Cuatro figuras se encontraban reunidas en torno a una misma mesa, en un bar secreto situado entre los pasillos de oscuridad que conectaban el cosmos. Un hombre alto y esbelto lideraba la reunión y a sus tres compañeros, cuyas gafas de sol brillaban por la poca iluminación del recinto.
La ciudad que amaban caía en la oscuridad. Podían verlo en el monitor de la mesa: cientos de almas se negaban a abandonar el lugar donde habían crecido, mientras muchos otros huían mediante naves proporcionadas por el Compositor y pasillos abiertos por los pequeños Reapers.
—Aproximadamente el 68% de la población ha decidido no abandonar el mundo —informó con voz casi carente de sentimientos la única mujer del grupo. Se recolocó las gafas y continuó informando—. Sin contar con aquellos que intenten huir y no lo consigan, preveo una conversión en las criaturas oscuras de un 80% de la población.
—Sincorazón.
El hombre más alto del grupo dio un paso al frente y el monitor iluminó su musculoso y enorme cuerpo, marcado por sus ojos vacíos y sus greñas poco cuidadas. Se cruzó de brazos y señaló a la pantalla, donde algunas criaturas negras de ojos amarillos habían comenzado a surgir, llamadas por la caída del mundo.
—Ese es el nombre de las criaturas. Sincorazón. —repitió el grandullón—. ¿Dónde se encuentra nuestro Compositor?
—Imagino que terminando el chiringuito —contestó el miembro restante, el cual se ajustó la gorra para intentar ocultar sus ojos vidriosos—. Cuando acabe no quedará ni rastro del mundo.
—Es la decisión correcta —remarcó la mujer—. La Corrupción podría apoderarse de otros mundos.
El líder de los Reapers rodeó la mesa, pasó por al lado del grandullón y se acercó al monitor para apagarlo. Dio la espalda a los presentes e hizo una señal con la mano, apenado por lo que venía a continuación.
—Aquí se separan nuestros caminos.
La mujer y el joven de la gorra aceptaron de inmediato la sentencia. Se alejaron en la oscuridad del bar hacia la salida de este, desapareciendo de allí para siempre. No volverían a pisar aquel lugar, ni nada relacionado con su antiguo mundo de origen.
Pero el grandullón se negaba a aceptar aquella condición aún. Dio un paso al frente, en dirección a su jefe, y le llamó:
—Señor Kitaniji.
El hombre de las gafas de sol y los cascos sobre sus hombros giró su cabeza para mirarle. Sin embargo, su asociado seguía buscando las palabras adecuadas para expresarse.
—Shibuya es todo cuanto conocíamos. ¿Qué haremos ahora? ¿Cómo encontraremos nuestro lugar, si le hemos fallado a la ciudad que protegíamos?
—Una vez un amigo me dijo algo que marcó el resto de mi vida. Deberías tenerlo presente tú también, Higashizawa.
El hombre terminó de darse la vuelta y caminó en dirección al Reaper. Pasó por su lado y le susurró unas palabras, algo que quedaría entre los dos para siempre, pero que marcaría el resto de su existencia.
Y sin embargo, el fantasma de Shibuya seguiría pesando en la mente de Higashizawa.
—Ciudad de Paso os necesita.
No todos los días eran citados todos los aprendices posibles de toda Tierra de Partida en el salón del trono. Muchos de ellos se encontraban en misiones o días libres, junto con algunos de los Maestros; pero todo aquel que se encontrara en el castillo en aquel momento sería llamado por los moguris. Cualquiera pensaría que se trataba de un llamamiento importante de Ronin... Pero no.
Cuando llegaron, Lyn y el Maestro de Maestros eran los únicos superiores presentes, sentados frente a un Higashizawa arrodillado ante ellos. Los aprendices no tardaron en descubrir que el que había tenido la loca idea de llamar a toda Tierra de Partida había sido ni más ni menos que el cocinero, el misterioso hombre de greñas en el pelo y músculos de un participante de lucha libre. La gran mayoría de aprendices no sabían nada de él: corrían rumores de que una vez arrancó un brazo a un chico por entrar en hurtadillas en su cocina a llevarse una simple manzana.
