Kazuki levantó las cejas ante la pregunta. Se quedó mirando al chico por unos tantos segundos, luego apartó la mirada y dejó salir un largo “Eh” de desconcierto. Se llevó la mano a la coronilla e hizo una mueca, mientras miraba al techo de la galería.
—Perdón, ¿qué?
Justo cuando Lyon comenzaba a ponderar si Kazuki se había confundido o si era él el que no había sido claro, el Maestro continuó:
—El Experimento está muerto. Lo que preocupa al Alcalde son los Sincorazón de verdad… eh, plural… ¿”Sincorazones”, “Sincorazii”…? —el Maestro sacudió la cabeza—. Vuestro objetivo es ir con Jack Skellington y apoyarlo en lo que podáis. Lo que, eh, ocurrió antes es sólo… contexto. No es importante.
—Y, además de esto, si hay alguna cosa que deberíamos saber del mundo o de algún peligro que pueda haber en este, me gustaría saberlo por si hay que ir pensando en algún plan, además de todo lo que pueda surgir durante la misión.
—Aparte de los Sincorazón… supongo que tendrás que cuidarte de las habituales bromas, en… ehhh, en especial de los chiquillos —señaló, pasándose la mano por el cabello y sacudiéndoselo—. Una vez le prendieron fuego.
―Bueno, yo tengo una ―empezó Colibritany―. No conozco muy bien Ciudad Halloween, obviamente. ¿Qué nos recomiendas hacer nada más aterricemos allí entonces? ¿Hablar con los habitantes o evitar contacto con ellos? ¿Algún sitio donde sea preferible mirar primero?
―¡Hablar con ellos, claro! ―exclamó Ariasu, haciéndose la sorprendida por la pregunta de Coli. Se llevó la mano al pecho y abrió su boca, fingiendo el gesto de modo teatral―. ¿Cuál es el sentido de llevar un disfraz si no puedes lucirlo? Yo creo… que el encanto de una mujer es invaluable para conseguir información ―le guiñó un ojo a Yui, aunque la pregunta había venido directamente de Coli. Parecía que la había evitado a propósito―. Encontrar y seguir a Tierra de Partida será más… gratificante si os escondéis a plena vista.
―Esto..¿por qué llama a Colibritany, Coliflor? ―inquirió Yui. Ariasu sonrió, divertida por la pregunta de la chica. Miró a la morena y alzó una ceja de forma cómplice.
―Oh, es una historia de las dos. Una pena que no hayas estado allí; hubo baile y comida y un par de intentos de broma.
>>Lo que me recuerda ―Ariasu borró su sonrisa y entornó sus ojos, mirando a Colibritany con seriedad―. ¿Todo eso de rodar por el suelo? A lo mejor es buena idea no hacerlo en Halloween.
—Lo mismo digo. Empecemos por la plaza, entonces.
Así que caminaron en dirección a la Plaza, la cual estaba a rebosar. Con tanta gente por allí y por allá, apenas y podían ver la arquitectura del lugar. Podían apreciar que el sitio era circular, bastante amplio, y alojaba el ayuntamiento de la ciudad. En el centro estaba esa elegante fuente que despedía agua de la boca de una gárgola… aunque bueno, “agua”; más bien parecía ácido por su color verdoso y sus vapores. La guillotina oxidada, también, la cual ya habían podido ver. Las farolas que iluminaban el lugar despedían luz de color anaranjada, al igual que las muchísimas lámparas de calabaza que adornaban los muros, cuidadosamente colocadas en nichos. Las telarañas de los rincones eran inmensas, ni siquiera en un edificio abandonado lo habrían sido tanto; y en las alturas podían verse colgados multitud de murciélagos.
En el centro de la plaza había sido colocada una larga mesa; encima de ella, un montón de calabazas, y a un lado de ella en el suelo todavía muchas más. Un grupo de lo que parecían ser hombres-lobo trabajaban con sus garras para tallar rostros y otros diseños en ellas, ayudados por algunos otros monstruos que también poseían zarpas afiladas. Una gigantesca viuda negra tejía sin parar usando dos farolas como apoyo, mientras sus pequeñas crías se columpiaban de un lado a otro. Tres pequeños fantasmas volaban de un lado a otro atravesando las paredes y los muros para mancharlos deliberadamente con su ectoplasma.
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―¡Tú!
Aquel grito vino de dos sitios diferentes, pronunciado por dos personas diferentes. Llegaron de lados contrarios: una de ellas era una bruja anciana y gorda, con una nariz amplia y unos ojos en miniatura ocultos tras unas gruesas y opacas gafas; la otra era uno de los hombres-lobo, uno que parecía estar a punto de transformarse por la cantidad de vello que lo cubría y lo bestiales que se habían vuelto sus ojos.
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La bruja tomó a Coli por el brazo. El hombre-lobo rodeó por el hombro a Gonax.
―¿Te importaría ayudar a esculpir algunas calabazas, colega? ―pidió el licántropo con una voz rasposa y profunda―. No aceptaré un no por respuesta. Necesitamos muchas patas para este Halloween.
―¡Luces! ¡Más te vale conjurar unas cuantas luces! ―exigió la bruja por otro lado, tirando de Coli―. ¡Las jóvenes de hoy en día no tienen respeto alguno por las tradiciones!
Y sin que Yui pudiera hacer nada al respecto, sus dos compañeros habían sido arrastrados lejos de ella.
A Gonax lo recibieron en la mesa de las calabazas con un vitoreo y prácticamente lo empujaron hasta el centro, donde le dejaron caer una calabaza dos veces más grande que su cabeza. Habían visto sus garras y habían pensado que era bueno con esa clase de cosas, ¿pero podría hacerlo realmente? Primero tendría que limpiarla y deshacerse de toda la pulpa, eso sería cosa sencilla. Pero después tendría que diseñar algo, y más le valía que fuese algo bueno y no sólo la clásica cara sonriente.
