—Parece que tu aparición ha causado un poco de revuelo, muchacho —La voz del mandril sonaba fluida, anciana, pero con un simpático acento que no lograrían identificar—. También el comentario de tu pequeño amigo.
No parecía enfadado. Yami caminaba en silencio junto a Kousen, con una expresión más seria y pensativa con la que miraba de vez en cuando al mandril, y también a Kousen y a Bavol. Se estaban acercando cada vez más a la Roca gracias al paso más fluido que ofrecía el respeto al simio, a cuyo paso se abrían todos los demás animales. Kousen notaría aún así, todas las miradas al pasar, menos hostiles y más curiosas eso sí, mientras acompañaba al mandril.
—El Rey Mufasa estará encantado de tener a un joven león de otro reino hoy en la presentación de su hijo, no tienes que preocuparte. Pero es normal que los súbditos se sientan amenazados.
>>Hace poco que el rey legítimo volvió de su exilio y la idea de que puedan volver a usurparle el trono pone nerviosos a los demás. No te preocupes, Mufasa te dará la bienvenida personalmente.
El anciano simio se detuvo al pie de la gran Roca y se apoyó en su bastón al mismo tiempo que elevaba la vista. Un murmullo general, por parte de los animales circundantes, en su mayoría carnívoros y parte de la manada de las leonas, resonó con emoción. Por la conformaciones de piedra que conducían hacia la plataforma de la manada de Mufasa, que tan bien conocían Kousen y Bavol, bajaba un imponente, enorme y portentoso león dorado de melena rojiza, que doblaba en tamaño a Kousen.
—¿Rafiki? ¿Hay algún problema? —preguntó en cuanto alcanzó el suelo, junto al pequeño grupo.
Su voz era grave e imponente, seria. Todo en el felino parecía decir una única cosa: Rey. El verdadero rey, Mufasa el exiliado. El hermano de Scar. Debía de haber visto desde lo alto el pequeño tumulto anterior y bajado a comprobar el orden. Yami se mantuvo pegada a la pata izquierda de Kousen, aunque no podía evitar mirar al rey con ojos brillantes, temblando de emoción. Rafiki hizo un gesto de negación con una de sus manos y mostró a sus acompañantes.
—Oh, no, majestad, sólo quería traerte en persona a este joven príncipe y a su séquito de más allá de vuestra sabana, vuestros súbditos creen que es peligroso... y nada más lejos de la realidad.
Mufasa desvió la vista del mandril a Kousen y a Yami... pasando por alto a Bavol, que continuaba camuflado, quieto y en silencio.
—No recuerdo haber invitado a ningún reino exterior —comentó el león, reflexivo—. Pero vuestra presencia honra mi reino y a mi manada, sed libres de quedaros cuanto queráis como mis invitados.
Yami entonces se despegó de Kousen, repleta de júbilo y correteó hasta plantarse frente al rey y hacer una graciosa y extraña reverencia como animal que era.
—¡Oh, sísisisisi, alteza, el honor es nuestro, gracias, muchas gracias!
Mufasa rió entre dientes, con un meneo de cabeza. Rafiki secundó su gesto y añadió.
—Ya es hora.
El rey asintió y volvió a mirar al grupo, indicándoles el lugar más adecuado para situarse.
—La manada está aquí, quedaos con ella hasta que la ceremonia termine.
Un poco más allá, efectivamente, se encontraba gran parte del grupo de leonas que en la ocasión anterior habían mirado con esperanza a Kousen para que derrocara a Scar. Sarabi, sin embargo, no se encontraba con ellas. Además de la manada, una pequeña mezcolanza de otros carnívoros del reino las acompañaban, quizá para no perturbar demasiado a la mayoría de herbívoros. Yami empezó a dirigirse hacia allí, exaltada.
—¡Que honor, que honor, Kousen, Bavol! ¡El rey deja que nos quedemos! ¡El rey! ¡Y podemos quedarnos con las leonas también! Normalmente sólo grandes carnívoros y felinos pueden, es el protocolo, pero... ¡Uy, mirad, una pantera morada! ¡Es preciosa!