—¿Has reunido tú a esta gente, Higashizawa? —preguntó Lyn, inclinándose en su trono a la izquierda del de Ronin.
—Hace días que Ciudad de Paso está siendo asediada por los Villanos Finales —explicó Higashizawa, casi ignorando la pregunta de su superiora—. La Federación ha intentado tomar medidas, pero no es suficiente. Un mundo entero grita de agonía, y los Caballeros de la Llave Espada no hacéis nada.
—¿Cómo te atreves? —se ofendió la Maestra—. ¿Crees que esta es la situación que nosotros deseamos? Son los habitantes de esa ciudad los que prefieren morir antes que dejar que les ayudemos.
—Vuestro deber es ayudar al necesitado, no a quien os lo suplique. Pero visto que necesitáis ruegos, yo me arrodillo por todo un mundo para alimentar la cazuela de vuestro ego.
Lyn estaba roja de rabia ante las palabras de Higashizawa. Invocó su Llave Espada y se levantó de su trono, dirigiéndola hacia el cocinero con tono amenazante; este, sin embargo, no se movió de su sitio. Ronin hizo una señal con la mano y la Maestra bajó su arma.
—Entendemos tu preocupación, Higashizawa. Y no queremos que el mundo caiga ante los Villanos Finales: sus habitantes son inocentes. ¿Pero qué esperas lograr llamando a todos los aprendices que hay e insultando a esta muchachilla temperamental?
—Comprobar quién tiene más honor: los Maestros superiores o los jóvenes y entusiastas aprendices.
—Estoy seguro de que los segundos e acompañarían después de la escenita —el Maestro sonrió ligeramente, tanto como su rostro cansado le permitía—, y que los Villanos Finales contestarían con todos sus miembros en un ataque en masa.
Higashizawa gruñó con la cabeza agachada, sabiendo que tenía razón. Tras un par de segundos sin respuesta, Ronin continuó:
—Los Maestros tenemos prohibido entrar. Un aprendiz, sin embargo... Siempre podemos decir que lo secuestraste y te lo llevaste en contra de nuestra voluntad —bromeó el Maestro, riéndose de su propia broma en voz baja—. Hana. Te he visto: tú acompañarás a Higashizawa.
La aprendiza se vio obligada a avanzar al centro de la sala, siendo el centro de las miradas de todos los aprendices.
—¿Esto es todo lo que me ofreces? No da ni para los entrantes de los Sincorazón —aseguró el grandullón, observando a la joven de arriba abajo—. Quiero a otro. Uno a mi elección.
—Que Bavol sea moreno no te sirve para usarlo como azúcar —advirtió bromista el Maestro. Higashizawa le ignoró y señaló con el dedo en dirección a un aprendiz concreto entre la multitud:
—Quiero a Saxor. —sentenció el cocinero—. No me conformaré con nadie más que no sea él.
Un silencio sepulcral se impuso al ser mencionado en voz alta el nombre del aprendiz. Cuando avanzó junto con Hana comenzaron los cuchicheos: al fin y al cabo, aquel era el aprendiz traidor que una vez pasó de Tierra de Partida a Bastión Hueco, y viceversa. Corrían rumores de que oía voces en su cabeza, y que su estado mental era más inestable que el de la Maestra Yami.
—¿Estás seguro, Higashizawa? —preguntó Lyn con los ojos clavados en el muchacho, juzgándole de arriba abajo.
—Más que de cómo se hace una tortilla francesa.
—No hay más que discutir entonces. Acompáñalos a sus habitaciones y reuníos con Lyn y conmigo aquí cuando hayáis acabado. Los demás aprendices: quedaos aquí. Planearemos una incursión a Ciudad de Paso en caso de que el grupo de avanzadilla fracase.