Colibritany terminó siendo arrastrada hasta un grupo de brujas como ella. Eran otras cuatro hechiceras jóvenes que no paraban de quejarse de cómo sus madres las habían obligado a cooperar y que hubieran mil veces preferido quedarse en casa a hacer incluso los deberes. Les pidió a cada una una tarea en particular, y la de Coli fue, según ellas, “bastante sencilla”: debía conjurar fuentes de luz flotantes para reemplazar las farolas y crear una atmósfera más apropiada. ¿Pero cómo iba a hacer eso, si no era una hechicera de verdad?
Yui podía ir detrás de sus compañeros. Pero también podía acercarse a las arañas, los fantasmas, e incluso podía dejar la plaza: había un camino enmarcado por una alta reja de metal.
Cuando Lyon y Aru cruzaron por el agujero en el muro notaron tres cosas: en primer lugar, bajo sus pies la tierra se veía removida, por lo que podían asumir con seguridad que caminaban por un sendero; segundo, el muro tenía gigantescas marcas de garras de aquí a allá; y finalmente, todavía quedaban restos de metal, de lo que parecía haber sido una reja.
Así que antes había estado la puerta allí. ¿Pero quién le había pasado por encima o qué demonios había ocurrido? Según la dirección de las marcas, algo había intentado entrar al cementerio, lugar del cual ellos estaban saliendo. Pero no se habían topado con nada allí, así que podían suponer que el desastre de la puerta había ocurrido ya hacía tiempo.
Mientras se alejaban, un pequeño espectro apareció de entre las tumbas: un pequeño perro con una calabaza brillante por nariz, el cual se quedó observándolos desde la lejanía mientras olfateaba el aire. Dejó escapar un triste gemido y luego se deslizó bajo el suelo del cementerio, donde desapareció.
Continuaron caminando y pronto se encontraron en una amplia calle que conectaba al cementerio con la ciudad, la cual todavía estaba a unos cuantos minutos. Al frente, los edificios se amontanaban; detrás, lo hacían los árboles; y en medio, no había más que praderías áridas y muertas. Todavía había algunas tumbas al lado del camino, pero no sabían si éstas serían sólo decoración o si el panteón se estaba quedando sin espacio. Cuando pasaron al lado de los monumentos, estos parecieron moverse unas pulgadas.
Un extraño vapor cubría el suelo del bosque, allá donde su contacto los esperaba. La niebla comenzó a avanzar, extendiéndose en la forma de etéreas garras que reptaban por el terreno, acercándose de forma amenazante a los Aprendices.
—HE ESTADO ESPERANDO, EXTRANJEROS.
¡De pronto, la niebla se levantó como una veloz y gigantesca ola, a sólo unas pulgadas de sus rostros! Por unos momentos, Aru y Lyon no pudieron ver nada de lo que tenían enfrente y se vieron obligados a toser cuando empezaron a respirar el fatigante gas. Este se arremolinó a su alrededor, cubriendo cualquier salida posible.
La voz que los había llamado era profunda y parecía venir de todos los sitios a la vez, como si fuese la niebla la que les estuviera hablando. El suelo parecía estremecerse con cada palabra.
—BIENVENIDOS AL HOGAR DE LOS MUERTOS.
Súbitamente, una figura saltó de entre la niebla, de forma tan veloz que no pudieron ver más que un borrón, y se apresuró a plantarse frente a Aru. Antes de que la chica pudiera hacer algo al respecto, siquiera invocar su Llave-Espada, dos largas garras la tomaron por debajo de los brazos y la levantaron al menos un metro y medio del suelo.
—¡Feliz Halloween!
Su piel era de un blanco perfecto y pulcro, como el de la nieve más limpia que pudieran imaginar. Esto debido, claro, a que lo que aquel gigantesco, altísimo y colosal individuo exhibía no era piel, sino sus huesos expuestos. No tenía ojos, sólo dos cuencas vacías, y en lugar de labios tenía costuras quirúrgicas. Su sonrisa era amplia y amigable, algo que debió tranquilizar a Aru al ver que quien la había levantado no pretendía hacerle daño, aunque ello no lo hacía menos incómodo.
Sobre su innaturalmente delgada figura llevaba puesto un elegante traje negro, con finas líneas blancas verticales, acompañado también un corbatín en forma de murciélago, cuyas alas eran tan largas que sobrepasaban sus hombros.
Un esqueleto metido en un traje les había dado la bienvenida.
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—Lo siento, cada vez que veo alguien nuevo en la Ciudad tengo que darle la bienvenida —explicó—. Es inevitable. ¡Y todos merecen un Feliz Halloween, también! ¿Os ha gustado mi espectáculo? Es algo débil, tengo que admitir, pero tampoco es lo mejor que tengo. ¡En especial para este año, no con todas las sorpresas que tenemos preparadas! —el esqueleto sonrió una vez más y bajó a Aru con cuidado, para después tenderle una larga mano compuesta sólo de… pues eso, huesos—. Jack Skellington, señorita. Y joven —en lugar de repetir el gesto con Lyon, prácticamente le arrebató su mano sin permiso y se la sacudió con demasiado entusiasmo.
>>Déjenme adivinar… no seréis vosotros mi contacto, ¿verdad? —Jack se llevó una mano a la boca para susurrar y se inclinó al frente para que pudieran escucharlo (lo cual fue una imagen divertida, viendo lo mucho que tenía que encorvarse para llegar a la altura de ellos dos)—. La gente de Kazuki.
>>¡Espero que lo seáis, porque-¡ ¡Haha, odio equivocarme en público, es tan vergonzoso!