Porque fue este último, Hiro, quien se vio de bruces en el suelo al quedar atrapada su pierna en unas zarzas. Pudo librarse de ellas con su fuerza, y habría podido entrar justo a tiempo con los demás, de no ser... Porque en lugar de hacerlo, intentó ponerse a buscar por la zona algún posible responsable de su traspiés.
—¡¿Qué estás haciendo, eh, Haro?! —le gritó Kazuki, con tono de enfado.
Un fuerte vendaval surgió de la palma del maestro, empujando con una potencia increíble a Hiro hacia el interior de la torre y empujando al resto de aprendices que habían entrado antes que él y que le esperaban.
La puerta se cerró al instante, y la barrera volvió a formarse.
Habían entrado.
Cuando todos se levantaron tras el derribo general producido por el Hiro volador, podrían observar que se encontraban en la entrada de la Torre, una estancia redonda sin demasiada decoración, en la que lo único que destacaba era lo que parecía ser el inicio de una escalera de caracol que ascendía hacia arriba.
Ah, pero claro, no iba a ser tan fácil. En el momento en el que un aprendiz, quien fuera, pisara el primer escalón, todo cambiaría. El suelo desapareció a sus pies, y los seis aprendices (con sus mascotas incluidas), se encontraron cayendo al vacío sin control.
¡Trampa!
El descenso fue como haber saltado a un pozo sin fondo: cada vez caían más y más rápido por un túnel de luces multicolor, sin control alguno, e incluso si alguno intentara utilizar alguna habilidad para volar o para engancharse a la pared, descubrirían que no servía para nada.
Al final, se divisó el fondo. Lo que debería haber sido un impacto mortal para cualquiera acabó siendo un golpe de nada, como si simplemente se acabaran de caer de la cama y se hubieran hecho un chichón. Al levantar la vista, verían que estaban en una sala redonda, cuyo suelo, paredes y techo estaban decorados de una forma peculiar: parecía un cielo nocturno, con miles de estrellas brillando. Lo más raro (o bonito, dependiendo de cómo lo vieran) era que esas estrellas se movían, e incluso algunas brillaban más que otras. Como detalle, no había ninguna puerta ni ventana a simple vista.
Aunque seguramente eso no sería lo que más les llamaría la atención. Porque no estaban solos.
Un par de metros alejados de ellos, se encontraban dos figuras un tanto peculiares, a los que algunos de los presentes reconocerían. Ambos eran animales antropomórficos, siendo el primero un pato y el segundo un perro. Apoyaban la espalda el uno contra el otro, sentados en el suelo, y tenían pinta de estar aturdidos. Ni siquiera se habían dado cuenta de la llegada de los aprendices.
Donald y Goofy.
Por supuesto, no eran los únicos que les harían compañía en aquella sala estrellada. Un buen grupo de sincorazón habían clavado sus inquietantes ojos amarillos en los portadores de la llave espada nada más habían llegado, preparados para atacar en cualquier momento.
Un grupo de Sombras, un trío de Soldados, un par de Nocturno rojo, otro de Rapsodia azul y otro de Ópera amarilla, además de una única Bocina.
Ya sabían lo que tenían que hacer. ¿Verdad?