Estaba dicho. Higashizawa acompañaría a ambos aprendices a sus habitaciones, pasando primero por la de Saxor y después por la de Hana. Al ser un hombre y una mujer sus habitaciones se encontraban en alas diferentes, por lo que el camino sería largo... Pero daría tiempo para hablar mucho.
—Alec, ¿sabes lo que es un Reaper?
Las nubes en el cielo de Bastión Hueco no parecían asustar a Ariasu. La Maestra del joven aprendiz llevaba con este ya algunos meses, y en aquel tiempo le había dedicado más atención de lo que podría decirse de otros que había tomado a su cargo. Era una mujer muy aplicada, siempre atenta a sus discípulos: pero con Alec las cosas eran distintas. Una segunda vida se disputaba en su cabeza, los recuerdos de cosas que nunca vivió: y era culpa de aquel aprendiz.
Por eso, muy de vez en cuando, hacía lo posible para estar con él. Como aquel día: le había llamado para una sencilla partida de ajedrez en las terrazas de Bastión Hueco, pese a las amenazas de lluvia. Alec jugaba con las fichas blancas, mientras que Ariasu controlaba las negras. Había podido comprobar durante aquellos meses que a la Maestra le encantaban los juegos, y que prácticamente siempre ganaba, fuera en lo que fuera: nunca le había visto perder. No como Shinju, que cuando perdía se enrabietaba y lanzaba la silla en la que estuviese sentada por la primera ventana que pillase.
—Por supuesto que lo sabes. Había olvidado que... —Ariasu agitó la cabeza y tomó su único caballo restante, colocándolo en una posición peligrosa—. No sé si sabrás entonces de dónde viene esa raza. Se trata de un mundo que una vez visité, uno que ya no existe...
Las puertas de las terrazas se abrieron lentamente. Ragun apareció al otro lado, convocado por su mentora, que le había hecho llegar un mensaje a través de un moguri macarra que le había robado el postre de la cena: se había quedado sin parte de su alimentación para el resto de la noche, la cual estaba a punto de engullir el paisaje de Bastión Hueco.
—Sí, Shibuya. ¿Entonces ya lo conocías? Era un lugar mágico —aseguró la Maestra, haciendo otro movimiento de su ficha después de que Alec hiciese el suyo—. Allí hice bastantes amigos, Reapers también. No es coincidencia que yo fuese la Game Master... Jaque Mate.
Una vez más, Ariasu había vencido. Nadie era capaz de derrotarla si se ponía a jugar: los aprendices sólo conocían una derrota por parte de la Maestra, y sólo seis personas en el Reino de la Luz habían sido capaces de vivirla. Y Alec era uno de los que había logrado vencerla.
—Es curioso que el tema haya salido, ¿no crees? Con todo lo que está pasando ahora en Ciudad de Paso... Y sus habitantes, intentando por todos los medios que la Orden no se meta. Pero tengo entendido que los Reapers siempre se apoyan entre ellos, ¿no? Porque allí hay unos cuantos...
La Maestra se levantó de su asiento y se dirigió hacia la entrada del castillo, pasando por al lado de Ragun. Le acarició el hombro y le sonrió, empujándole en dirección a Alec.
—Los Maestros no podemos entrar... Supongo que no hay nada que hacer, entonces. Buenas noches, chicos.
La puerta del castillo se cerró, dejando a Ariasu al otro lado. El misterioso mensaje de la mujer era difícil de captar quizás: muy sutil, quizás demasiado misterioso. ¿Y por qué había llamado a Ragun, si no le había dicho nada?
Aquellas incógnitas se resolvieron cuando las puertas del castillo se abrieron y el gorro de la Maestra se asomó a la par que su cara:
—Os intento decir que vayáis a Ciudad de Paso y salvéis el mundo de los Villanos Finales. Y que si veis a alguien de Tierra de Partida, le machaquéis el culo.
Y una vez más, las puertas del castillo se cerraron.