Ya había perdido la cuenta de las veces que Ragun había invocado las alas, me había cogido y nos habíamos alejado de nuestros perseguidores. Esta vez, al menos, no habíamos caído del cielo: aterrizamos en un distrito pobre y, de inmediato, comenzamos a buscar un lugar donde escondernos.
—
¿Quién o quienes eran? ¿Cats, Tierra de Partida?—
¡Dímelo tú a mí, genio!Seguí corriendo y encontré, finalmente, unas cortinas donde dos podíamos caber. Cogí a mi compañero del brazo y le empujé hasta encontrarnos los dos de estas, bien ocultos a ojos extraños. Fue entonces cuando noté que estaba empapado de sudor y con aspecto cansado, y no precisamente por el calor que hacía en el mundo; tenía que ser la bebida. El muy idiota estaba drogado, joder, y de forma muy distinta a como cuando nos enfrentamos a Lord Helix.
No tardó en aparecer uno de nuestros perseguidores. Entró levitando rápido y raudo, con toda la capa oscura ocultando todo su cuerpo y guardando los brazos por debajo de sus ropas; lo único que le pude distinguir era una máscara que poco permitía que se le distinguiera. ¿Por qué me buscaban? ¿Querían las Perlas, me querían a mí? Coño... ¿Cómo me las arreglaba para meterme en líos en tan poco tiempo, si en dos años había permanecido lejos de todo?
La figura se colocó frente a un estante vacío de fruta y lo observó un segundo. Pasado este tiempo, este voló por los aires y sus cajas vacías chocaron entre sí en un torbellino invisible de destrucción y rabia; nuestro perseguidor no se movió un ápice mientras destruía todo aquello mentalmente. Miré a Ragun y le indiqué que guardara silencio.
—
Sal, gatito, sal... —canturreó para sí mismo con voz distorsionada. Tenía un sistema parecido al mío para ocultar su identidad, al parecer.