Antes de que los aprendices pudieran decir nada, Yami salió corriendo hacia la mentada pantera de tan extraño color en el reino animal. Justo entonces, tronó un rugido sobre sus cabezas, y una sombra cruzó de lado a lado la Roca del Rey.
—Oh, no...
Yami, que se había detenido en seco, miraba hacia el cielo, al igual que todo el mundo.
Saeko y Simbad
La manada de leonas recibió con miradas curiosas y un tanto extrañadas, por el color del pelaje, a Saeko y a Simbad, al igual que otros pocos leopardos, guepardos y felinos menores de la sabana. Era un grupo nutrido, que charlaba animadamente entre sí, sentadas o tumbadas mientras esperaban también a que diera lugar la presentación del cachorro. Una de las leonas, de un color algo más claro que las demás, mantenía una pequeña cría propia entre las patas, que intentaba por todos los medios escapar para ver mundo.
La leona más cercana a los aprendices, que a su vez parecía separada a propósito de sus compañeras, miró de lado a Saeko y a Simbad. Era un poco más joven, una leona adolescente, y se mostraba huraña para con todo lo que se acercaba demasiado a ella. De vez en cuando refunfuñaba, manteniendo las garras hincadas contra la tierra, arañando nerviosamente la arena que se formaba bajo ellas.
Miró a Saeko, conformando un mohín de incomodidad, pero sin decir nada, y se apartó un poquito sin levantarse del todo, en cuanto ellos llegaron. Eso no quitó que ambos no pudieran oír sus cuchicheos, hablando sola como si nadie más estuviera allí y pudieran oírla. Desde luego, ninguna de las leonas la oía.
—Esto no debería estar pasando. Scar es el rey, debería serlo. Y yo... yo sería su reina, lo sé. Él me eligió.... me eligió.
Bufó a media frase, indignada, y terminó tumbándose. Aquello les parecería... raro, si pensaban en lo que sabían, nadie había mencionado a ninguna otra reina que no fuera la actual. Entonces un pequeño murmullo se levantó entre la manada, un murmullo emocionado. Al levantar la cabeza, Saeko y Simbad verían la figura de un león magnífico, dorado, de melena rojiza, que descendía elegantemente por las rocas lisas que conducían a lo alto de la plataforma superior. Un simio que sujetaba un bastón le aguardaba, además de un extraño dúo conformado por un león más joven y una pequeña raposa.
—¿Habéis visto?
—Creo que es...
—¿Es él?
—¿Ha vuelto?
—¡No puede ser! ¡Es él!
¿Él?, ¿ese otro león era famoso por allí? ¿Quién era, qué hacía allí? La joven leona más apartada volvió a bufar, exasperada, agitando la cola como si todo aquello no fuera importante. Parecía estar obligada a estar allí. Las otras leonas se removieron entusiasmadas hasta que vieron que el dúo comenzaba dirigirse hacia ellas. La raposa, a lo lejos, pareció vislumbrar a Saeko, ya que se oyó a distancia:
—... ¡Uy, mirad, una pantera morada! ¡Es preciosa!
Y que echó a correr para poder verla más de lejos. Algo en su voz alertaría a Saeko, algo que le resultaba familiar. Sin embargo no tendría demasiado tiempo para pensar en ello. De repente, resonó un rugido monstruoso, antes de que una sombra gigantesca cruzara por encima de sus cabezas..
—¿Qué es eso? —preguntó alguien, entre la multitud.
Al mirar verían una criatura, con un emblema de sincorazón en el pecho, que estaba dando la vuelta para de nuevo sobrevolar por sobre la marea de animales, como si estuviera buscando algo. Miraba de lado a lado, abriendo el pico para rugir de nuevo.
Con las garras por delante, empezó a caer en picado. Alguien chilló.Y cundió el pánico.