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Suspiró de nuevo, abatido y quizás soñoliento, cansado y sintiendo el metal pesado de su arma. Cada paso se antojaba un mundo. Villa Crepúsculo, Tierra de Partida, El Bosque de los 100 Acres, Selva Profunda, Islas del Destino, El Paraíso de los Bromistas y... Bastión Hueco, como el fin de un camino que abría otro nuevo, distinto, repleto de nuevas almas y sentimientos.
Nadie podría haberle dicho aquel día hace dos años que recorrería una galaxia inexplorada e inexistente a sus ojos, que viviría momentos inigualables de diversas alineaciones, que participaría en una guerra, una lucha encarnizada contra monstruos de los cuales desconocía su existencia, que reemplazaría el color apagado de su mundo por las tristes caídas de sol de Bastión Hueco...
Saeko se adelantó con una mayor disposición a descubrir el ocasionante del grito, traspasando a su cada vez más angustiado compañero quien reducía el paso progresivamente quedando cada vez más en un segundo e incluso tercer plano. Algo se revolvía en su interior, una corazonada, una de sus partes robadas. Fuese lo que fuese comenzaba a dejar de interesarle descubrir la fuente de aquel grito. Con un notable mal humor, la aprendiz abrió la puerta.
Una figura dibujó su contorno al otro lado del marco. Escuálida, débil, una densa cabellera salvaje, una cicatriz en torno a uno de sus ojos, descalza. Enok agachó la cabeza y su rostro fue inmediatamente recorrido por una oscura y delgada capa de miedo.
—Vaya, cuánto tiempo. Pensaba que mi última —no— lección te había hecho aprender —me—lo básico, pero veo que —siento— ni siquiera entiendes el significado —bien— de la palabra intimidad —alardeó Saeko espetando a la vez—. Y que escuchen mis conversaciones a escondidas no me pone lo que se dice content-¡Ah!
Saeko se revolvió en su lugar, aguantando el dolor que se extendía por todo su cuerpo, el recuerdo de la batalla, mientras maldecía y gruñía a Gata. Antes de que pudiera caer en la cuenta de sus pensamientos, Enok se acercó en un rápido sprint a socorrer a la joven. Justo cuando su piel rozó uno de sus brazos, la chica reaccionó con un brusco movimiento mediante el cual tomó de la muñeca a su compañero e intercambió directamente una desafiante y decidida mirada.
—Si me disculpas…—se limitó a recitar la delgada jovenzuela del negruzco cabello que hasta ese momento había estado enfrentando miradas de indiferencia finalmente resultando vencedora del particular duelo de mutuo odio. Tras haber reclamado su premio se volvió y se dispuso a marchar. Enok levantó la mirada solo un segundo ante sus palabras. Los grasientos cabellos de la chica caían sin norma alguna a través de toda su espalda y dibujaban formas ribeteadas que expresaban las formulaciones del número áureo. Un escalofrío se extendió por su cuerpo.
—Enok, en Bastión Hueco hay mucha gente, y no te conviene juntarte con esta. ¡Nos vamos!— ocultaba su dolor en la brusquedad. Guardaba algo dentro de ella bajo la capa de su carácter, ocultado recelosamente.
Con fuerza, tiró del muchacho apartándolo de la escena pero ya era demasiado tarde. Había sentido algo indescriptible justo en el centro de sus memorias, algo que le hizo liberarse del brazo inquisidor de su compañera y recuperar la compostura aún llave-espada en mano.
Y Gata finalmente lo había escuchado, su nombre. E-N-O-K
—Espera— bramó la joven adelantándose a la pareja. Cada paso, alzado al aire era de nuevo un mundo a ojos de Enok, quien esperaba que le alcanzase y a quien aquellos segundos se le antojaron años. Sin mediar ninguna palabra más, la chica tomó aún con mayor fuerza a la desorientada presa.
Sus miradas se entretejieron por un momento tras el cual ambos la apartaron, una arrepentida de su brusquedad y la otra asustada por el color y fiereza de los ojos de la contraria. Y finalmente quedó libre entre los dos flancos. Su llave-espada desapareció en una estela de luces que levitaron unos segundos en el vacio ambiente.
—¿Por qué?
Corriendo, logró alcanzar el cuerpo yacente y solitario de Gata. Lo volteó de forma agresiva. Tomó a Gata entre sus hombros con un impulso de fuerza. Pesaba poco, estaba delgada, excesivamente delgada. Intentando no apoyar la planta malherida de su pie, se encaminó cojeando. Se acercó al borde del corredor, desesperado. Sin pensarlo un momento más, saltó, agarrando lo mas fuerte que pudo a Gata.
El cuerpo de Enok calló y fue golpeado por un sólido suelo de piedra, un nivel inferior de aquella construcción. Su vista se nubló.
El cuerpo de Gata golpeó a Enok, quien funcionó como un bloqueo del impacto. Aún en un estado inconsciente, se deslizó sobre su espalda a uno de sus lados.
—¿Por qué?
Invocó rápidamente su llave espada y fijó la vista en el nuevo enemigo. Sin desviar en ningún momento su mirada de ella se deslizó junto al grupo hasta colocarse frente a Gata. Durante unos segundos desvió la vista hacia la aprendiz, con una mirada neutral pero a la vez protectora. Si algo tenía claro es que la tensión jugaba en él un extraño juego de reacciones que normalmente no llegaba a experimentar. Por encima de Hiro o Kairi, aquella chica jugaba un papel mucho más importante en sus memorias.
—No...
Dio un paso hacia atrás, con el terror dibujado en su rostro. Gata sostenía entre sus brazos un libro, aferrado con dureza a su pecho. Las marcas del desgaste lucían a través de los huecos no protegidos por sus delgados brazos.
—¿Qué...Qué?
Volvió su mirada lentamente hacia Saeko, paralizado ante sus deducciones mientras mordía desesperado su labio inferior hasta hacerlo sangrar.
—No... E-Eso es...mio.
Señaló su diario.