pista, pero no teníamos mucho tiempo y necesitabamos a los soldados con vida. Me giré hacia ellos, esta vez en serio, para darles mi plan en voz baja.
—Escuchad, visto que los soldados sois inútiles en combate, mejor que os quedéis aquí. Yo me encargo.
Esperé que al menos me hiciesen caso, no quería entrar ahí dentro por las buenas y menos con aquella risa rondando. ¿Sería el Villano Final que me nombró Saito? Miedo me daba pensarlo, si había asesinado a un aprendiz de nuestro bando, nada le impedía matarme a mí también. Me agaché hasta la altura de Gengar, acariciándole la cabecita y mirando sus ojitos tan monos.
—Gengar, necesito que vayas a explorar con cuidado lo que hay ahí dentro. Si te pasa algo, al menor ruido, acudiré en tu ayuda.
Mi mascota asintió con dificultad y tras mentalizarse, se internó en el suelo. Seguiría bajo tierra hasta adentrarse en la central y asomar su cabeza levemente, observando la situación con todo detalle, así como las posiciones de los enemigos que hubiese en la sala.
Si escuchaba cualquier síntoma de batalla —es decir, que Gengar fuese descubierto—, me adentraría corriendo en la central y buscaría el primer lugar seguro que encontrase para protegerme. Si por el contrario a Gengar no le sucedía nada, éste volvería al grupo para contarnos todos los detalles de lo que se cocía ahí dentro, incluyendo los enemigos, sus posiciones y posibles lugares seguros.
Si por el contrario Diana o el otro chico con pintas raras decidían entrar con los soldados, no me quedaría otra que cubrir a estos últimos. Los necesitábamos con vida.